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Desde que llegó al campamento mestizo había deseado irse. Era tan incómodo, no conocer a nadie de los presentes pero aún así tener hermanos por todo el lugar.

Unos estaban en el campo de tiro, algunos otros en la cabaña, el resto jugando a capturar la bandera.

Harry estaba perdido.

Se sentía estúpido y aislado, estaba herido, quería morir.

Tenía tanta gente alrededor, pero se sentía solo.

No sabe cuando comenzó a cambiar, pero sus sentimientos por Annabeth comenzaron a menguar más y más.

Ninguno podía verse a la cara después de lo que sucedió en el tártaro, dejaron de hablar, dejaron de sentir.

Terminaron un día de junio, no lloraron.

Percy sintió que su corazón se liberaba de toda esa carga.

Tal vez comenzaron a frecuentarse en el tercer verano de Harry en el campamento, Hogwarts terminó con él y Dumbledore había muerto, estaba por cumplir la mayoría de edad y tenía miedo.

Percy lo ayudó. Lo sostuvo con fuerza cundo se sentía en el piso, lo abrazó cuando sentía que estaba a punto de morir.

Por primera vez en su vida, Harry estaba rodeado de gente y no se sentía sólo.

Podía sonreír, podía ignorar el dolor de sus heridas, de cada corte en su piel provocando por sí mismo.

—Siempre me había sentido tan solo —dijo un día, Percy estaba recostado sobre su regazo—. Me había sentido tan perdido, tan cansado. Pero llegaste tú y mi mundo se puso de cabeza, gracias por sostenerme cuando no me sentía como una persona.

Al día siguiente partió a Reino Unido, dispuesto a pelear una batalla que no le correspondía, pero todo mundo parecía otorgarle.

Percy esperó. Y esperó y esperó. Y pasó un mes, luego dos.

No había noticias de Harry y sólo le quedaba esperar lo peor.

Harry miró al frente y ahí estaba, el hombre que lo hizo sonreír de nuevo, el hombre que lo hizo sentir vivo.

Miró al frente y él estaba mirando a otro lado, el fuego crepitante de la hoguera parecía enviarlo a otro lado.

Caminó tan silencioso como pudo, hasta que su pecho estuvo pegado a la espalda de Percy.

—¿Me extrañaste?

Fue derribado un segundo después, valiendo la pena cada segundo qué pasó aplastado por el peso de su novio, escuchándolo sollozar de alivio.

—La próxima vez, iré contigo.

Harry besó sus labios, jurando que no habría una próxima vez.

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