Epílogo

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Lisa presionó su cara contra la almohada, ahogando el gemido de placer que quiso escapar de su boca cuando sintió los dedos de Jennie tocar su punto sensible en su vagina.

―No te aguantes ―le susurró Jennie―, me encanta escucharte, bebé.

―¡Eres lo peor! ―le masculló Lisa, antes de jadear otra vez.

No duró mucho en esa posición: pronto, terminó corriéndose sobre las sábanas, con las piernas temblando. Jennie la alcanzó a agarrar para voltearla de lado, impidiendo que cayera sobre su vientre marcado: el día anterior cumplió los seis meses de embarazo y ya era evidente su estado. Su abdomen estaba curvado y sobresaliente, además, las feromonas que soltaba ya eran de tipo maternales. Por último, sus pechos también se encontraban un poco hinchados y sensibles, más de lo normal, preparándose para alimentar al bebé a futuro.

Lisa soltó un gemido de gusto al sentir las manos de Jennie acariciándole la panza, besándole el cuello.

―¿Estás menos caliente? ―le preguntó la castaña.

―Tú te aprovechas ―se quejó la menor―, ¡ahora quiero frutillas!

―¿Frutillas? ―cuestionó Jen―. Podría conseguir con algo de chocolate y, quizás, usarlas para-

―¡No quiero saber cómo termina eso! ―exclamó Lisa, golpeándola en el brazo. Jennie se rió entre quejidos―. ¡Vamos, debemos salir, Jen! No quiero quedarme encerrada aquí, ¡no vinimos a París a dormir!

―¿No? ―murmuró, pero Lisa la ignoró, poniéndose de pie a pesar de estar desnuda.

Jennie no pudo evitar admirarla desde la cama: el embarazo le sentaba muy bien a su omega, con el vientre abultado. En ese instante, Lisa tenía las mejillas rojas, los labios hinchados por los besos y el cabello desordenado. Pudo notar los restos de lubricante y líquidos vaginales en sus muslos, pero eso la hacía ver mucho más provocadora de lo que ya era.

Era una omega tan preciosa.

―¿Te vienes a bañar conmigo? ―le preguntó la rubia.

No tenía que decírselo dos veces.

Dos días atrás viajaron a Europa, siendo su primer destino Francia. Jennie pidió, finalmente, unas vacaciones de un mes, decidida a dedicarse esos días completamente a su esposa y mimarla como correspondía. No es como si no lo hubiera hecho las semanas anteriores, pero considerando que debía trabajar, sólo tenía tiempo para consentirla durante las tardes, al terminar la jornada laboral.

Jennie se sorprendió de lo distinto que era regresar a casa más temprano y abandonar esas horas extras que la persiguieron tanto tiempo. Lisa estaba mucho más feliz con tenerla en casa y, además, ella también estaba más contenta con ese cambio. Podía ver en primera fila todos los cambios que experimentaba su mujer por el embarazo, además de que estaba para ayudarla en lo que necesitara. Pero lo más importante era que todo en Lisa evolucionó también: esa mirada de tristeza que solía perseguirla desapareció por completo, esa actitud complaciente y apagada se esfumó. Su esposa, con el pasar de los días, comenzó a florecer poco a poco.

Una vez estuvieron listas, no tardaron en vestirse y salir del hotel en el que se quedarían cuatro días más, antes de partir a Inglaterra. Al ser primavera en el continente europeo, los días eran calurosos y un poco frescos, y como Lisa tenía esa pancita de embarazo, quiso ponerse un vestido. La chica se veía muy linda con esa prenda. Era verde, con un corte y cuello ovalado, que mostraba sus piernas y las clavículas.

Pronto salieron del lujoso hotel, tomadas de la mano para ir a recorrer las calles de París. Tomaron un taxi que las acercó al centro de la ciudad parisina y Lisa iba con una expresión de maravilla total. Jennie se preguntó cómo pudo haber tardado tanto en darse cuenta de que la felicidad estaba, literalmente, al lado suyo.

―Podríamos visitar las catacumbas ―le dijo, mientras entraban a un museo de arte.

Lisa se estremeció, horrorizada.

―¡No, que miedo! ―exclamó, poniendo ojos de cachorrito―. No vayamos, ¿y si aparece un zombie, Jennie?

La alfa se rió, atrayéndola para darle un beso.

―Lo golpearé ―aseguró.

Lisa la abrazó por el cuello, tan sonriente, tan hermosa, y Jennie la amó un poquito más de ser posible.

―No es que no confíe en ti ―le dijo la omega―, pero conociéndote, saldrías corriendo y luego lo golpearías.

―Es lo más probable ―concedió Kim, haciéndole un gesto para que siguieran caminando―. Mejor que no, ¿y si un espíritu se le pega a nuestro bebé?

La menor hizo un gesto de asco que lo fue todo para la alfa: la nariz arrugada, las cejas fruncidas y la boca caída en esa mueca adorable.

―¿Crees que sea niño o niña? ―preguntó Lisa más tarde, observando con admiración la Torre Eiffel desde lejos―. ¡A mí me gustaría que fuera niña!

―Estaría bien con cualquiera de las dos opciones ―contestó Jen, sacándole fotos a su esposa con la cámara que le regaló esta misma―. Después de todo, tendremos muchos cachorros, tal vez deberíamos comprar una casa nueva.

―¿Por qué dices eso?

―Pienso en siete cachorritos.

―¡Jennie! ―Lisa comenzó a reírse sin control alguno y la alfa lo aprovechó para sacarle más fotos, porque la omega no podía dejar de carcajearse―. ¡Son muchos, me tendrás pariendo!

―Tienes razón, si son muchos, deberé compartirte con demasiados bebés ―Jennie se le acercó, abrazándola para darle más besos―. Eres tan preciosa cuando floreces, Lisa-ah.

La omega no podía eliminar la sonrisa de su rostro, contenta de que el largo invierno hubiera dado paso a esa eterna primavera en la que estaba toda su felicidad.

bloom; jenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora