Desperté. ¿Dónde estoy? Todo está blanco: los pisos, el horizonte... ¿Horizonte? Inexistente horizonte. Mi pensamiento flaquea más si pienso en colores. No recuerdo los colores.
Avancé para adelante.
Ni remembranza sobre quién soy cruza mi mente. ¿Entonces que seré?
Miró mis manos que reflejan el mismo color del alrededor. Si frío hay, ha de arroparme. Pero no hay. Ni calor que me destape de mi temperatura corporal de ahora. ¿Existirá el tiempo?
Contempló, con la cabeza bien erguida, el sendero imaginario que hice. Advirtió el color azul de la parte lateral de mi nariz.
Azul.
Azul.
Azul.
Mi alegría vibró de lo más adentro de mí, infligiendo a la soledad que ha estado en mi costado: recuerdo un rostro, y su color. En efecto, mi intento de revivir el pasado en mi mente ha dado señal. No obstante, el rostro que recuerdo es borroso, pero la mayoría de su color luce inolvidable: azul.
¿Quién es él?
Prosigo mi caminata.
Tanta nostalgia mía activa me extraña. Una sonrisa que no vi me insiste en contemplar el enemigo del infierno. Unos ojos, quizá, áureos afinan mi dócil ánimo.
Quién es
Quien será
Todo mi entorno mero blanco esconde su miedo de ser el oscuro recóndito del olvido por inquirir al ángel que recuerdo, porque este aúpa mi emanación de esperanza.