Ahora estoy divorciada

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Apenas puedo contener el nudo que crece en mi garganta, mis manos están temblando, y solo puedo sentir como mi corazón se desmorona.

Tengo entre mis dedos el resultado de mis exámenes de laboratorio que encargué al hospital, pensaba hablarlo con mi esposo, pero en lugar de eso decido doblarlo y guardarlo en mi bolso, mientras mis ojos contemplan como él acaricia y besa el vientre de su ex. 

La puerta entreabierta me permite presenciar todo sin ser descubierta. Acababa de recibir una noticia que prácticamente condenaba mi vida y ahora recibía esto en mi propia casa. 

—Yo amándote… Y tu revolcandote con ella… —dije para mis propios oídos, mientras negaba con la cabeza y limpiaba con total indignación mis mejillas.

—Tengo miedo, Belial —fueron las palabras de ella, posando sus manos en su pecho—. Estás casado, pero seré yo quien tendrá a tu hijo, por favor no me dejes.

Él la abrazó y besó con delicadeza su frente, se notaba claramente quien era prioridad en la vida de él.

—Te juro por mi vida que voy a proteger a este bebé y a ti. Tengo listo el papel del divorcio, si es preciso la obligaré a firmar, y me casaré contigo.

—¿Harás eso por mí?

—Lo que sea necesario para verte feliz, Ratja.

Me cubrí los labios para no soltar un sollozo, mientras cierro mis ojos con fuerza y las lágrimas vuelven a traicionarme, pero esto ya ha sido demasiado. No voy a quedarme a llorar como una Magdalena.

Decidida, empujo la puerta y miro como ellos se despegan abruptamente. 

—Ana, querida… —dice ella, intentando acercarse.

—¡Tú cállate que no quiero oírte! —dije, levantando mi dedo.

—Cuida tus palabras, Ana —me dice Belial, poniéndose delante de Ratja—. No vas a levantarle la voz a ella.

—Entonces es verdad… ¡Tú! ¡Maldito! —exclamé con dolor, lanzándole una bofetada que resonó en nuestra casa, pero ni eso lo intimidó y siguió serio.

—Ella está embarazada, me va a dar algo que tú en tres años matrimonio no has podido, creo que ambos sabemos quien sale sobrando. 

—Yo no quería que esto sucediera, Ana. Yo hasta te tengo aprecio —dijo con total descaro la otra. 

Las ganas de tirarle mi bolso en la cara me hicieron apretar mis puños con rabia.

No había duda que ellos eran tal para cual. Hipócritas, doble cara y traidores.

—Te quiero fuera de mi vida, Ana. Los papeles del divorcio están en esa mesa —señaló—. Firmarlos y hazme el favor de largarte. 

—Belial, creo que mejor los dejaré a solas. Tu abuela me pidió que fuera a verla, quiere comprar cosas para el bebé.

—¿Abuela? —dije incrédula—. De modo que los demás lo sabían —mordí mis labios para no sollozar.

—Sí, es mejor que vayas. Le pediré al empleado que arregle tu habitación.

Yo ya no sabía que era peor, si el diagnóstico en el papel que guardo en mi bolso o esto.

Ratja se fue, y yo solo sentí que me mareaba, que la respiración me faltaba.

—¿Cuánto tiempo? —logré decir respirando por la boca—. ¿¡Cuánto tiempo me has visto la cara, Belial!? 

Muy tranquilo, él metió sus manos en los bolsillos y me dio la espalda. 

Ahora estoy divorciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora