9 "Somos arena"

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Por Harkuman de Traska

Nota: En mi último viaje conocí un hombre peculiar, sin acento definido e impreciso cuando contestaba las preguntas de rigor sobre su procedencia. Sin embargo, su encanto natural cubrió la desconfianza inicial y resultó ser un tío interesante. Terminamos cenando juntos y me invitó a hacer una carta abierta sobre el corazón de mi ciudad para completar un Cronoatlas que está formando sobre las ciudades.

Yo no estaba claro de hacerlo, pero él sabiendo lo importante que me son los hijos, me propuso para darme una idea, que escribiera una carta a todos los jóvenes de todos los tiempos, como si les escribiera a mis hijos.

Con ese espíritu escribo, sin intentar adoctrinar ni dar consejo, que bien he visto lo inútiles que son. Estas palabras tienen por única intención que mis memorias enriquezcan su experiencia, nunca intentar substituirla.

Carta a mis hijos:

Nací en un mundo cambiante, apenas cinco generaciones atrás este valle era uno de los desiertos más inhabitables del mundo, y éramos uno de los pueblos más pobres y con mayores carencias. Cuando el Mundo se reacomodó y los paradigmas se rompieron, la tierra se cimbró también y en unas décadas el clima se modificó profundamente: las corrientes de aire húmedo llegaron a nuestro desierto por primera vez en miles de años, se formaron grandes corredores de viento húmedo que arrastraron las nubes hasta el corazón del desierto de dunas.

Ahora salimos a pasear en la tarde a los jardines del valle de arena; el suelo húmedo, pero sin nutrientes, ha dado pie a una hierba suave y resistente que aquí crece bien, manchándola de un brillo verde que se extiende en todo el corredor de nubes. La textura es compleja: arena seca y granulosa corriendo como balines entre las hojas gruesas con tacto de terciopelo viejo. Caminar ahí genera una sensación de suspensión muy agradable con el sol a la espalda, antes de que se ponga, y el horizonte naranja obscuro donde las dunas se desplazan entre nubes de arena dentro del viento naranja. En nuestro valle casi verde, se mueven con una lentitud mística, retenidas por la hierba e impulsada por el viento del desierto.

Ahora, con más edad y más calma, disfruto las cosas que conquisté, veo con mucha paz nuestro valle. Todavía me maravilla ver los macizos de yucas y órganos dando sombra a los múltiples oasis. Disfruto el solo placer de estar en ese mundo sombreado y fresco del nuevo desierto, un mundo aparte, un paraíso rescatado de la arena.

En su momento, en mi juventud, disfruté la conquista, disfruté el reto de ser parte de una ciudad que estaba saliendo de la nada, remontando la miseria para enfrentar un mundo donde los fenotipos no marquen nada, ni las lenguas nos separen. Ahora, viejo, no estoy seguro si en verdad dimensioné los logros; creo que en su momento me emocionaron los , pero creo que no logré percibir lo trascendente de nuestra obra.

En mis días jóvenes trabajé armando la gran cúpula central que ahora contiene la Sala de paz; en su momento pensamos que nuestros diseñadores estaban en la cima de la creatividad, nos emocionamos con nuestros avances y el mundo se nos hacía pequeño.

Ahora, con perspectiva histórica, me adentro al desierto y desde lejos, veo emocionado la cúpula y veo al mismo tiempo cuarenta y cinco toneladas de arena convertidas en láminas de cristal, andamios, herramientas y amigos. Cuando participé sentí que era uno entre miles, sentí mi alma colectiva satisfecha y descubrí que mi alma personal estaba vacía.

Cuando me paro al centro de la Sala de paz y me dejo invadir por el espacio, siento en mí miles de piezas aisladas sin mayores méritos, pero entiendo que la unión de todos nuestros fragmentos es lo que habla de nosotros, esa geometría que permite armar estructuras inmensas y ligeras, casi mágicas, como si nos cubriera el ala de una libélula.

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⏰ Last updated: Apr 02, 2023 ⏰

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