#1 Me violaste.

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Hay momentos en los que nos sentimos impotentes, atados a un pasado del que no podemos separarnos, una carga que llevamos toda la vida

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Hay momentos en los que nos sentimos impotentes, atados a un pasado del que no podemos separarnos, una carga que llevamos toda la vida. Muchos creen que el tiempo cura todas las heridas, pero hay algunas que, incluso después de un millón de años, permanecen indelebles en nuestra memoria.

Una vida feliz y una familia perfecta, ¿quién no desearía eso? Pues, yo lo tenía: unos padres maravillosos, buena economía y un sinfín de amigos. Pero todo se desmoronó en un solo día, el que se suponía iba a ser el mejor de mi vida.

°°°°°°

Hace un año, celebraba mi cumpleaños número 19. Llevaba un vestido rojo, un regalo de mi madre, y mi cabello caía en ondas suaves, enmarcando mi rostro ligeramente maquillado. Un collar de perlas blancas brillaba en mi cuello.

El local estaba lleno de gente, incluso había personas que no conocía. Era un espacio amplio, con dos habitaciones al fondo, una de las cuales era la mía, identificable por su puerta blanca.

Después de un rato de bailar y recibir a los invitados, me dirigí a mi habitación para guardar unas bolsas de regalo en tonos pastel. Al abrir la puerta, me llamó la atención una pequeña caja roja que descansaba sobre la cama.

—¿De quién será esto? —murmuré mientras la recogía.

Su envoltura era sedosa y el lazo decorado con pequeños destellos. Al abrirla, encontré una nota con una breve frase: "Hoy será el mejor día de tu vida, cariño".

No tenía el nombre del remitente, pero solo podía pensar en alguien que haría algo así.

—Seguro es de papá —dije, devolviendo la caja a la cama.

Me giré para salir cuando vi a un chico con un antifaz, traje negro y cabello castaño, apoyado en el marco de la puerta.

—¿Te puedes apartar? —pregunté, sintiendo una punzada de inquietud.

Él sonrió de lado y cerró la puerta con seguro.

—¿Por qué cierras la puerta?

Se acercó lentamente, sus ojos color miel tras el antifaz me observaban de una manera inquietante, como si intentaran advertirme o, tal vez, exigir que retrocediera. Su silencio solo aumentaba la tensión.

—¿Qué estás haciendo? —exigí, pero él no respondió, avanzando hasta acorralarme contra la cama—. ¡Responde!

—No te hagas la tonta —dijo al fin—. Sabes quién soy, cariño.

—Te equivocas, no tengo idea de quién eres, así que aléjate —intenté empujarlo, pero su agarre fue firme, dejándome sin opción más que tratar de liberarme.

—Siempre te he querido, Zoe, pero tú solo te empeñas en ignorarme. ¡No importa lo que haga, siempre me dejas de lado!

—¿Qué demonios te pasa? ¡Suéltame! —grité, comenzando a reconocer su voz—. ¿Elliot? ¿Qué crees que estás haciendo, idiota?

El gemelo de mi violadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora