Ojos de luna

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Para Jeongyeon, no existía nada más hermoso y extraordinario que la luna

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Para Jeongyeon, no existía nada más hermoso y extraordinario que la luna.

Era ese cambio constante durante los días, siguiendo un ciclo que para ella, no era más que perfecto, no más que una maravilla para sus ojos.

Sus orbes marrones brillaban más allá que el reflejo de las estrellas, con una fascinación impecable. Miraba a la luna como un niño observa a su superhéroe favorito.

Nunca falló en asomarse por la ventana durante las noches, charlando tontamente al aire, esperando una respuesta de la luna. Siempre creyó en ella y ese brillo especial que parecía decirle algo más. La luna siempre la escuchaba, estaba segura de aquello.

La única ocasión donde su fé se puso en peligro, fue aquella noche donde la conoció.

A ella.

Una noche llena de caos, que recordaba vívida y gráficamente; había sido tan horrible que tocó fondo, al menos al principio.

Pero los sucesos tienen un orden, no podemos adelantarnos demasiado. Así como todo tiene un fin, también tiene un inicio.

Era un día cansado, quizá uno de los más cansados que ha tenido. Y Jeongyeon podía catalogarlo como el segundo peor que había tenido en toda su vida.

Empezó por la mañana, durante el almuerzo en su preparatoria, cuando terminó en el piso en un empujón proporcionado por la persona que dedicaba su día a molestarla.

No recuerda mucho más allá del suceso, y agradece no tener que recordarlo. De cualquier forma no sería diferente a otros días.

A su memoria viene haber caído, escuchar risas; muchas burlas. Recuerda palabras hirientes y lo demás es historia que queda en el olvido de su memoria. Al final estaba de vuelta a casa, con un ojo morado y su ropa empapada; aquel estado solo le propinó un regaño de su padre, quien se aseguró de dejarle en claro que no se merecía menos por ser tan débil.

Se creyó sus palabras, una vez más, porque estaba acostumbrada a ese trato.

Por la tarde, después de ducharse e intentar mantener la calma para no colapsar, buscó desesperadamente la caja de cigarrillos que había obtenido el día anterior, con la intención de liberar estrés. Dió vuelta a su habitación entera sin poder encontrarlos, llenándose de una ansiedad inmensa con la idea de que su padre pudiera haberlos encontrado.

Para cuándo la noche estaba cayendo, Jeongyeon ya había pasado todos sus límites.

En resumen aquel día había decidido algo que llevaba en su mente durante muchos meses, quizá años.

Recordaba el hormigueo en sus piernas, su corazón acelerado y el temblor completo de su cuerpo; y aún cuando sus ojos se habían clavado en la luna; ni siquiera el brillo inmenso de ésta podía detenerla.

Estaba al borde de la ventana de su habitación, la cual yacía en un quinto piso de un edificio. Se sentía muy segura con decisión, total, su muerte no afectaría en lo absoluto a nadie. O al menos así lo pensaba.

Algo en ella le gritaba que se detuviera, quizás era el miedo o la misma ansiedad, pero cuando su pie derecho avanzó al borde y sus ojos abandonaron la luna para observar el estrecho callejón que separaba su edificio del edificio vecino, toda duda se desvaneció.

Realmente iba a hacerlo.

Recuerda haberse disculpado con la luna, asegurándole que de alguna forma ella se convertiría en una estrella dentro de ese maravilloso universo y así no la dejaría sola.

Pero la luna no quería ese destino para ella. Y lo supo cuando antes de siquiera intentar saltar, la voz de un ángel la detuvo, su ángel.

—¡Detente!

Una súplica.

—No lo hagas, por favor detente.

El tono desesperado envolvió los oídos de Yoo, quien se vió obligada a levantar la vista.

—Por favor.

Los ojos más sinceros que Jeongyeon pudo ver en su vida, brillaban, pero no en sintonía con el brillo que ella amaba de la luna. No, era distinto, era muy triste y angustiante.

—Dime si necesitas ayuda, pero por favor por lo que más quieras en este mundo, no saltes.

Por un momento la duda recorre su cuerpo. ¿Iba a saltar aún cuando esos ojos brillantes la observaban? No tenía maldad alguna como para ocasionarle un trauma a una persona que no lo merecía. Solo ella merecía cosas malas, y los demás no tenían porque pagar sus platos rotos.

Termina obedeciendo ante la mirada insistente de la chica desconocida, sentándose en la ventana, aún con los pies colgando sobre el horrible vacío del callejón.

—¿Por qué? —su tono es ronco y en cierto punto, inocente.

La chica ve aquella pregunta plagada de un interés infantil, como si no viera la gravedad de su decisión. Aquello solo estruja su corazón.

—Hay cosas por las cuales quedarnos en este mundo —su voz tiembla al no encontrar mejores palabras que decir. Y sabe que ha sonado bastante cliché.

—No tengo nada.

—Entonces aún puedes encontrar algo para ti, es cuestión de tiempo —duda al sentir que sus palabras están siendo vacías.

Pero Yoo le encuentra algún sentido.

—La luna es todo lo que tengo, supongo.

—Y ella no se irá. Tampoco creo que esté contenta con tu decisión, no si al menos pude detenerte a tiempo —el miedo en su voz se va desvaneciendo.

Jeongyeon lo piensa y se convence de sus palabras luego de unos largos minutos. También puede ver un reluciente destello en el reflejo de sus ojos, que van tomando un brillo distinto a medida que Jeongyeon entra en su habitación.

Y cuando está completamente a salvo, los hermosos ojos que la observan desde el edificio contrario resplandecen con un brillo nuevo, tranquilo.

A Jeongyeon le recuerda a la luna.

—¿Necesitas ayuda? ¿Quieres que llame a la ambulancia? ¿A la policía? Por favor, dime lo que necesitas y yo te ayudaré.

—¿Cuál es tu nombre? —su pregunta suena débil, estaba completamente absorbida por la genuina preocupación de una desconocida.

Confundida, la chica responde.

—Nayeon. Im Nayeon, y estoy aquí para ayudarte.

Jeongyeon sonríe, tan resplandeciente.

Fue entonces cuando Im Nayeon y sus ojos de luna se convirtieron en su motivo para mantenerse con vida.

Fue entonces cuando Im Nayeon y sus ojos de luna se convirtieron en su motivo para mantenerse con vida

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Charlas con la luna [2yeon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora