Razones

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¿Si cuando elimine a mis enemigos, voy a ser libre, por qué no acabo conmigo mismo? Vivo en un sueño en el que no descanso. La agonía se extiende por el plano de mi consciencia, una consciencia que todavía no sé que espera de mi.  El destino, caprichoso, me da unas habilidades que no puedo refinar. El mundo llega, te coge de la mano y te  zarandea hasta alanzarte a un lugar lejano y desconocido, una masa diluida de sueños a medias, palabras que jamás salieron de la boca, acciones en las que piensas durante años, equívocos inevitables que somos incapaces de perdonar. Todos resentidos por el tic tac de los relojes porque nos roba tiempo y, en realidad, jamás nos hemos dirigido a ningún sitio. 


Mi cabeza dejó de tronar cuando sonó el timbre. La habitación estaba sucia, enlodazada de basura cuando miré alrededor de mí.

—¿Cuanto... Cuanto tiempo he estado aquí?—Me dije para mí, aun consternado por el completo caos del que estaba rodeado.

Observé la basura tirada en el suelo y, sin afán alguno  de recogerlo, me senté en la cama de la que me había levantado y rebusqué en un sillón repleto de ropa justo frente a mí. Encontré algo de ropa que, aún manchada, no olía horrible. Cuando me vestí, rebusque por la basura algún cenicero y volví a encender un cigarrillo a medias mientras intentaba ver quién me esperaba en la puerta. 

Javier, con la vista fija en la ventana, me estaba esperando allí. Llevaba una guitarra a la espalda y fumaba un cigarrillo de manera impaciente mientras parecía mover la cabeza para localizarme. Recordé mis guitarras, todas en algún lugar de la habitación, enterradas de basura. ¿Sería capaz de volver a hacerlo? Cuantos años habrán pasado...

No estaba seguro de si quería ver a Javi. Le recordaba cada vez más huraño, con un cinismo tan frio y cortante como un puñal de hielo puro además, no estaba seguro que quería que le contara o dijera. Allí había pasado todo este tiempo, sin notar como pasaba a mi vera y me susurraba que lo hiciera, que no tuviera miedo al fracaso. Pero ahora ya era tarde. Puestos a recordar, más bien; ¿Qué había hecho? ¿Recordaba lo que estaba haciendo, o cuanto había pasado? ¿Acaso estar tanto tiempo encerrado, buscando respuestas, me ha servido para algo? No sabía si mi reacción provenía del desinterés de vivir o del miedo a hacerlo. Sentía que debía enfrentarme a él, aún sin saber que decir.

Salí por la puerta y observé como Javi daba unas caladas más a su ya escueto cigarrillo mientras yo me acercaba. Una sonrisa abierta, pero fría que me hizo recibir unas sensaciones que no podía interpretar. Desconocía si era una ironía elaborada, una puerta hacía su duro interior o un genuino gesto de confianza. Me quedé mirando a unos desgastados ojos verdes que me costaba reconocer. El paso del tiempo les había carcomido la luz de la esperanza, las arrugas la hacían sentir como si estaba forzando la vista para verme.


—¿Entonces, lo has conseguido?—El cigarrillo se le había terminado en la mano pero mantenía la mirada fija y expectante La amplia sonrisa se volvía a dibujar, una vez más.  Se... ¿Alegraba de verme?

—¿De que estamos hablando?—La incertidumbre me llenó el cuerpo de miedo, y éste me hizo temblar la voz.—¿Qué voy a hacer yo, estando así?—El temblor se apoderó del resto de mi cuerpo y los ojos se me humedecían al notarlo pasar por la medula espinal. 

—¿Qué quieres de mi?— Continué yo, rindiéndome a la respiración entrecortada, empezando a sollozar.

Javier soltó una carcajada y no perdió un solo segundo en abrazarme tan fuerte que noté como absorbía todo el miedo. Se tomó su tiempo para notar como me tranquilizaba y , sin un ápice de vacilar, me miró a los ojos y contesto con una sonrisa.

—La razón por la que estas aquí. ¿Has encontrado lo que necesitabas?—Hizo  una pausa para secarse los ojos con disimulo. —Me alegro de verte.

Nos separamos por el magnetismo de la expectación de ambos, polaridad inversa mirándose de frente, luz y oscuridad en dos caras hermanas enfrentadas, un laberinto de sentimientos encontrados a los que yo contesté con completo silencio. Un silencio que absorbió la esperanza del lugar y se la llevo a un lugar donde jamás podremos encontrar. Aún algo resignado Javier contesto:

—No importa.— Lanzó el cigarrillo terminado hace minutos— Volvamos a casa.

 El coche serpenteaba el apabullante paisaje. Volví a abstraerme mientras la radio rompía un incomodo silencio. Mi mente daba vueltas a la razón por la que me recluí para buscar una razón para vivir, sin encontrar respuestas alguna pero, mientras la luz me cegaba a través del parabrisas, mire a Javier y lo entendí.

No se alegraba de verme, se alegraba de que estuviera vivo. Me recluí y me separé de todo y todos para buscar la respuesta que tenía delante de mis narices. Una sonrisa de regusto sustituyó a mi mueca de preocupación. Cerré los ojos y disfrute el calor del sol mientras le daba vueltas a la conclusión.

No he encontrado la razón por la que seguir vivo, pero; ¿Con gente así a mi lado acaso aquello importaba?




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