Drácula

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   Hacía unas semanas que el residente de la isla Kuraigana había regresado

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   Hacía unas semanas que el residente de la isla Kuraigana había regresado. Para su sorpresa, no era otro que Dracule Mihawk, el hombre conocido como el Mejor Espadachín del Mundo. Perona no había podido evitar sentir terror ante su presencia. De hecho, jamás admitiría que la compañía de Zoro en aquel momento la había relajado un poco. Después de todo, ese hombre era desagradable y desagradecido, nunca le daría el gusto de pronunciar palabras como esas. Pero, tras haber curado sus heridas, había comenzado a sentir una especie de afecto por él. De ese tipo que se obtiene con la cercanía. Había paliado su soledad.

   Ahora ya eran tres en aquel oscuro castillo rodeado de humedad y oscuridad. Cualquier otra persona en su lugar habría tratado de huir, pero aquel no era su caso. Para empezar, a sus ojos, aquel era un paraje de ensueño y, para secundar, lo único que sabía de su querido capitán era que había muerto, por lo que no tenía hogar al que regresar. Para su fortuna (o desgracia, según el día), Mihawk le había permitido quedarse y pronto descubrió que la vida allí no era del todo mala. Extrañaba a sus adorables súbditos y el buen chocolate caliente, pero había mucho por descubrir en aquella isla.

   El día que se enteró de la existencia de la biblioteca, su rutina se vio drásticamente alterada. En vez de observar con aburrimiento los entrenamientos (o torturas) que Mihawk preparaba para Zoro, se dirigía allí y escogía un libro al azar. Junto a sus adorables hollows leía todo tipo de historias.

   Un día, mientras echaba un vistazo a un libro titulado Mil formas de partir a un hombre en dos, Mihawk hizo acto de presencia. Perona sabía que él apreciaba la lectura, pero nunca habían coincidido en aquel lugar y no pudo evitar ponerse nerviosa. Sus ojos todavía eran capaces de intimidarla, por eso solía evitar su mirada, sobre todo cuando se encontraban a solas.

   —¿No estabais en medio de un entrenamiento? —Se atrevió a preguntar cuando él ya sostenía un libro entre sus manos y se había acomodado en una butaca.

   —Ciertamente. Mas el joven Roronoa no está capacitado para cruzar espada conmigo, así que lo he enviado a practicar con los humandriles —rio, satisfecho con su idea. Desvió la mirada de su ejemplar de Drácula y la dirigió hacia ella.— No sabía que apreciabais la lectura, pero me alegra que a pesar de ser una niña caprichosa cultivéis vuestra mente.

   Tras soltar semejante comentario, retomó su lectura de forma calmada. Completamente ajeno, por supuesto, a lo que había provocado en su compañera. Esta se había puesto del color de un tomate maduro. Había herido su orgullo como si tal cosa y eso no le había hecho ni la más mínima gracia a Perona.

   —No soy caprichosa. —Comenzó, tan fuera de sí que los hollows la sobrevolaron.— ¡Y mucho menos una niña! No te atrevas a faltarme al respeto, ¡desconsiderado!

   Tan pronto como lo gritó, salió corriendo, avergonzada, en dirección a su habitación. A sus espaldas, se podían escuchar las maldiciones que profirió el espadachín cuando los hollows se abalanzaron sobre él.

Perona y Mihawk: Historias CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora