Sentías tantas cosas en tus manos que no sabías cuál elegir. Joseph se estaba aburriendo, por lo que te metió prisa: —¡Vengaaaaaa! ¡Que tanto no se tarda!
—¡Voy, voy! —Sin casi ni pensarlo, sacaste lo primero que agarraste. Al verlo con la luz, te diste que era una gorra muy característica, llena de pines. Te sonrojaste al saber de quién se trataba.
—Vaya... ¡Jotaro, te toca! —anuncia el francés.
Te giraste hasta donde estaba el joven. Os mirásteis de forma breve a los ojos. El chico tenía una mirada distinta; se apreciaba curiosidad en el brillo de sus ojos, algo que era casi imperceptible para las personas que no pasaban tiempo con él. Claro que ese no era tu caso, ya que lo conociste en la facultad, en un intercambio a Francia, donde os volvisteis amigos gracias a Jean-Pierre.
—Yare, yare... —El pelinegro se levanta y va andando hasta el armario.
Cuando pasó por tu lado, decidiste hablar con él: —Jotaro, si no quieres no pasa nada... No te sientas obligado —Sabes que todo lo relacionado con estas cosas no le hacían mucha gracia a tu amigo, por lo que lo último que querías era que estuviera incómodo.
—El gorro estaba dentro ¿No? —Asentiste a la vez que se lo tendías— Pues entonces hay que jugar. —Aunque lo hubiera dicho de una manera sin doble sentido, tú sentiste que la sangre subía a tu cara; Jotaro, tú, un armario... Te costaba respirar con sólo pensarlo.
Los dos entrasteis uno detrás del otro al cubículo. El francés os mira con una cara pilla mientras Joseph ponía a punto el contador. Polnareff y Kakyoin esperaban desde hace mucho que empezarais a salir y esta parecía ser la oportunidad perfecta para que se pudiera intensificar lo de «el roce hace el cariño»
La puerta se cierra y el silencio se hace presente. Ninguno decía nada: tú no sabías de qué hablar o qué hacer y Jotaro tampoco iba a cambiar su forma de ser ahora y ser de repente la persona más extrovertida que vas a ver jamás.
No, eso nunca iba a pasar. Pero soñar es gratis.
—Yo... —Decidiste articular palabra para romper la incomodidad— ¿Has acabado el trabajo de las estrellas de mar?
«Más tonta y no nazco —te dijiste a ti misma— Pero ¿De qué si no hablo? Es Jotaro de quién estamos hablando; Si abres el diccionario y buscas la palabra silencio o callado, seguro sale una foto de él.»
—Pues bien, el profesor me ha dicho que ha sido uno de los mejores trabajos que ha visto en años; nunca había visto un análisis tan exhaustivo de los comportamientos y las características físicas de las asteroideas. —Sonreíste al escuchar eso. Sabías que tendría la cara seria al decir eso, pero estaba feliz, lo notabas.
Cuando lo conociste, su físico te atrajo enseguida, pero lo que hizo que te enamoraras de él fue el cobijo seguro en el que se convirtió cuando estabas cansada de socializar: no te criticaba, no te miraba mal, simplemente estaba ahí.
Al principio, te daba cosa hablarle por lo que te había dicho Polnareff sobre que no le gustaban las mujeres escandalosas, que las preferías sumisas y calladas, y sumisa y tú no íbais en la misma frase. Sin embargo, eras una persona que se tomaba la vida de una forma calmada y serena y eras muy directa, casi rozando lo bruto, pero también eras delicada con los sentimientos de los demás. Eras el blanco y el negro a la vez; podías hablar durante horas o estar callada durante el mismo periodo de tiempo.
Eso creaba un contraste que causaba que Jotaro pensase que eras la personificación de un camaleón humano.Aparte también, te dejó estar a su lado porque eras una de las pocas mujeres que se había interesado de manera genuina por él, sin tener segundas intenciones; no gritabas al verle, no te pegabas como una lapa a su brazo y le dejabas hablar.
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Seven minutes in Heaven: Jojo's Bizarre Adventure
RandomUna fiesta que nuestro querido Polnareff junto a Joseph quisieron darle vidilla con un juego que muchos consideraban infantil, pero para otros interesante y una gran oportunidad para confesar diversas cosas o para dar rienda a los sentimientos más c...