Capítulo dos

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«Tu no eres un vikingo... y tampoco mi hermano»

Esa maldita frase la tiene clavada en la nuca, dolorosa como una herida abierta y sangrante, todo pasó por no querer matar al dragón que se le asignó en el entrenamiento. Entrenamiento que fue supervisado por Michael donde vio con sus propios ojos como se comportaba como un cobarde ante aquel pequeño animal del tamaño de un gato hogareño, le duele el pecho pero no se arrepiente de su decisión, no importaba cuanto sufrimiento tuviera que aguantar por mantenerse firme ante la idea de no asesinar dragones, no sin verdaderos motivos al menos. Se traga el dolor, tan amargo como las medicinas que tomaba cuando era pequeño, mientras guarda sus pertenencias en un bolso de cuero y se marcha no solo de su casa, de la Villa, ya puede imaginarse la fiesta que montaran en honor a su ausencia. La noche lo ayuda a pasar desapercibido, su idea era llegar hasta la Costa norte donde el océano es más tranquilo e irse navegando en un pequeño bote hasta la península que vio en uno de los mapas de su hermano que sobresalía de una isla más pequeña que donde vivía, se quedaría allí hasta tener un mejor plan.

Del bolso saca un chaleco de lana color marrón que lo cubre hasta las rodillas, ayudándolo a combatir el frío invierno que se acercaba. No era la mejor estación del año para huir, pero no podía seguir alargando su estadía, nadie lo quería allí y ahora su hermano también se lo demostraba, no seguiría siendo una carga en el lugar. Al llegar a la orilla el aire salado inunda su ser de calma, no era un secreto su amor por el océano, siempre que podía se escapaba para estar horas sentado sobre la arena en busca de sentirse vivo, a veces tarareaba mientras dibujaba y otras veces solo se quedaba recostado observando el cielo nocturno. Esta ocasión la única diferencia que tenía era que estaba navegando a ciegas, sin preocuparse por nada más que llegar a su destino.

Remaba lentamente cuando un fuerte rugido que vino desde el cielo rompió el silencio, el mismo dragón que liberó volaba sobre él señalando el camino y como ya no tenía nada más que perderse dejó guiar. Pasó horas sobre el pequeño bote, creyendo que entendió mal cuando el animal se escondió detrás de las nubes y el sol comenzó a ascender por el horizonte hasta que a lo lejos pudo ver una isla el triple de grande que la de la villa Bember con la arena color crema y varias conchas de mar en la orilla. Empujó el bote para que el agua no lo arrastrara quedando varado allí antes de explorar el sitio desde fuera, los árboles eran demasiados altos como para verles el final y sus troncos en extremo gruesos al igual que sus raíces. Tomando lo poco de valentía que conservaba empezó a adentrarse al fresco sitio, retirándose sus prendas de invierno en el camino y guardandolas en el bolso mientras marcaba el camino con una rama para saber como salir de allí si era requerido.

El sitio era muy bonito y pacífico, no sentía que debía estar en guardia todo el tiempo por si era atacado por la espalda a pesar de estar en un lugar desconocido. Eso le gustó mucho. Cansado de caminar y con hambre buscó resguardo hasta dar con la pequeña cueva dentro de un tronco, esta tenía el tamaño perfecto para él ya que las que vio en el camino eran más pequeñas o menos seguras por lo seco que el tronco se encontraba o porque ya eran hogar de zorros. Dejó el bolso dentro y empezó a recolectar piedras, ramas y hojas secas para hacer una fogata pequeña, aunque la encendería más adelante, juntando un par de ramas y regresando el bolso a su hombro derecho empezó a barrer el suelo por donde anduvo para dejar mejor señalizado el camino así no perderse. Estando en la costa se subió al bote y tomó su caña de pescar (que también se llevó a parte de su ropa, un poco de comida, armas y una bota para el agua) sin prisa, sabía que a veces tomaba bastante tiempo aunque se sorprendió cuando un pez picó el ansuelo. Eso hizo que estuviera más emocionado por su próxima pesca siendo otro pez un poco más grande, teniendo suficiente con ambos regreso a la orilla con los animales en una mano y la caña de pescar en la otra; en su refugio temporal prendió la fogata y cocino el alimento, dejando uno crudo para la cría de lobo que no había dejado de observarlo alerta detrás de una de las raíces de un árbol a su derecha.

Cuando la noche llegó ya tenía todo preparado para dormir con una piel de oveja y hojas haciendo de cama, ramas atadas con hilos que quedaron como una puerta liviana y el bolso debajo de su cabeza, su mente estaba en calma luego de años. Quizás escapar fue una decisión cobarde, pero el arrepentimiento no llegaba así que se permitiría disfrutar su momento de paz otro rato más.

Mientras Kai disfrutaba su libertad la Villa era un caos desde que no regresó al anochecer como su hermano esperaba.

Cuando amaneció fue a buscarlo en su cuarto para avisarle que volvería a irse pero no lo encontró allí, lo buscó por todos los sitios que recordaba que nombró como favoritos (cuando aún se llevaban bien) y nada, el bosque no era muy grande así que con la ayuda de unos cuantos ingresó pero sin resultados. «Él... ¿se fue?», pensó angustiado al revisar su dormitorio notando la ausencia de varias cosas. No podía ser cierto, su pequeño hermano se había ido.

───Odin... devuélveme a mi hermano.

Rogó, al igual que muchos otros.

***Continuará***

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⏰ Última actualización: Jan 17 ⏰

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