Trapito

5 1 0
                                    


Al "negro Ricardo" lo conocí en mi adolescencia, era el "trapito" de la plaza de mi colegio. Atento, amable, callado. Algo de él llamaba mi atención, en esa época estaba de novia con Mauricio, Mau, el hijo del director de la escuela, un rubio fachero, igual que yo, "imagínate los hijos que saldrían de ustedes dos" nos decía mi mamá. Rubios seguro, claro, era lo que importaba, y por supuesto yo también era la más codiciada, siempre a la moda, mis viejos tenían mucha guita y así crecí, entre pompones. Siempre fui una pendejada concheta, tenía con qué, y me rodeaba de todo eso.
Iba a colegio privado y católico, sin embargo toda la gente decía mierdas de todos, ¡de Dios nunca nada eh! En el baño del colegio todos tenían sexo, no respetaban nada, los que tenían plata se burlaban de los que no tenían. Los que no tenían tanta nos gritaban chetos, nosotros les decíamos negros de mierda, y así fue toda mi vida de niña/adolescente, pensando que todo eso estaba bien.
El último año de colegio, a la salida, empecé a quedarme en la plaza un rato sola. Mau tenía reacciones raras conmigo y me estaba empezando a dar cuenta que no me hacía bien.Pero, ¿Cómo iba a cortar esa relación de casi tres años? ¿Qué iba a decir la gente? Si éramos la pareja perfecta. "No, imposible. Seguí así Isabella, a veces hay que soportar cosas para obtener otras" me decía mi abuela.
Y yo seguí, sí, y cada día de hacía más difícil. Porque el maltrato avanzaba y yo pensaba que era amor, no sabía lo que realmente era el amor.

Un día me quedé leyendo un libro en la plaza, eso me traía algo de paz, Mau me fue a buscar.

- ¿No podés leer esta mierda en tu casa? ¿No ves que te van a robar todo, pelotuda?

- Andate Mauricio, déjame tranquila. Y afloja con las puteadas.

- Vení conmigo tarada. ¿Quién te pensás que sos?

- Salí Mauricio, déjame tranquila.

Él me agarraba del brazo fuerte y yo no quería hacer quilombo (eso quedaba mal, no podía quedar mal, eso me enseñaban en casa)
En ese momento de tensión apareció el negro Ricardo y le dijo que se aleje de mí.

- Salí de acá negro de mierda, no te metas.

- Dale, careta, soltá a la piba que te lo está pidiendo bien.

- Salí hijo de puta, métete en tu mierda. Yo sé lo que tengo que hacer.

El negro Ricardo me miró con ojos de tristeza, y yo me fui con Mauricio, mirándolo cada tanto por arriba de su hombro, mientras caminaba.

El primer día en que Mauricio me levantó la mano fue en mi casa, estábamos por acostarnos a dormir y yo no quise tener relaciones con él. Me dijo que yo estaba enamorada de ese negro de mierda de la plaza, que siempre iba a hacerme la linda para que él me mirara. Me pegó una cachetada y me tiró a la cama, tuvo sexo conmigo a la fuerza, después con el tiempo entendí que eso era violación.
Me encerré en mi misma, eso no lo hablaba con nadie, solo iba a la plaza a leer en paz, pero, a pesar de la enfermedad de Mauricio, lo sicópata que podía ser, creo que tenía razón en algo, buscaba en Ricardo una mirada, una compañía auténtica, una persona alejada de mi realidad. Ricardo empezó a acercarse a mí, con cautela, hablábamos mucho, cuando podíamos, y al principio con cierta distancia, para que nadie lo notara.

- ¿Qué te pasa que seguís saliendo con el perejil ese? ¿No te das cuenta cómo te trata?

- Y bueno, él es así.

- ¿Así de hijo de puta?

- Sí Ricardo, es un hijo de puta, pero no siempre es así.

- ¿Ya te pegó? ¿O todavía sigue haciendo buena letra?

Me quedé en silencio, observándolo. Sin poder decir nada.

- Ya te pegó entonces. Si total la sacan barata estos mierdas. Tienen todo para defenderse, ¿No? Y, ¿A vos quien te defiende?

TrapitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora