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—Samy, ¿Qué pasó con tu carta, la que estabas escribiendo hace tiempo? Nunca me la mostraste.

Samy se encogió de hombros, estaba ocupada pintando en un cuaderno con dibujos de mándalas, que eran bastante difíciles y con mucho detalle para gusto de Abril, pero a la pequeña le gustaban, por eso se compraba cada vez que veía uno nuevo.

Era su último hobby, y tenían guardado todos los libros que había completado con el tiempo.

Abril miró la hora, siendo las doce menos veinte, y suspiró, sabiendo lo que vendría.

—Samy, ve terminando por hoy que hay que ir a dormir —murmuró, se acercó a ella y dejo besos en su mejilla y en su oreja.

—No quiero —dijo, sin dejar de mirar el cuaderno—. Me falta mucho para terminar, no puedo.

—Samy, sólo por hoy, por esta vez, ¿Puedes dejarlo un rato bebé? Te prometo que seguirá allí tal como lo dejaste.

Samy negó.

—Por mí, vamos, por favor.

Se lo pensó un poco, y sabía que si insistía de esa forma era porque le resultaba importante a la mayor, así que suspiró, cerrando el libro y guardando sus colores.

—Muchas gracias mí amor—dijo la castaña, sonriendo y besando su mejilla sonoramente, haciéndolo sonreír.

Se levantó para buscar un vaso con agua y la pastilla que debía darle.

Le rompía el corazón tener que hacerla dormir con medicamentos para que no sufriera con los fuegos artificiales de Año Nuevo, pero no volvería a arriesgarse a lo que había sido la única noche en la que había permitido que se mantuviera despierta.

Samy era bastante tolerante a los ruidos, pero si eran muy fuertes, como una lluvia torrencial con rayos y truenos, o especialmente, una noche donde un montón de idiotas se divertían explotando cositas para ver colores y formas que duraban menos de un segundo; se alteraba, demasiado.

Lo había comprobado una noche, donde Samy rogó que la dejaran despierta una vez, porque quería saber lo que era el Año Nuevo, y la fiesta, y los fuegos en el cielo.

Y con los pucheros lo había convencido totalmente.

Esa noche, al marcar las doce, sentadas en el balcón, Samy vio por primera vez los fuegos artificiales, y fue cuestión de segundos para que comenzarán las explosiones fuertes y el amontonamiento de fuegos y ruido.

Cubrió sus oídos con sus manos y sintió su cabeza doler, creía que hasta iba a estallar, comenzó a gritar de dolor.

—¡Samy! ¡Samy, ya!

—¡Basta! ¡Abril haz que pare! ¡Basta! —comenzó a gritar mientras las explosiones continuaban, y Abril no podía hacer nada por ella, abrió la puerta del balcón para entrarlo y fue ese segundo que se alejó de él lo suficiente para que el menor fuera hacia la pared y comenzara a golpear su cabeza con fuerza.

—¡No, no! —Abril se había casi lanzado sobre el menor para abrazarlo, alejándolo de la pared, y Samy intentó continuar golpeándose contra el hombro de su novia, hasta que la castaña no abrazó con fuerza para que no pudiera moverse de su pecho.

No pudo siquiera entrarlo, no pudo hacer nada por ella, sólo sostenerla allí, en el balcón, apretándola para que no se golpeara, aguantando su llanto y sus gritos, sus ruegos llenos de dolor en búsqueda de paz y silencio, por alrededor de media hora hasta que el último ruido se detuvo.

Cuando paró, Samy respiraba agitada, seguía llorando y Abril lloraba con ella.

—Lo siento, Samy, no volverá a pasar nunca más.

—No me... Gusta... El Año Nuevo...—murmuró mientras intentaba recobrar el aire.

A Abril le dolía mucho tener que dormir a su novia con pastillas, pero le dolía más que sufriera como aquella noche.

Así que le daba su medicamento, la acompañaba hasta la cama y se quedaba a su lado, abrazándola, hasta que quedara dormida.

Eso hizo esa noche de nuevo, la menor cerró sus ojitos y durmió, sin escuchar ni un solo ruido proveniente de afuera.

Abril, curiosa y aprovechando su inconsciencia, buscó el cuaderno de Samy, que estaba en su mesa de luz, buscando la carta que una vez Samy había escrito, la curiosidad la comía.

Paso un par de páginas y encontró las cosas más tiernas del mundo.

Samy había dibujado todo lo que habían pasado, desde el regalo de la funda del celular, sus primeras flores, hasta el día en que Samy tuvo su primera crisis, y cada dibujo tenía una pequeña frase escrita del tipo "Abril me he regalado estrellas una funda", "Abril se ve bonita con sus flores", "Abril me abrazó hasta que dejé de llorar".

Lágrimas comenzaron a caer por su rostro y sólo pudo limpiarlas y continuar.

Encontró la carta cuando vio el texto largo, simplemente supo que era aquello.

"Querida  Abril" —comentó, sintiéndose halagado.

Te conocí al ver tu sonrisa, y una emoción nueva que desconocía apareció en mi corazón, y no sabía cómo lo hacías, aún no lo sé.

Me acerqué a ti porque quería saber quién eras, porque sentía confianza contigo, porque me mirabas a los ojos, porque me dabas atención, porque algo me pegaba a ti.

No sabía qué era, no sabía qué sentía, no sabía quién eras para hacerme sentir eso.

Me enseñaste que es amor. Era amor. Todo este tiempo. Tú eres amor, y yo soy amor.

No puedo decirlo, no me salen bien las palabras, pero soy tuya y tú eres mía, el amor es más que eso incluso, el amor es elección, y yo elijo ser tuyo, y sé que elijes ser mía, porque sino, te hubieras ido hace mucho.

No puedo hablar mucho, me trabo, las palabras se van, desaparecen, en el papel las puedo acomodar mejor, me ha costado días ir escribiendo esto.

Gracias por no irte nunca, espero que te quedes mucho tiempo conmigo.

Espero mucho que te quedes porque te amo.

Y quiero estar contigo más que nunca, para siempre, quiero tener mí final feliz contigo.

Por eso, ¿Podemos casarnos?

Con el ruido de los fuegos artificiales en su máximo esplendor, terminó de leer aquella carta que Samy había escrito muchos meses atrás, más de un año antes, Abril rió y sus lágrimas caían por sus mejillas, se tomó su tiempo para borrarlas y para aclararse un poco, al pasar a la otra hoja, no pudo evitar soltar una carcajada.

Samy había trazado su mano, y había dibujado un anillo de oro con diamantes, idéntico al suyo, en su dedo.

Abajo, decía: "Abril arruinó mi sorpresa, se adelantó".

Cerró el cuaderno, sintiendo que ya había visto demasiado, sintiendo que estaba más que conforme y más que seguro.

Lo dejó en su lugar y se volteó hacia el durmiente Samy, seguiría así hasta la mañana siguiente, así que se acomodó a su lado, acurrucando se contra su amor, tomando su mano y acariciando el anillo de su pareja.

—Te amo, esposa—murmuró, dejó un beso en su mejilla, antes de quedarse dormido junto a ella.

💙FIN💙

Sarang [Rivari] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora