Única Parte.

847 113 32
                                    

Todo el mundo decía que Isagi era el elegido de Dios. El joven que vino al mundo en la pureza y que sería el encargado de predicar la palabra del señor. Su futuro como próximo sacerdote estaba más que claro por todos, incluso así lo creía él.

Más, una tarde a sus 18 años de edad, él se encontraba en la capilla, acompañando al cura en una misa. Este mismo le indicó que se acercara a leer un versículo, y gustoso se levantó para acatar la orden, siendo la hora más esperada de su día.

Una vez estuvo enfrente de toda esa gente, abrió la biblia en la página establecida y comenzó a leer. En un momento paró de golpe ya que sintió una presión en el pecho y una presencia pesada en el lugar. Levantó su vista en busca de aquel malestar. No notó nada raro, pero sí detuvo su mirada en un joven castaño que tenía su mirada fija en él.

Nunca vió a este chico en alguna misa, o siquiera en aquella pequeña ciudad. Pero sus ojos no podían despegarse de él, tenía algo que le ponía los pelos de punta a Isagi.

Una vez terminada la misa, Yoichi se ofreció a quedarse para limpiar el lugar y acomodar algunas cosas. Los mayores le agradecieron y se fueron, quedando el pelinegro solo.

Mientras terminaba todo, la sensación de pesadez volvió a su cuerpo, en su paladar sintió un sabor amargo y su piel se erizó cual gallina.

— Padre, he pecado.

Isagi dió un brinco en su lugar al escuchar una voz rasposa en las puertas de la capilla, las cuales creyó haber cerrado con llave.

— Disculpa... Yo no soy el padre, y la misa ya
concluyó. Aún así, si necesitas confesarte puedo
servirte de ayuda.

Miró en la dirección de la voz, dándose cuenta que se trataba del hipnotizante joven que observó durante la misa. Mirándolo bien, al parecer trataba de un chico de su misma edad, sus complexiones eran similares, pero había algo en su mirada que por alguna razón ponía alerta a Yoichi. Era como si ocurriera un incendio en aquellos ojos amarillentos.

— De hecho, era a ti a quien buscaba... Isagi Yoichi.— El escuchar su nombre salir de aquel chico solo puso más nervioso al pelinegro. Su mente le advertía que debía irse de allí, alejarse de aquel individuo. Más, su cuerpo parecía no querer escucharlo, quedándose quieto mientras veía como el contrario se acercaba hasta quedar en frente.

— ¿Nos conocemos? — Trató de que su voz no saliera temblorosa, en serio trató, pero al notar la sonrisa ladina en aquel rostro sintió temblar sus labios.

— Mmm, soy Meguru Bachira, estoy seguro que no me recuerdas. Pero descuida, vine aquí exclusivamente para hacerte recordar y llevarte a casa.

Yoichi quedó confundido ante el comentario, pero Bachira no lo dejó procesar al momento de sujetar su cuerpo y sentarlo en un reclinatorio. Poniendo sus brazos a los costados de las piernas de Isagi y, por consecuente, terminar agachado frente a él.

— E-espera, ¿qué se supone que estás haciendo? — Isagi trata de levantarse, pero los ojos del contrario lo perforaron tan profundamente que dudó hasta de respirar.

— Vine aquí para recuperarte, Yoichi. Por favor, no me lo hagas difícil.— Dicho eso, se levantó levemente para acercarse al rostro de Isagi, a quien le costaba respirar con cada segundo que pasaba.

Meguru soltó una risa traviesa y pasó su lengua con descaro sobre los labios de Isagi, sintiéndolo temblar debajo suyo. Su mano se dirigió hacia el cierre de su pantalón, provocando un gemido de sorpresa en el contrario. Aprovechando eso, lo sujetó del cuello y lo besó ferozmente, sintiendo como este se negaba a seguirle aquel beso. Pero aún así, después de tan solo un par de segundos, fue el mismo Isagi quien lo intensificaba al agarrar al castaño de la cintura.

Fue la falta de oxígeno lo que los separó.

— Dios, joven predicador, que acto tan jodidamente caliente.— Bachira no pudo evitar soltar el comentario mientras reía, observando como el otro se recuperaba del que creía había sido su primer beso.

— E-estamos cometiendo pecado.— La voz de Isagi era entrecortada y temblorosa, sentía el calor en su rostro y cuerpo, no sabiendo si era la emoción del momento o era Dios quien lo estaba quemando por pecar en su casa.

— Eso es lo único que quiero hacer contigo, hijo de Dios.

Isagi no entendía por qué desde que nació fue privado de todo lo que era normal para los jóvenes de su edad, desde pequeño se le inculcó que él fue a quien Dios eligió para acompañarlo en su camino. Que era su obligación privarse de todo y elegir únicamente a Dios por sobre todas sus satisfacciones. ...

Nunca entendió ninguna de aquellas palabras, pero al ver a Bachira Meguru arrodillado y ahogándose en su polla, supo que si fue el elegido, pero no el que todo el mundo quería.

Su mente trataba de hacerlo entrar en razón y alejar el cuerpo ajeno de él, le decía que estaba ensuciando su futuro y que se iría a lo más profundo del infierno. Pero era notorio que las palabras no estaban funcionando, ya que envuelto de placer agarró el cabello rebelde de Bachira, tironeando con fuerza de él y tratando de aumentar la velocidad, provocando que se escucharan arcadas por parte de Meguru, las cuales decidió ignorar.

Bachira, por su parte, estaba fascinado de como entraba y salía de su boca aquel pedazo de carne del cual estaba encantado.

Mirar hacia arriba y descubrir la cara llena de placer de Isagi solo pudo emocionarlo más, aumentando los movimientos de lengua y mano en lo que no llegaba a entrar, él mismo se sentía acabar con tan solo chupársela a Yoichi.

Isagi observó que los ojos de bachira se pusieron de un amarillo más intenso, mientras que pequeñas lágrimas empezaban a caer, demostrando cuan profundo llegaba en la garganta del castaño. Aquella expresión solo pudo calentarlo más.

Sintió su vientre bajo hormiguear, indicando que llegaría a su límite pronto. Observó el rostro de su señor en una cruz colgada frente a ellos, sentía el castigo terrible que le vendría por pecar en su casa. Pero no le importó, disfrutó desafiarlo y poner su satisfacción por delante de aquellos ideales prisioneros.

Mientras llegaba al éxtasis cerró con fuerzas sus ojos, sintiendo todo su cuerpo arder. De su cabeza emergieron dos cuernos rojos, sus colmillos empezaron a picar y su cuerpo lentamente parecía acostumbrarse a aquella sensación.

Bachira se separó, tragando la semilla que le fue concedida y deleitándose con su sabor. Observando con deseo a la criatura que se le ordenó recuperar.

— Oh mi señor, no sabe cuánto he esperado por el momento de su regreso.— Las mejillas de Meguru se enrojecieron cuando Isagi lo miró, con aquellas pupilas tan azules que parecían quemar.

— Gracias, Meguru. Ahora vayamos a casa.— Extendió su mano, la cual el contrario recibió gustoso, mientras todo el edificio a su al rededor empezaba a quemarse.

El príncipe del infierno por fin fue capaz de reencarnar. Y ahora Bachira no iba a separarse de él, no dejaría que se lo vuelvan a quitar.

Padre, he pecado. || bachisagi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora