Capítulo XVIII

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Cuando Sebastián llegó al edificio, Agustina ya estaba esperando detrás de la puerta de vidrio

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Cuando Sebastián llegó al edificio, Agustina ya estaba esperando detrás de la puerta de vidrio. Verla allí parada, esperándolo a él, le produjo un calor en el pecho y en otras partes de su cuerpo. Estaba hermosa, demasiado, tanto que dolía. Enfundada en ese vestido negro que la cubría hasta los pies, pero que dejaba ver cada una de sus curvas. Era una ninfa que lo atraía con un hilo invisible, cada día más.

Se bajó del auto y se dirigió a la puerta, al acercarse pudo ver su incipiente pancita dibujarse en la tela del vestido y el calor de su pecho se acrecentó. Quería tocarla, abrazarla y cuando ella abrió la puerta y se besaron en la mejilla no pudo resistirse. Su mano avanzó sola hacia su estómago.

—¿Puedo? —preguntó—. Agustina asintió con la cabeza. La mano siguió su curso apoyándose para luego moverse en una especie de caricia que la estremeció entera, tanto que tuvo que cerrar los ojos e intentar fortalecer sus piernas que le habían temblado como flan. Luego, deslizó su mano hasta la de Tina, entrelazó sus dedos y la miró fijo a los ojos—. ¿Vamos? —. Ella volvió a asentir con un gesto de cabeza. No le salían las palabras. Estaba nerviosa por ir a esa fiesta, por no saber a lo que se enfrentaba y por ese metro ochenta y cinco de traje que se erigía frente a ella con una expresión de deseo en los ojos. ¿La deseaba a ella?

Sebastián la acompañó al auto y le abrió la puerta como un caballero, aunque en el fondo se sintió un cretino. No tendría que haberle pedido que lo acompañara. No tendría que exponerla a eso. Solo pensó en él y fue egoísta. No quería que nada ni nadie la lastimara. La necesidad de protegerla le corrió por las venas como un reguero de pólvora. ¿Sería consecuencia de la paternidad?

—Gracias. Todo un caballero —murmuró Tina cuando los dos ya estuvieron en el interior del auto.

—¿Lista?

—Creo que nunca estaré lista... —Sebastián volvió a tomarla de la mano y la apretó con firmeza.

—Vamos a establecer algunas pautas: no te separes de mí en ningún momento; si te sentís muy incómoda, no tengas miedo de decirlo y nos vamos. ¿Está bien?

—Creo que voy a poder resistirlo.

—Yo también lo creo. Sos muy valiente. No tengo dudas. —Agustina sonrió con timidez y tuvo que hacer un esfuerzo imposible para despegar sus ojos de él. No quería que descubriera en su mirada todo lo que sentía.

Sebastián puso en marcha el auto y avanzó por la avenida hasta el hotel Alvear dónde se celebraba la gala benéfica. Además de exclusivo y de lujo era un hotel con tradición en la ciudad. El corazón de Tina amenazó con salirse de su pecho al ver la cantidad de periodistas que estaban apiñados en la entrada del hotel intentando lograr una nota o la mejor foto.

Sebastián bajó del auto y cruzó para abrirle la puerta y ayudarla a bajar. La tomó de la mano intentando darle seguridad y protección. Se sintió agradecido por tener a esa mujer a su lado, acompañándolo y no por dinero ni por otro interés, sino porque él se lo había pedido, por sus hijos, por esa familia que de la nada estaban creando.

Embarazosa EquivocaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora