1. El principio del fin de Maisha Morales

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Salió del antro pensando en el par de exámenes que le esperan la próxima semana y supo en ese instante que había fallado en su misión de olvidar, al menos por un momento, que tenía dos malditas pruebas la maldita semana entrante.

Ni tres tragos cargados de vodka ni un par de besos compartidos con un extraño en la parte más oscura del bar La Macedonia le habían despejado la cabeza del examen de Contabilidad Básica y Gestión que tendría el lunes y que el martes, el mismo martes que iba pegadito al lunes, tendría el de historia social y política contemporánea.

Maisha no supo cómo había hecho para sobrevivir hasta el segundo semestre de la carrera sin arrancarse los pelos de las cejas con el abrelatas oxidado de la cafetería en la que trabaja, pero ahí está ella; saliendo sola un jueves por la noche y volviendo a casa a las tres de la madrugada, a paso lento bajo las farolas para no admitirse a sí misma que está algo ebria y que aún le da vueltas en la cabeza la duda de sus elecciones a futuro.

Se abrazó a sí misma cuando un viento gélido sopló de forma descortés sobre su cuerpo abatido. Faltan diez cuadras para llegar a su departamento, y aunque había descargado la vejiga hacía apenas cinco minutos, la necesidad de usar el baño otra vez la hizo apretar el paso en contra viento.

Alrededor de ella ya no se oye el típico barullo citadino, el repiquetear de sus botas sobre el pavimento es su única compañía, y aunque odia a la raza humana en general —principalmente porque ella misma forma parte de esta—, en ese momento pensó que quizás no habría estado mal tener un poco de compañía.

Quizás manosear un poco más al tipo del bar…

Un grupo de personas paradas bajo la farola de la vereda de enfrente a la que ella transitaba le llamó la atención. Estaban estáticos, tiesos, como si estuviesen esperando el bus en el lugar equivocado. Maisha no podía distinguirlos bien, los veía algo borrosos, pero aún así agradeció su fugaz compañía.

Eran cinco siluetas. No, seis siluetas contando a la que se hallaba recostada en el suelo.

Unos borrachos, pensó con empatía, unos borrachos que quizás tenían exámenes pronto y no sabían que esa no era la parada del bus.

—¡Amigos! —gritó con la mandíbula un poco floja—. La parada de buses está en la otra esquina.

El hombre que estaba en el medio, del que solo podía distinguir un cabello largo y ondulado, levantó la mano, Maisha no supo si en agradecimiento, saludo o invitándole a ir hacia ellos.

Sí, el movimiento de su mano era claramente una tranquila invitación a acompañarlos. Ella había pedido por compañía y la compañía estaba allí, a unos cuatro metros. Sin embargo, sus deseos de descargar la vejiga eran más fuertes que las ganas de quedarse con esos tipos a esperar un bus, que tal vez tardaría una hora en llegar, solo para no volver a su depa tan temprano a pensar en exámenes.

Maisha se encogió de hombros y apresuró el paso, haciéndole un saludo militar antes de seguir su camino.

Entró en su departamento sin preocuparse por echar llave. Corrió hasta el baño y meó como si fuese un campeonato. Las luces anaranjadas le devolvieron un reflejo desmejorado mientras se lavaba las manos frente al espejo. Sus ojeras estaban pronunciadas, su maquillaje corrido.

Recordó vagamente que el tipo al que se había agarrado le había acariciado la cara, quizás quería deshacer el maquillaje de Maisha para probar algo; tanto como que era un buen besador —no lo era—, como querer demostrarle a algún amigo que la había desarmado por la intensidad del encuentro.

Quizás nada de eso, quizás solo era toquetón.

Maisha aprovechó a pensar en el tipo, porque mañana sería solo un recuerdo borroso, empujado al vacío por la inmensidad de las responsabilidades que no quería tener. Se sacó el maquillaje pensando en aquellas manos callosas. Se deshizo de los dos pequeños rodetes altos tratando de recordar si sabía a martini o a ron. Se lavó los dientes pensando en el Estado de Situación Patrimonial…

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⏰ Última actualización: May 12, 2023 ⏰

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