Llevaba al menos tres horas panza al sol, en el alféizar de la ventana del señor Bonet. Bueno, de los señores Bonet, pero es que siempre me olvidaba de aquella mujer insignificante, que jamás hacía ruido ni cantaba, ni llevaba zapatos de suela; que era sigilosa como yo mismo. Pequeña y ligera, la señora Bonet corría todo el día arriba y abajo por la escalera que conectaba la planta alta de la casa con la baja, llevando consigo un trapo, una escoba o un cesto de ropa limpia. Mirarla demasiado rato me ponía nervioso, tan activa y ocupada siempre y, a la vez, inaudible, invisible.
El señor Bonet, en cambio, pasaba la mayor parte de su tiempo en el sofá del salón de la casa, de luz amortiguada y muebles de madera noble, que transmitían una sensación de agradable calor. Siempre sentado tras el parapeto de su periódico, leyendo las noticias del día, o bien armado con un bolígrafo, rellenando los crucigramas, sudokus y sopas de letras de la página de pasatiempos.
Yo solía acudir al sol que daba de lleno en la ancha repisa de la ventana de aquella sala y pasaba buena parte de mi tiempo panza arriba, sin molestar ni ser molestado. Al principio, el señor Bonet protestaba a gritos: «¡Este bicho, otra vez aquí! ¡Échalo con la escoba!». La señora Bonet, con su voz queda, tan solo audible para unas orejas tan afinadas como las mías, contestaba en un susurro: «Deja al pobre animal, no molesta», y continuaba sus quehaceres diarios, sin volver a dirigir la palabra a su esposo en todo el día.
Siempre me habían parecido un matrimonio corriente, al menos comparado con la mayoría de parejas que ya se encontraban en el otoño de sus vidas. Jubilados, con una pequeña casa en las afueras de la ciudad, un jardín bien cuidado y una sensación razonable del aseado espacio. Por las ropas y los muebles, así como el automóvil del garaje, daban la impresión de ser una familia de buena situación, sin excesos, pero también sin claros defectos en lo que a comodidades se refería. Ignoro si tenían hijos, aunque yo jamás les vi recibir visitas de nadie. Por eso mismo, me había llamado la atención la muchacha que, hacía un mes, había ido a la casa.
Elegante, aunque con ropa de un corte bastante mediocre, un pequeño broche dorado cuyo brillo me cegó por un segundo, una maleta de cuero marrón y el cabello recogido, la joven había llamado a la puerta una tarde en que yo estaba dormido, como siempre, en la ventana. Me despertó el timbre y, naturalmente, presté atención a la chica. Bonita, de lindas formas y unos ojos que expresaban muchas ganas de triunfar en la vida, llamó a la puerta de los Bonet, e inesperadamente, fue el señor Bonet quien abrió. Y, para mi sorpresa, una sonrisa y una mirada de interés apareció en su semblante, que nunca había ido más allá de fruncir el ceño o refunfuñar.
Intercambiaron unas palabras de cortesía, entró tras él a la sala y se sentó, abriendo su maleta y mostrando unos libros de colección que llevaba en ella. El señor Bonet pareció muy interesado, aunque no apartaba ni por un momento la mirada de las rodillas de la señorita, cuya falda se había subido al sentarse. Del mismo modo, ella no dejaba de mirar los cuadros, las porcelanas de Dresde de la repisa de la chimenea, los bruñidos muebles y el reloj de pulsera del señor Bonet, a quien no dejaba de sonreír.
La señora Bonet apenas apareció un momento y fue para llevar un servicio de té que no se quedó a tomar.
Al final de la tarde, el señor Bonet firmó unos papeles a la muchacha y extrajo de un cajón de la cómoda del salón su libreta bancaria, cuyo número anotó cuidadosamente en los documentos, sin que la chica perdiera de vista las hojas que indicaban el saldo, con los ojos muy abiertos.
Unos días más tarde, volví a ver a la joven llamar a la puerta. No me sorprendió; estaba claro que se había sentido interesada por las posesiones del señor Bonet, así como este en la risa argentina y las bonitas rodillas de ella. Cuando le abrió la puerta, la chica le entregó los libros y él la invitó a pasar de nuevo. Desde aquel día, las cosas comenzaron a cambiar en la casa.
ESTÁS LEYENDO
Los ojos del gato
Mystery / ThrillerSoy un gato muy observador. Mi dueña es policía de un pequeño pueblo y, aunque muy buena chica, algunos casos se le escaparían si no fuera por mi ayuda. Por ejemplo, el que narro en esta historia...