Genoveva estaba molesta con las visitas constantes que recibía del nuevo amigo de su padre Don Diego Antonio de Morales. Ella no entendía porque se presentaba cuando no estaba su padre, además que le molestaba que tenía que dejar de realizar sus actividades por atenderlo y sus pláticas banales era lo más tonto que había.
—Mi niña. —Entró, Rosita corriendo al cuarto de Genoveva —Acaba de llegar el señor ese todo elegantioso. Un caballero español en toda forma, el de la hacienda La Merced y ha pedido verla a usted, ya no pidió por su padre, ahora vino preguntando por usted. —Rosita se mostraba ansiosa y emocionada a la vez, recargada en el marco de la puerta.
—Pues yo no sé porque quiere hablar conmigo, estaba a punto de salir a ver a los enfermos, estoy harta de atenderlo.
—Ay niña, pues está bien guapote y esos ojazos verdes y pues usted es muy bonita, pos como que usted ya se está pasando de la edad para casarse y se ve que le gusta usted mucho.
—De qué tonterías hablas, Rosa, cuáles ojazos, yo lo único que eh podido apreciar en su cara desde que lo conocí es la enorme nariz de cacatúa que tiene. Ya madura y por una vez en tu vida deja de decir tonterías. Vamos a ver que quiere ese señor y a despacharlo rápido para atender mis asuntos, hablare con él para pedirle que no me siga molestando.
—Niña, si comete esa grosería y termina por desairar a ese señor su padre se molestará muchísimo con usted.
—Me importa muy poco lo que mi padre quiera, yo no me siento bien atendiendo a ese señor y no quiero volver a verlo.
—Pero niña es guapísimo, con su pelo tan negro como el ala de un cuervo y sus ojos son verdes y es casi tan blanco como usted y esta altísimo, imagine las creaturas tan preciosas que tendrían.
—Pues que observadora eres, tan solo te falto mencionar la nariz tan prominente que tiene, es más, temo que si un día se acerca demasiado pueda sacarme un ojo y si tanto te gusta cásate tú con él, que yo no me casare nunca.
Rosa se molestó y salió del cuarto diciendo.
—Pues dudo mucho que no se case, voy a avisar que baja en un momento.
Cuando Genoveva bajo a la sala, el señor Diego se encontraba sentado plácidamente en la sala, bebiendo un vaso de agua fresca. Él se paró al instante en cuanto Genoveva pasó el arco de la entrada, caminó para besar su mano como hacía desde que lo conoció.
—Señor, buenos días y a que debo su visita, mi padre no se encuentra en la hacienda, me imagino que supervisa su mina.
Genoveva retiró su mano de entre las de él, ya que no se sentía cómoda cuando mantenía agarrada más del tiempo necesario. Ella se retiró para tomar asiento al igual que él.
—Por favor, Genoveva, no me digas señor, que me haces sentir viejo, yo te considero ya una amiga, así que te pido que me llames Diego.
—Lo siento, pero yo no amisto con hombres y mucho menos con los amigos de mi padre.
Rosita, que se encontraba en una de las esquinas de la habitación, hizo una negación con su cabeza volteando a ver a su patrona. Diego avergonzado en la forma en que le contesto Genoveva ordenó a Rosa.
—Muchacha, ven y lleva mi vaso a la cocina y te pierdes por ahí que necesito hablar a solas con tu patrona.
—Rosa se acercó a Don Diego, tomó el vaso y salió de la habitación sin voltear a ver a Genoveva.
—¿Y usted quien se cree para ordenar así a mi sirvienta? —Dijo esto Genoveva parándose de su asiento echando chispas por los ojos.
—Yo, Genoveva, no me creo nadie. Yo soy tu prometido.
Dijo esto acercándose más de lo permitido a Genoveva, cuando Diego inclinó su cabeza con intención de besarla. Esta se le adelantó y le dio una cachetada tan fuerte que sacudió la cabeza. Diego al sentir el impacto de la mano de Genoveva se sobó con su mano el área afectada en la cual había quedado grabada la mano de Genoveva con una marca roja.
—Me complace que mi futura esposa no sea una cualquiera que se deje besar antes de la boda. Disculpa Genoveva mi ímpetu, pero a veces se me acaba la paciencia y desde que te conocí la paciencia es algo con lo que no cuento últimamente. No quería que esto saliera así, quería conquistarte poco a poco, sé que tienes corto tiempo de que acabas de regresar a casa del colegio donde te mando tu padre para hacer de ti una señorita respetable y educada. Cuando nos casemos no vivirás tan lejos de aquí, podrás venir cuando quieras, te permitiré que puedas llevar contigo a tu criada y a tu nana para que no te sientas el cambio tan brusco. Pero una cosa te advierto, no permitiré que seas caprichosa, yo no soy como tu padre que acepta todos tus berrinches y rabietas como si continuaras siendo una cría —Diego sacó de la bolsa de su pantalón una bolsa de terciopelo, abrió el cordón y saco un anillo de esmeralda y lo colocó en el dedo de Genoveva.
Genoveva incrédula ante todo lo que oía, miró su mano izquierda donde había puesto Diego el anillo de esmeraldas como símbolo de posesión. Eso le quedó muy claro a Genoveva, sin pensarlo dos veces lo arranco de su mano y lo aventó a la cara de Diego gritando enfurecida.
—¿Que tú eres mi prometido! Óyelo Bien, Don Diego Antonio de Morales, yo no soy prometida de nadie y nunca lo seré, jamás me casare, ¡quiero que me dejes en paz me oyes! —Genoveva salió corriendo a toda velocidad de la hacienda, con lágrimas en el borde de los ojos y desasosiego en su alma.
Diego, molesto por la pataleta de su prometida, apretaba entre sus manos el anillo de compromiso qué había comprado en Nueva Galicia en uno de sus viajes. Avergonzado ante todos los criados que presenciaron el desagradable incidente ya que en cuanto escucharon los gritos de la muchacha acudieron a la sala observando la escena que protagonizaron Genoveva y Diego. Cuando se había decidido seguir a Genoveva sintió que alguien lo tomaba del brazo para detenerlo.
La nana María Luisa le dijo a Don Diego casi como un susurro para que no los escuchara los presentes.
—Señor mío déjela sola, debe dar oportunidad a que se acostumbre a la idea de que se casara con usted, ella se ve como una mujer, pero por dentro es una chiquilla, el tiempo y la razón la harán reflexionar y ahorita los dos están muy exaltados. Si de verdad la quiere para usted, dele un poco más de tiempo, yo hablare con ella ya que se apacigüen las aguas y le hare entender.
—De acuerdo, nana María Luisa -dijo Diego entregándole el anillo —Confiare en usted, espero que en mi próxima visita ella porte mi anillo en su dedo. Volveré en mayo para las nupcias, durante este tiempo arreglare lo necesario en mis negocios para llevarla a conocer a mi familia en España y a su abuelo en Francia como viaje de bodas —Don Diego no dijo más y se marchó montando su caballo.
Genoveva corría con todas sus fuerzas, sentía que iba a llorar, pero como siempre las lágrimas no acudían como consuelo, sentía que se ahogaba ya que el aire que lograba aspirar le quemaba al entrar por sus pulmones, pero no podía parar de correr sabía que estaba dando un espectáculo al levantar su falda para no caer al correr tan rápido. Ya no le importaba nada, solo tenía que llegar a su padre cuanto antes para aclarar las cosas.
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Esclavo de Pasión y Odio
Historical FictionJoven del desierto esclavizado, siente atracción y odio por hija de hacendado la que esta prometida a su vecino pero se siente atraída por el esclavo. Advertencia: Este libro toca temas sensibles como el racismo, esclavitud y actos de violencia, son...