PRIMERA PARTE
SEÑOR TESTIGO Y LAS DOS SOMBRAS
El sonido agudo de una alarma tomaba eco por la habitación desordenada, ropa tirada por la alfombra, comida rápida de algún restaurante chino con sus fideos regados por la mesa. La oscuridad de la alcoba era la misma de día que de noche, era como querer andar con los ojos cerrados para ignorar el reflejo de la vida en ese cuarto.
El departamento era lo bastante grande para vivir pero lo suficiente pequeño para ahogarse con el propio aliento. Había periódicos y revistas regados como campo minado por el suelo de tablas, el aroma de la madera contrastaba el olor del lugar incluso lo hacía parecer un cuarto normal aunque fuera solo con el olfato. Si alguien encendiera la luz parecería que alguien estuvo peleando con un tigre y el tigre hubiese ganado.
El fondo fuera de la vivienda era el motor de carro de alguna persona con insomnio que pasaba por el barrio, perros ladrando a los gatos esculcando en la basura, buscando tal vez alguna lata de atún con carne pegada de la cena de ese día.
La alarma se convertía lentamente en el sonido de una llamada. Una mano de piel suave de entre las sombras bailó torpemente con los objetos del buró hasta encontrar a la pareja que buscaba llevando el aparato a la tierna mejilla de la mujer.
—Oficial Rogers, diga. —dijo una voz quejumbrosa.
—Te necesitamos en la estación. —Del otro lado una voz varonil aunque joven reflejaba un poco de incertidumbre.
—Hay 40 oficiales, Newman ¿Cuántos policías necesitas para cambiar una bombilla? —Su voz se iba aclarando
—Es un caso distinto. —calló esperando una reacción. —Tal vez hasta te guste. —añadió.
Rogers siempre fue una mujer ambiciosa (en el buen sentido) y gustaba de retos, lo consideraba un mejor hobby que responder los crucigramas del diario por la mañana los cuales ella solo compraba precisamente por eso puesto que pasaba totalmente de las noticias, no necesitaba saber de más crímenes de los que resolvía. Una mujer que se moldeó con sus propias manos. Independiente y fuerte. Un diamante salido del lodo.
—Me gustará si eso incluye un capuchino caliente. —Se notaba el interés en su tono. —Llego en unos minutos. —No dio tiempo a réplica al otro lado y colgó.
Dejó el celular en donde estaba mientras intentaba de ni siquiera parpadear para no volver a caer en el sueño. Se levantó de golpe y con paso tambaleante llegó al baño y se sentó en el váter y luego fue hacia el lavabo.
—Hoy será otra de esas noches ¿Eh? —Dirigiéndose al reflejo en el espejo sobre el lava manos con cara sonámbula.
El espejo mostraba a Margareth Rogers, una mujer de 32 años con un semblante duro pero atractivo en todo sentido. Sus ojos reflejaban su matrimonio con su trabajo, su rostro solo portaba como maquillaje unas ligeras ojeras aunque eso no dañaba ni de lejos el bello rostro que mantenía pese a su labor nocturno de patrullaje. Una detective audaz e impecable, aunque fuera sólo en su profesión. Hacía años que no le preocupaba la estética tanto como para el trabajo como para la casa, fiesta o funeral.