DANDO MARCHA ATRÁS

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Nunca imaginé que las cosas sucedieran así. En mi mente, la posibilidad de que mi madre se fuese antes que mi padre, no existía. Siempre di por hecho que sería al revés, que viviría tantos años como la abuela y que mi hermano y yo nos la tendríamos que ir rotando, seis meses en una casa y los otros seis en la otra. Maldeciríamos no haber tenido más hermanos con los que repartir la carga, como los tíos. Cuatro hermanos, tres meses con cada uno. Tres meses era el tiempo justo para despacharla antes de que su presencia en el hogar acabase con tu paciencia. Recuerdo entonces los ratos de complicidad con papá, los codazos avisando de los ronquidos de la abuela, mientras se aferraba al mando de la tele como su tesoro más preciado. Nos tragábamos tardes enteras de telenovelas por miedo a quitárselo y al final, acabábamos enganchados a las historias más rocambolescas. Cuando la abuela murió, el acento sudamericano dejó de visitar nuestro salón.

Ahora que conduzco de camino a casa en busca de papá, no puedo evitar recordar nuestras eternas madrugadas viendo la Fórmula 1. Lo primero que hacíamos era disponer la mesa con toda la bollería que teníamos en casa. Galletas, croissants, sobaos, cereales y un buen tazón de leche con Nesquik. Desayunábamos tranquilamente con el sonido de los motores de fondo. Animábamos a Fernando Alonso con la boca llena y con el deseo de que mamá no se despertase pronto porque se acabaría nuestra fiesta.

Al doblar la esquina de nuestra calle, recuerdo las tardes jugando al Gran Turismo. Encajábamos el volante en la mesa del salón, enfrente de la televisión. Papá se ponía los pedales en el suelo y cuando me tocaba a mí, cogíamos el alzador de la cocina, con la alfombra del baño debajo para que se no se resbalase. Me concentraba en ganar todas las carreras posibles, porque cada vez que ganaba mi padre me abrazaba contento mientras decía que éramos el equipo perfecto. Pocas veces después volví a sentir ese orgullo en sus ojos. Es curioso, cuando me saqué el carnet de conducir ya no vivíamos en la misma ciudad y ni siquiera me mandó un mensaje alegrándose. Cada vez que me subo al coche, pienso en él.

Lo veo desde lejos con la sensación de que le reconocería entre un millón, a pesar de su gran cambio físico. Tenía mucha más tripa, estaba más calvo y llevaba la barba de una semana, cuando él solía afeitarse todas las mañanas de forma rigurosa. Debajo del brazo intuyo que lleva las cenizas de mamá.

-¿Dónde las pongo? -me grita cuando bajo la ventanilla de copiloto.

-No sé, detrás. Ponlas en el asiento con el cinturón enganchado.

Veo desde el espejo interior su falta de agilidad y el temblor de sus manos. No atina a anclar el cinturón en el soporte y se empieza a desesperar, la edad también le ha quitado paciencia. Se enfada y mascullando decide dejarlo así, cierra de un portazo y se sube a mi lado.

-¿No se caerá?

-¡Qué va! ¡Pesa como un muerto! ¿Lo pillas? -se ríe, dejando a la vista más huecos en su dentadura de los que recordaba.

-¿Cómo puedes hacer bromas con algo así?

-¡Anda! ¿Y qué quieres que haga?

-Espera papá, te lo abrocho yo, que este cinturón tiene truco.

-Oye, ¿este coche es nuevo?

-No, llevo con el mismo coche desde que me saqué el carnet hace diez años.

-Pues está bien, no es tan grande como el mío, pero está bien.

-Nunca me han gustado los coches grandes.

-Nunca has tenido mucha idea de la vida.

Sigo las indicaciones del GPS hasta que a mi padre se le mete entre ceja y ceja que hay un desvío que nos va a ahorrar la mitad de tiempo. Yo, por no escucharlo, le hago caso y cambiamos el firme asfalto por tierra removida y desnivelada que nos hace botar en nuestro asiento. Al ver que nuestro camino se estrecha, empiezo a arrepentirme de la decisión. Había olvidado que mi padre era experto en meternos por caminos sin salida y coger desvíos que nos alargaban el trayecto dos horas, como esa vez que íbamos a ir de visita a Cuenca y acabamos comprando morcilla en Burgos. Creo que en ese viaje llegamos a escuchar el mismo disco de OBK diez veces seguidas y lo que iba a ser un plan maravilloso en familia se acabó convirtiendo en mi madre enfadada y preocupada por el precio de la gasolina, mi padre haciendo como si nada y cabreándola aún más y mi hermano y yo en el asiento de atrás en silencio, como meros espectadores de una escena ya habitual.

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⏰ Última actualización: Apr 24, 2023 ⏰

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