Insanity - I

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Eran cerca de las tres de la madrugada. Las farolas tintineaban constantemente bajo la tenue luz de luna que cubría los tejados de Seattle una cálida noche de agosto. Jeff no necesitaba su habitual sudadera blanca, así que se deshizo de ella con un rápido movimiento, y la ató a su cintura. Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con una pequeña cartera en la que guardaba un poco de dinero, reservado para sus habituales rondas nocturnas. Comprobó que tenía suficiente dinero y se dirigió al bar más cercano con una enorme sonrisa dibujada en el rostro.

Era demasiado sexy para mí.

Apagué el portátil y me acabé de un trago el café con leche que tenía en la mano. Desde que descubrí al mayor seductor de la historia rondar por mi calle no pegaba ojo hasta muy entrada la noche. Todos y cada uno de los días. Me moría por conocerlo en persona, tocarlo, besarlo, amarlo... No me lo podía sacar de la cabeza. De repente, mi corazón dio un vuelco al verlo salir del Nikki's con una botella oscura. Tenía que bajar y hablar con él. Tuve suerte, porque se quedó sentado en la acera de enfrente. Escribir todo lo que veía en un diario había sido una buena idea. Lo conocía; sabía lo que hacía, y me gustaba. Me puse mis vaqueros blancos y una camiseta violeta. En ella estaba dibujado el logo de Gikka, una cantante muy antigua que tenía una magnífica voz y unas canciones geniales. Esperaba no disgustarle.

Bajé las escaleras a todo correr y salí apresurada por el portal, sin fijarme en la pareja que se manoseaba a mi lado. No me lo podía creer: ahí estaba.

El cabello oscuro le caía sobre la frente, cubriendo parte de sus negros ojos. Su rostro era claro, no blanco como describían en internet los fanboys y fangirls decididos a convertirlo en un monstruo. Tampoco tenía una enorme sonrisa roja dibujada en sus mejillas; es más, estaba sereno, y sus rojizos labios se movían constantemente. Estaba hablando, pero no tenía teléfono. Hablaba solo. Mi vista bajó a su pecho. La camiseta que llevaba era exactamente igual a la mía, pero de un tono pardo. Sus vaqueros, negros, marcaban todo lo que quería ver, y no fue decepcionante. Sonreí para mis adentros, ¡que tonta! Jamás me iba a tratar de diferente manera. Sería una fan más, y por consecuente, una víctima más. Pero a veces hay que hacer locuras por amor. Aunque tengas que arriesgar tu vida por un demente asesino. Y no me iba a echar atrás.

Crucé la calle y me quedé inmóvil unos segundos: Me había visto. Algo me dijo que no siguiera con mi plan, que iba a acabar mal, y le hice caso, porque en vez de acercarme a él, me di la vuelta y caminé en dirección contraria.

Me di cuenta de que me había sumido en la más negra oscuridad unos minutos después. Acababa de meterme en un callejón sin salida.  Aproveché la falta de luz para acurrucarme en un rincón y echarme a llorar. No había sido capaz de acercarme al amor de mi vida: a Jeff. Jeff the Killer.

Apenas me percaté de que no estaba sola en aquel lugar. Una larga sombra se acercó a mí, y se sentó a mi lado.

-¿Por qué lloras, pequeña?- Dijo una voz masculina.

-No... no lo entenderías.- Respondo, con la voz rota, debido a los sollozos.

-Ven, olvida a ese idiota y ven a mi casa. Tengo todo lo que necesitas.

A lo mejor podía olvidar el incidente de aquella noche.

-No sé...

-Bésame, pequeña. No te voy a hacer daño.

Acerqué la cara al desconocido y cerré los ojos mientras aspiraba el olor a Vodka de su aliento. Separé los labios y los pegué a los suyos...

Hasta que noté un cálido sabor metálico en la lengua.

Me separé lo más rápido que pude y desvié la mirada a su estómago, por el que sobresalía una gruesa punta de machete. Gemí y caí al suelo, golpeándome en la cabeza. Mi visión se nubló, pero pude distinguir a la persona que había clavado el machete en el estómago del hombre.

Se agachó sobre mí, y, aunque mi cabeza pedía sueño, le susurré:

– Tú también deberías irte a dormir, Jeff.

Antes de perderme del todo en la oscuridad... que no fue eterna.

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