Capítulo 1:

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¿Alguna vez han asistido a un velatorio dónde no conocen a nadie? Es una experiencia extraña, hay veces en las que quieres reír, otras dónde no puedes evitar llorar, y otras en que sólo te sientas a hacer acto de presencia mientras miras hacia el suelo. Espero que nunca se encuentren en una situación así, es realmente molesto no conocer ni siquiera al difunto.

Pero claro, se preguntarán que hago aquí entonces, ¿por qué vine si considero esta situación molesta e incómoda? La respuesta es mi hija. Las lágrimas que derramó la noche anterior por su viejo amigo fallecido no me dejaron dormir, no se llora así por alguien que no te importa. Por eso, no pude negarme cuando me pidió que la acompañara al funeral. Claro que a las pocas horas me arrepentí, me dolían los pies y la espalda me pedía a gritos que tomara asiento, pero hacerlo implicaba volver a observar con pésame a todos aquellos que estaban pasando un mal momento. ¿Acaso lo que sentía me hacía cruel? No, yo creo que no, me consideraba una persona suficientemente buena, por eso había acompañado a mi hija. De lo contrario, estaría aquí sufriendo sola, sin su madre para tomarle la mano.

Lo que más me entretenía de los funerales era observar e identificar a los diversos tipos de personas que asistían a ellos. Yo tenía mi propia clasificación, por supuesto. De acuerdo con mi juicio, yo era de las que se sentaba toda la tarde a observar a los demás, sonriendo eventualmente cuando la ocasión lo requería, saludando a quienes se me acercaban sin siquiera saber quienes eran, saliendo a estirar mis piernas cuando mi trasero se acalambraba y callada como una tumba, con miedo a decir algo que importunara. Pero había muchas más clasificaciones, las fui descubriendo a lo largo de la tarde.

En primer lugar, estaban las ancianas que se encargaban de criticar y contar chismes de los demás:

—¿Viste lo alta que está? Nadie va a querer casarse con ella con esa altura. Me sorprende que su padre no se dé cuenta que no es su hija. Su mujer hizo lo que quiso cuando estuvieron juntos, un horror —exclamó la mujer canosa, pero energética al hablar. ¿Por qué lo hacía? Tal vez porque el silencio sepulcral del salón era demasiada presión para ella, de alguna manera debía liberarla.

Lo que me causó gracia fue la reacción de su entorno mientras yo estiraba mis piernas a unos pocos metros del grupo parlanchín; todas rieron. Solo algunas le golpearon el hombro para que bajara la voz porque la víctima estaba a una distancia peligrosa para su cuchicheo descarado y revelador.

Di por terminada mi investigación cuando los chismes se hicieron cada vez más insólitos, entonces decidí sacrificarme y volví a mi asiento. El velatorio recién empezaba y dentro del salón ya se percibía un ambiente pesado con vestigios de sollozos y susurros a lo lejos. La gran acústica de aquellas cuatro paredes hacía resonar cada palabra de aliento que le transmitían a los familiares, sin embargo, quedarme aquí era mucho mejor que seguir escuchando a las integrantes de la primera clasificación: las criticonas.

Dos personas para un funeral  #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora