El sol ilumina la rendija por la que se acumulan las deudas.
El tamborileo de los dedos ansiosos contra la mesa que buscan canalizar el estrés de notar que aunque pasen los días y el esfuerzo se duplique, irremediablemente la miseria te acorrala.
Te ensordecen las voces que impacientes reclaman satisfacer tus necesidades.
El apetito disminuye, ahora, el nudo en el estómago se suma a la horda de blasfemias con las que tu mente bombardea cada rincón de luz que logras divisar.
Temes despertar, temes al frío, al hambre, al desprecio del empleador, a la enfermedad, al bochorno de la lástima de una mirada inquisitiva.
Te encontrás en las arenas movedizas de la miseria que te arrastran al fondo.
Por más fuerte que te impulses, es inútil;
Por más fuerte que grites, nadie escucha;
Por más fuerte que trates de respirar, te asfixia, te agobia, te presiona el pecho, se mete dentro tuyo por cada rincón de tu ser.
Lloras, imploras piedad, salís todos los días por una oportunidad y una a una las puertas se cierran delante de las sonrisas que dibujaron en sus rostros que esconden la verdad. Te desprecian, denigran, prejuzgan. Se suman esos rostros en tu agonía.
No entendés cómo no te descompensaste aún. Con tanto ruido, con tanto dolor, con tanta humillación.
Respira tu cuerpo, pero tu mente se hunde en gritos ahogados en la infinidad de las Arenas Movedizas
