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Las hojas de la libreta crujían bajo mis manos y la tinta medio corrida de mi nombre había ido perdiendo su vital color con el paso de los años, aunque sin dejar de cumplir con su función pues, a pesar de su poca claridad, no se había extraviado. Me acerqué a la caja repleta de libros, apuntes y chorradas varias que había ido guardando toda mi vida, con la intención de clasificar, en la caja de la mudanza, aquel cuadernillo cuya portada de Mister Wonderful me miraba, exigiendo que recordase todos sus secretos. Pero algo me frenó, quizás fue esa curiosidad tan característica de un periodista o quizás fue el egocentrismo lo que me condujo a inmiscuirme en la intimidad de mi yo pasado y así comencé a leer las dudas que aquella niña se preguntaba sobre su futuro, ese que yo ahora personificaba y respondía, y así comencé a leer:

"Un paso, y otro, y otro más, y sigue, un buen rato, caminando por la senda mientras pasa el tiempo. El tiempo... ese profesional alborotador de nuestras vidas que nunca para, ni toma un descanso, no respira solo corre, no conoce a nadie y al mismo tiempo conoce el todo y a todos. Es irónico, pues, cuando eres feliz corre más rápido y en cambio cuando sientes el mundo sobre tus hombros, camina despacio a tu lado, ¿Lo hará aposta? ¡Quién sabe...! O quizás es solo esa extraña percepción negativa que tenemos y que no tendríamos por qué tener de las cosas. Pero bueno volvamos al comienzo, a esos pasos que nunca frenan a medida que van traspasando fases y más fases, y pruebas y más pruebas, y cambios y más cambios y muchos muchos caprichos del futuro y del destino. Este caminar puede parecer en todos diferente gracias a sus detalles, o en cada uno igual que en el anterior por sus generalidades, simplemente inconexo o muy conexo, confuso o muy claro... excepto para todos una cosa: esos pasos acaban siempre en el mismo sitio. Empiezan y acaban de la misma manera, con la inocencia de no saber lo que nos espera, con una mirada limpia, con un milagro... Esto es la vida, que corre en su cauce, a veces desbordándose y otras corriendo en calma, pero ese es el punto: siempre corriendo en el tiempo. Para siempre, hasta que Alguien cambia la gravedad y ese agua que corría antaño hacia delante, cambia su rumbo y... sube. Sube al cielo, y ese alguien ha sido Dios que nos llama para estar a su lado y continuar con nuestra vida, con la Vida"...

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y como si de un flashback se tratase, me ví a mi misma, sentada en la cima de la torre de cajas que construía siempre al lado de la ventana, para así poder escribir con luz natural y con vistas al jolgorio que acontecía en la calle. Hacía de aquello unos 15 años y el agua de la vida, como por aquel entonces había previsto había pasado por muchos estados: había sido desbordante en la etapa de bachillerato, y tranquila en la de la universidad, había experimentado la belleza de caer por una cascada al comenzar a trabajar y había estado a punto de evaporarse en un accidente de moto... Sin embargo, yo esto no lo conocía por aquel entonces, pues si me lo hubieran dicho, quizás habría cambiado algo o hubiera hecho algo de diferente manera, y cabe la posibilidad de que por ello no estuviera hoy aquí, haciendo las maletas, vaciando el armario de la que había sido siempre mi habitación para mudarme ahora a la casa en la que el resto de mi vida pasaría, junto a la persona que tan solo hacía una semana se había convertido en mi marido. 

Atisbo de futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora