Isla del Viento

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Capítulo 1: En la Isla

Los días se convirtieron en semanas mientras Eilahira vagaba por las tierras, buscando señales de esperanza en medio del caos que dejó atrás. Con cada momento que pasaba, el peso de la tristeza que apretaba sus hombros se volvía más pesado. Cada paso llevaba consigo el recuerdo de sus seres queridos; su risa, su calidez y sus historias perdidas para siempre en el fuego que los consumió.

Aunque los dolorosos recuerdos lo acechaban, la determinación lo impulsaba siempre hacia adelante, negándose a rendirse hasta que se hiciera justicia. A través de caminos forestales y llanuras ondulantes, Eilahira descubrió rincones ocultos del mundo donde la naturaleza florecía sin límites ni restricciones. Tesoros de información yacían enterrados debajo de gruesas raíces y follaje enredado, celosamente guardados por los propios elementos.

Sus viajes lo llevaron a islas distantes donde las sirenas cantaban leyendas olvidadas bajo las olas del mar, y los cielos se oscurecían mientras los dragones vagaban sin restricciones. Hablaban de poderosas fuerzas, tanto elementales como celestiales, y de los esfuerzos heroicos de guerreros lo suficientemente valientes como para enfrentar probabilidades insuperables.

Un lugar en particular quedó grabado en los pensamientos de Eilahira: una pequeña isla sostenida por el propio aliento de Amaterasu, conocida simplemente como Isla del Viento. La leyenda la consideraba un santuario para los espíritus atrapados entre la vida y la muerte, donde se podía buscar la guía de antepasados sabios o hacer las paces por malas acciones del pasado. Se decía que incluso los dioses mismos visitaban sus costas en tiempos de necesidad.

Según los rumores, el camino hacia la Isla era traicionero, lleno de mares tempestuosos y fuertes remolinos que podían hacer que los barcos se estrellaran contra rocas dentadas. Solo las embarcaciones más fuertes construidas por maestros constructores de barcos se atrevían a acercarse. Afortunadamente, el destino intervino y llevó a Eilahira a encontrarse con una embarcación así, capitaneada por un marinero curtido llamado Valtor.


Mientras desembarcaban en los acantilados rocosos que rodeaban la Isla del Viento, Eilahira no podía imaginar las pruebas que le esperaban dentro. Los espíritus que habitaban allí no siempre eran indulgentes o comprensivos, especialmente cuando se les abordaba sin voluntad. Velas de oración, ofrendas y peticiones adornaban cada rincón dentro de las madrigueras sagradas, y cada súplica resonaba en los vastos y laberínticos cavernas debajo.


El viaje para conocer a los espíritus requería enfrentarse a múltiples niveles, cada uno con obstáculos más peligrosos que el anterior. Trampas, ilusiones y estatuas malditas mantenían alejados solo a los más dignos de llegar a los reinos más profundos. Textos antiguos que narraban innumerables sagas de todas las épocas adornaban las paredes, sirviendo como recordatorios de lo que estaba en juego para aquellos lo suficientemente valientes para perseverar.

Finalmente, al llegar a la Gran Cámara de los Susurros, donde las esperanzas y los arrepentimientos susurrados se entrelazaban en un diálogo eterno, Eilahira se encontró con el Guardián: una entidad venerada, mitad espíritu, mitad sombra. Su esencia encarnaba la sabiduría de las generaciones pasadas, protegiendo los secretos ocultos en lo más profundo del núcleo de la isla, accesibles únicamente a través de la prueba y la adversidad.

Eilahira se arrodilló ante la ominosa figura, ofreciendo una oración de gratitud por la oportunidad de aprender de sus errores y vengar a su pueblo. Cuando las palabras fallaron, desenvainó su confiable Katana, grabada con el símbolo de Amaterasu. Sus energías purificadoras fluían, infundidas con bendiciones divinas de la estrella de la mañana misma. Reconociendo la determinación contenida en este joven, el Guardián le concedió a Eilahira el permiso para adentrarse más en el misterioso inframundo debajo.

Una Historia sin SentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora