Primera Parte: CINCO MESES PARA HERIR

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Betty.

—Sabes que nada bueno saldrá de ahí, ¿verdad?

Sinceramente, aquello que me dice la preciosa mujer de cabello rojizo al otro lado de la mesa es cierto. Ella jamás me ha mentido sobre aquella tan turbia y retorcida situación, siendo mi más fiel confidente y compañera de consejos. Asiento y me paso los dedos por la cara, cuidando de no correrme el maquillaje que me tomó horas hacer y aspiro con frustración. Ya no soy la misma niñita que hace ocho años, pero, en el fondo me sigo sintiendo de la misma manera aunque tal vez un poco más consciente; que me ahogo en un vaso con agua y que genero ahí mismo una tormenta de algo tan simple que pude haber dejado como un tema muerto, sin embargo, decidir quedarme fue mi maldita decisión, todo esto, de hecho.

Esto es tan amargo como aquel día de marzo dónde todo acabó para una chica plagada de ingenuidad. Está vez, quiero -quería- que sea diferente, ya no soy la misma jovencita incauta, estoy más despierta, y tengo a esta mujer mirándome desde el otro extremo de la mesa, imperturbable y sin juzgarme. Kendra fue el bote salvavidas de mi vida cuando me sentía sumamente aterrada, sin poder decirle a nadie lo que sentía y como yo misma me abrumaba por un tema que terminó apagando mi sistema y lo reinicio por completo, ella fue esa hermana mayor que jamás tuve, el soporte de mi vida.

—Yo lo sé, es solo que...

—Entiendo muy bien cómo te sientes, criatura, pero también tienes que recordar tener los pies sobre la tierra y no dejar que esa bonita cabeza tuya divague en el océano con la sirenita, sé consciente que ya lo habías dejado atrás, y todo lo que sentiste, ¿okay? Yo jamás me meteré en tus decisiones, solo te daré mi apoyo incondicional y mi consejo si es que me lo pides, y lo sabes. Si dudas por algo, entonces ya sabes tú misma la respuesta.

Esa misma noche estoy en el balcón de mi casa, observando la noche estrellada mientras fumo un cigarro. Hace tiempo había dejado el vicio, cuando Kendra había quedado embarazada de su primer hijo y no quería que ella se mareara o intoxicara con mi aroma, sin embargo, en estos momentos, la ansiedad me carcome por dentro y se acumula en el pecho, aplastando mis pulmones y no permitiendo que respire bien. Recuerdo a mi primo decirme que no debía quedarme con el vicio, ya que no era bueno, pero él ya era un fumador consumado, no le quedaba de otra que quedarse callado poco después del primer cigarrillo, además me calmaba mucho la ansiedad.

El pasado.

Si había algo muy claro de mi pasado es que jamás desearía volver a él, a no ser que deba de hacer una introspección o reflexión cuando siento que hay un bloqueo en mi vida que debo de eliminar. No quiero hacerlo, de verdad no quiero, llevaba más de un año sin volver atrás, aunque si ya removí las aguas turbulentas del pasado, entonces no había problema en ensuciarme con un poco de barro y musgo. Apagué el cigarro en el balcón y, montada en mis stilettos color rosa palo, corrí hacia el piso inferior, justo a mi estudio y abrí la pequeña caja de Pandora. La vacíe con desespero y desprecio en el piso y, a manos llenas, tome todo lo botado en el suelo. Me sentía más nerviosa y más insulsa, más estúpida e ingenua que ocho años atrás y no pude evitar pegar un grito mientras lloraba de dolor, ese dolor que duró tantos años atrapado en mi corazón y mi alma. Mis trocitos estaban ahí, todo lo que yo fui estaba en estás ridículas cartas para un solo destinatario. Podía sentirme de nuevo de mis joviales veinte, la vulnerabilidad y el dolor ahí estaban de nuevo, sintiéndolo fuerte en mi ser, debajo de la dermis que me ardía y me picaba con la culpa de mi inocente yo. No le culpo, la verdad. A nadie, solo a mis malas decisiones.

"No te culpo, ni te maldigo"

"Te bendigo con amor"

"¿Por qué no fui yo?"

"Me duele demasiado"

"Vuelve a mí"

"Te amo"

"¿Hubiera sido diferente sí...?"

"Te dejo libre...(?)"

"Hubiera"

"HUBIERA..."

Y más palabrería ridícula y cursi que hoy en día me hizo ganar mucho dinero, pero que me destrozó el alma con furia abrasadora y amarga, que me hizo la mujer de hueso duro que soy hoy, aunque me recuerdo que el hueso siempre cubre la frágil médula, el tuétano suavecito. Creí que sería distinto, de verdad ya no quería batir este tema de nuevo, pero aquí, sentada en el suelo de mi estudio, reconozco que nada estuvo muerto ni enterrado, que todo esté dolor está volviendo con fuerza. Ya no hay un hubiera que valga la pena, y todo se siente tan absurdo y gracioso, este vaivén estúpido de emociones que creí dejar en el tiempo y la inmadurez propia de una juventud extasiada por la droga a la que llamamos amor.

Me doy cuenta que nunca deje de ser el suave tuétano y solo quise tapar con un dedo la realidad en la que vivo. Yo misma me lo busqué, esté dolor. Y ya es hora de sacar toda esta ponzoña de mi sistema, después de ocho largos años.

De verdad.

[...]

Viendo las viejas converse negras que calzan mis pies, pienso rápidamente en todo lo que ha pasado en mi vida, lo cual, yo creo que no es mucho, pero lo suficiente como para haberme hecho cambiar de la dulce inocencia de mis veinte. Levanto la vista hacia el aparente río calmado que atraviesa la ciudad, su movimiento tranquiliza mi mente. Es casi el anochecer, y aquí, en este hermoso río bestial, mucha de mi vida se vio muy agravada, pero el río tenía un encanto muy mágico, enigmático y era, sin duda, algo que extrañaba de aquí. Si bien había sido mi elección hace casi cinco años irme de aquí, no había duda que esto era algo tan precioso que me hacía sentir una gran nostalgia, una joya escondida entre dos ciudades vecinas.

Ver el agua siempre me tranquiliza, siempre me inspira a escribir o pintar algo, su movimiento consistente siempre calma mis pensamientos erráticos, y, estando aquí me hace sentir en mi elemento, tal vez porque mi vida y mi signo zodiacal se han visto siempre encontrados con el agua, y el cómo hablarle a esta se lleva todos mis problemas, y, este río tenía algo para mí que muchos ríos o playas y mares no tenían: un pedacito de mi alma.

Le meto un enorme mordisco a la hamburguesa en mis manos y escuchó una agresiva voz masculina a mis nueve en punto:

—Siempre comes mucho y jamás engordas, siempre me pregunto porque nunca lo hiciste.

—Genética, tal vez. —digo, aún masticando mi comida.

Suspiro.

El hombre a mi lado abre su chaqueta café y lanza algo al capó de mi camioneta blanca, justo al lado donde yo estaba sentada. Me limpio las comisuras de la boca con mis dedos y observo de reojo lo que arrojo. Era un librito, algo delgado y bastante bonito, pero él no lo mira, en cambio me ve los pies.

—No te había vuelto a ver usar calzado deportivo desde que tenías como veinte y algo.

—Nunca me gustaron, pero hoy quise venir cómoda.

—¿Por qué?

—Visitar a un viejo amigo, vengo a darle una estupenda noticia.

—Dime el porqué escribiste esa novela si dejamos el pasado atrás, supuestamente.

Le miro de soslayo y sigo viendo la corriente del río a medida que el sol baja y pienso en la respuesta que me guarde ocho largos años.

—No estaba enojada, no lo estoy, pero me juré ser tu karma.

No puedo evitar no verlo esta vez, privándome de ver su cara durante tres meses, le doy la mejor expresión cruel que puedo manejar, con media sonrisa y los ojos entrecerrados, de puro éxtasis, o de puro placer, no lo sé, pero quiero ver su guapo rostro serio, con mil y un pensamientos y emociones atravesando su cabeza, esa reflexión que me estuvo matando por años y que siempre quise verle arrugando su cara en una clara mueca de descontento y amargura.

En realidad, la primera vez que llegué a esta ciudad de nuevo, fue por esta misma persona, con un pequeño sobre entre mis manos y una canción repetida en mi playlist.

Fue como una segunda recaída a un vicio que me juré no volver a permitir que me consumiera.

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⏰ Última actualización: May 03, 2023 ⏰

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