La antigua vecina de Hao, en el pueblo de Fujian, acogía a todos los gatos del barrio en su jardín. Dormían sobre los parterres y se revolcaban en la arena; jugaban con las flores y arañaban la puerta de su casa cuando tenían hambre.
Era un pueblo reconocido por su extensa tradición agraria y a pocos metros de la casa donde vivía Hao se podían encontrar campos de cultivo. El patio de su casa era de pocos metros cuadrados y su madre prefería que jugara en la calle de enfrente. Era una carretera rural, sin asfaltar, por la que apenas circulaban vehículos.
Desde la calle podía ver el jardín de la vecina. De vez en cuando se acercaba y se ponía de puntillas para asomar su cabeza por encima del muro. La anciana siempre se percataba de sus ojitos escondidos entre los girasoles de su patio y lo saludaba. Hao era un niño tímido, pero adoraba los gatos. Ella le ofrecía jugar en el jardín con ellos; le enseñó a darles de comer, la manera correcta de acariciarlos y lo increíbles que podían llegar a ser. Hao escuchaba los consejos de la señora con paciencia y atención, comprendiendo el valor de cada palabra.
Nunca tuvo uno propio, a su padre le gustaban más los perros y cuando se divorció de su madre se quedó con Hua, una hembra de raza mixta que le había regalado a Hao por su quinto cumpleaños. En ese momento, Hao tenía ocho. Supo, por su padre, que Hua había fallecido cinco años después tras enfermar de leucemia.
Nunca más tuvieron mascotas. Un año después, su madre conoció al padre de sus hermanos y al año siguiente se casaron. Jun nació cuando Hao acababa de cumplir once. Nunca le gustó su padrastro. Su padre, en cambio, era un buen hombre. Solo desearía tener tiempo para verlo más a menudo.
—No podemos dejarlo ahí.
Si Hao sabía algo, era que su vecina de Fujian jamás habría dejado que aquel gato pasara un segundo más bajo la lluvia; y él tampoco estaba dispuesto a que eso ocurriera. Hanbin parecía compartir su preocupación.
—Tienes razón —concluyó—. Vamos.
Hao rebuscó en los armarios de la despensa hasta que encontró algo que fuera comestible para el animal. Una lata de atún serviría. Lo metió en un bol más grande y lo dejó sobre la mesa. Mientras tanto, Hanbin ataba un cordel a una camiseta vieja para poder acercarle la comida al animal.
—Se mojará toda —dijo Hao—, pero puede que llamemos su atención.
Metieron el bol de atún en la camiseta y se acercaron de nuevo a la ventana de su habitación. El gato seguía maullando, pero esta vez estaba más cerca de la pared.
—¡Esto es bueno! Se ha acercado a la ventana. Puede que sea más fácil cogerlo esta vez.
—¿Esta vez? —preguntó Hanbin.
Hao le contó lo que ocurrió el día de la cena, cómo se distrajo intentando hacer que el animalito saltara hacia el interior del apartamento. A Hanbin le pareció adorable que pusiera tanto empeño en rescatarlo.
Hao abrió la ventana y Hanbin balanceó la cuerda con el cebo hasta que tocó el tejado. El gato dejó de maullar en cuanto vio que un objeto extraño se había posado junto a él. Se levantó y dio un par de pasos hacia adelante, pero entonces Hanbin estornudó y se percató de su presencia. Miró a la ventana y volvió a retroceder.
—Lo siento —dijo—. Hace un poco de frío.
Hao rió y se fue un segundo. Volvió con una manta que colocó sobre los hombros de su amigo. Hanbin se lo agradeció con una sonrisa.
—¡Mira! —exclamó Hao—. Ahí vuelve.
La camiseta que cubría la comida ya estaba empapada. La lluvia era fuerte. El animal hizo ademán de levantarse, pero volvió a hacerse un ovillo y siguió maullando. Hao suspiró.
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aquí y ahora | haobin
FanfictionHao acaba de llegar a Corea y Hanbin es el hijo de su nuevo profesor. Pero a Hanbin no le basta con cruzárselo en los pasillos de la academia y Hao necesita su ayuda.