A La Luna De Buenos Aires

Una de las mayores tragedias que existen es tener el favor de Dios, Su poder, Su Presencia, Su perdón y su bondad y pensar que no lo tenés.

El problema es la incredulidad, no los pecados particulares solamente.

El pecado imperdonable es ignorar la obra del Espíritu Santo en nosotros. Negar que Dios lo puede hacer, una y otra vez.

Menospreciar que Él puede echar de mi toda la maldad, todos mis demonios... Como si el Dios de los Cielos no fuera omnipotente y amoroso.

La mentira de la culpabilidad puede hacerte vivir eternamente en el rechazo de un amor divino que no para de demostrar que su causa no es una ideología, o la pureza, o una religión o ritual. Su causa es su gloria, su gloria es su amor, su amor por nosotros, que nunca se detendrá. Su causa soy yo. Y vos.

Por eso vino Jesús, para rescatar lo que se había perdido.

Ese es mi descansó, mi shalom. Lo demás solo es la proyección de nuestro sentido de justicia (caído) que tortura al ser humano desde que decidimos conocer por nosotros mismos el bien y el mal.

No es sentir al Espíritu Santo, el Espíritu del perdón y la reconciliación. Es creer en lo que dice. Los sentimientos nunca pueden ser protagonistas, solo son un corolario de nuestra voluntad. Hoy hemos invertido los roles en nuestra teología.

Dios nos libre de la culpa. No de la que Dios nos imputa, Dios no hace eso, sino de la nuestra.

Seamos llenos del Espíritu Santo, así, no satisfaremos los deseos de la carne. Creyendo, confiando.

Duda de todo, duda de vos, duda de mi, de todo sistema de creencia, pero no dudes del amor infinito de Dios, y de que sos su hijo amado, de que sos su hija amada.

Las circunstancias internas y externas serán pasajeras, pero su palabra permanecerá.

Él nunca se rinde con vos. Sos su causa.

Deja la tragedia, y cree en el Señor.

Serás salvo.