Prólogo: aniquilar.

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Una voz suave y rígida se alzaba una y otra vez.

—¡Joven Raito... Joven Raito!

A pesar de su tono no molesto, Raito sentía los nervios a flor de piel. Se encontraba siguiendo el paso de múltiples carruajes delante suyo, cumpliendo una misión de gran calibre.

Su tarea era liberar, sin excepción alguna, a las diez familias que estaban siendo transportadas en distintas jaulas. Sin embargo, dichas jaulas se encontraban completamente llenas, lo que significaba un reto para sacarlas de ahí.

Las personas atrapadas allí emitían expresiones perplejas que denotaban desesperación, rostros deprimentes y decaídos. Raito sabía que debía actuar con prudencia y rapidez para evitar que la situación se saliera de control.

Los sollozos de los niños llenaban el aire, casi insoportablemente fuertes para los adultos que los rodeaban. Sus cuerpos pequeños se sacudían y temblaban con cada lágrima que caía de sus ojos doloridos, y parecía que no habría fin para su lamento.

Cada vez eran más fuertes e intensos, los gritos parecían salidos de algún mundo de pesadilla, donde la tristeza era la única divinidad a invocar.

Su destino era llegar al sur, donde serían entregados al reino de Afta a las familias de clases altas. Algunos tendrían la fortuna de convertirse en esclavos, pero otros, los más débiles, serían sacrificados en juegos barbáricos para el entretenimiento de la élite.

Una vida mugrosa, miserable y llena de desgracia. Pero él había decidido que tenía que hacer algo al respecto. Convertirse en el protector de aquellos que no podían defenderse. La injusticia lo enrabiaba y le retorcía las entrañas. Odiaba ver cómo la libertad de las personas era arrebatada, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para evitar que más personas tuvieran que sufrir.

En aquel momento, Raito cabalgaba a toda velocidad sobre un singular caballo de pelaje corto y marrón. Sentía el viento azotarle la cara, mientras el paisaje de frondosos bosques y praderas que se extendían ante sus ojos.

A su lado, viajaba Ava, su fiel compañera de misiones. Su cabello degradado era entre castaño y oscuro que caía en cascada hasta su cintura con gracia y elegancia.

Ella no montaba ningún animal común, sino que hacía uso de su poderosa habilidad de invocación. De un gran tigre de pelaje blanco como la nieve, cuyo porte y presencia infundían terror y respeto por igual.

Además, Ava siempre había tenido una mirada penetrante, es de esas que imponen respeto a todo aquel que la observa. Pero en ese momento, esa mirada se hizo aun más intensa, como si lo que estaba por venir fuera algo de una magnitud mayor a la que se podía imaginar.

Pese a lo cual, Raito comenzó a disminuir la velocidad del caballo gradualmente, hasta que finalmente detuvo su montura en seco, causando un estruendo que hizo que las hojas de los árboles a su alrededor cayeran al suelo.

El bajó de su caballo y extendió sus manos, situando sus palmas en el suelo.

—Lo sé—dijo mientras emanaba maná de su cuerpo y creaba una enorme muralla de rocas que obstruía el paso

Sobre eso, la imponente muralla de catorce metros se erigía majestuosa, infundiendo temor y respeto a quienes la contemplaban. Su función, cruel y efectiva, era brindar el tiempo suficiente para acabar con la vida de aquellos especialistas.

El término se refería a hombres y mujeres encargados del transporte de cualquier objeto, ya fuera maldito o infame, que destinaba al interior del reino. No eran meros conductores, sino guerreros que defendían su carga con uñas y dientes, dispuestos a enfrentar a cualquier ladrón que se atreviera a interponerse en su camino. Sus habilidades marciales hacían temblar incluso al más valiente de los delincuentes, y la idea de enfrentarse a ellos en una batalla era una sentencia de muerte.

Asesino oscuro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora