─ Terminaré pronto, cariño. Ya lo verás ─ prometió Eddie, sonriendo afectuosamente al papeleo sobre su escritorio, como si frente a él tuviese al dueño de aquella voz ligeramente congestionada que sonaba a través de la línea telefónica. ─ ¿Qué tal si preparo un poco de sopa caliente para ti cuando llegue? ─ sugirió, obteniendo una suave risa de su esposo como respuesta, quien le aseguró que el simple hecho de tenerlo en casa lo antes posible sería remedio suficiente para su malestar.
Sin previo aviso y tomando por sorpresa a Eddie, los últimos rayos de sol en el exterior se vieron consumidos por una nube que no hizo más que presagiar la tormenta que se avecinaba y amenazaba con ralentizar su última entrega.
─ Maldición ─ murmuró para sí mismo, odiando que el constante cambio climático de los últimos días arruinase su posible velada de cuidados y mimos junto a Frank.
Tenía una sombrilla esperando por él en la entrada de la oficina de correos y aunque aquello no le aseguraba llegar intacto hasta el hogar de sus vecinos, sí le brindaba la oportunidad de cumplir con su trabajo y llegar a su propio hogar sin mayores contratiempos.
─ Será mejor que cuelgue, amor. Afuera ha comenzado a lloviznar y aunque me encantaría hacerte compañía en la cama si me resfrío, lo mejor será que me dé prisa y evite mojarme. ¿Quién hará el trabajo sucio si no estoy yo? ─ bromeó, haciendo alusión a su trabajo como si fuese algo de sumo peligro.
Frank dio fin a la llamada con una afectuosa despedida y Eddie colgó el auricular, firmando un par de papeles más que darían por concluido su trabajo de oficina para permitirle entregar las últimas cartas y paquetes a los vecinos. Tomó en manos un sobre rojo que recolectó de último momento en el buzón y frunció el ceño al leer la dirección de su hogar compartido con Frank en el destinatario. Una extraña sensación se asentó en su estómago cuando en la parte del remitente no se pudo leer nombre alguno más que una pequeña cara sonriente.
Sin querer darle la importancia que el dueño de aquella carta quería, Eddie guardó el sobre en uno de los cajones, decidido a no hacer tal entrega por lo que estaba seguro de que sería lo mejor para todos. Se colgó el bolso al hombro y verificó la hora en su reloj, estimando que su recorrido podría concluir en una hora exacta o incluso menos.
Sin embargo e incitando un bufido de frustración por parte de Eddie, todo tanto en el exterior como en el interior de la oficina se oscureció. La falta de corriente eléctrica en lo que supo que sería todo el vecindario supuso un problema enorme, pues la idea de abandonar la oficina era impensable en una noche lluviosa como aquella.
Si bien él aún no había tenido un terrorífico encuentro con las criaturas susurrantes de los arbustos coloridos que rodeaban el vecindario, no quería tentar su suerte ni poner en duda el escalofriante testimonio de Julie y Sally la última vez que estuvieron a punto de ser atacadas por lo que fuese que merodeaba allá afuera al caer la noche.
Era absurdo pensar que la más mínima pizca de miedo abundase en él, pues Eddie era todo menos pequeño y frágil como Julie y Sally. Sus casi dos metros de altura, quedando debajo de Barnaby por sólo un par de centímetros, lo hacía uno de los vecinos más altos del vecindario. Y aunque su corpulencia no era tan abundante como la de Barnaby, lo cierto es que su aspecto fornido le daba un aire intimidante que sólo llegaba a ser amainado por su carismática sonrisa y buen humor.
─ ¿Dónde diablos las puse? ─ se preguntó a sí mismo mientras buscaba las cerillas que Frank le insistió tanto en comprar durante la última semana. Palpó aquí y allá sobre el escritorio y el ruido de una caja cayendo al piso le confirmó que por fin las había encontrado. Buscó a tientas y cuando por fin las tuvo en su poder encendió una, iluminando su camino hasta el botiquín de la pared, de donde extrajo una vela que al ser encendida le permitió tener una vista más amplia del lugar y su objetivo: la salida.
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I'm Not Just One Of Your Many Toys
RomanceEddie se queda en la oficina de correos cuando una fuerte lluvia se desata en el vecindario, trayendo consigo una visita poco bienvenida.