Capítulo 2

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Gulf esperaba impaciente a que la puerta se abriera.

Su dueño se había marchado hacia unas horas y no había regresado.

Movía su pié con impaciencia, mirando el reloj en la pared, no sabía leer los relojes de aguja, pero podía mirar la aguja que marcaba los segundos, dando un paso tras otro en círculos, mostrando el tiempo avanzar con rapidez.

El sol se fue, vió el cielo teñirse de rosas y naranjas, con preocupación.

Cuando el cielo pasó a ser de azules cada vez más oscuros, y su dueño seguía sin volver, Gulf bajó las orejas, triste.

El cielo se tiñó de completo negro, y los puntos de luz que Yesid le había llamado estrellas aparecieron uno por uno.

Y su dueño no volvía.

Gulf quiso llorar, pero recordó que Yesid le decía que él no era ningún gato llorón y se contuvo.

Continuó pasando el tiempo, y unas cuantas horas después del atardecer la puerta se abrió, Gulf sintió el olor de su dueño, y se apresuró a ir hacia él.

Yesid alzó una mano antes de que Gulf pudiera comenzar a frotarse en él.

El castaño señaló su otra mano, que descansaba sobre su pecho dentro de un pañuelo, atado a su cuello.

—Me torcí la muñeca, tuve que ir al hospital y-

Se detuvo cuando escuchó a Gulf sorber su nariz, notando las lágrimas en el rostro de su gatito.

—Oh, no, Gulfy, no llores –Yesid llevó su mano libre al rostro del híbrido, acariciando su mejilla. —Fue algo muy estupido, salía de comprarte unas galletas y me tropecé, caí mal y-

—Es que doy mala suerte –murmuró.

—¿Qué? No, no tienes la culpa.

—¡Sí, Yes! –objetó. —Ibas a comprar algo para mí y pasó esto, es mí culpa –hizo un mohín.

—Que no es tu culpa y no das mala suerte, gatito –Yesid habló con seriedad, sostuvo el mentón de Gulf para dejar un rápido beso en los finos y rosados labios del híbrido, haciendo que este se ruborizara.

—Que no es tu culpa y no das mala suerte, gatito –Yesid habló con seriedad, sostuvo el mentón de Gulf para dejar un rápido beso en los finos y rosados labios del híbrido, haciendo que este se ruborizara

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Con el pasar del tiempo Gulf seguía empecinado en que daba mala suerte y su amigo War no ayudaba.

—¿Qué tan mala suerte damos los gatos negros?

—Siete años –respondió el tigre.

Gulf frunció el ceño, ladeando su cabeza, su flequillo y orejas se fueron hacia un lado.

—Das mala suerte por siete años –dijo War. —Luego de eso dejas de tener mala suerte.

Gulf asintió, comprendiendo.

—Y... ¿Qué tan mala suerte puedo dar? En cantidad.

War llevó una mano a su mentón pensando, luego rascó un poco sus orejas.

—En difícil saber la cantidad –dijo, —necesitas un termómetro de mala suerte para averiguarlo. Pero puedo explicarte cómo funciona la mala suerte.

El pelinegro asintió.

—Tienes un nivel de mala suerte que va a ir gastándose a lo largo de siete años –comenzó. —La mala suerte puede mostrarse de muchas formas, más leves o más fuertes. Si gastas un poquito de tu mala suerte todos los días, cosas leves le pasarán a Yesid.

Gulf asintió.

—Pero, si pasan los días sin que pase algo malo, cuando ocurra la mala suerte, será en algo más fuerte, porque hay mala suerte acumulada.

Gulf abrió los ojos con miedo.

—No quiero que nada malo le pase a Yes.

—No es algo que puedas controlar –dijo War, —la suerte ocurre por sí misma, y no puedes hacer que ocurra, sino, no cuenta.

Gulf frunció el ceño.

—No puedes hacer que Yesid se caiga de una escalera, tiene que caerse sólo para que cuente como mala suerte –explicó el tigre.

Gulf comprendió.

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