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Lunes, 8 de julio de 2013

Mañana

Es un alivio estar de vuelta en el tren de las 8.04. No es que me muera de ganas de llegar a Londres para comenzar la semana. De hecho, no tengo ningún interés en particular por estar en Londres. Sólo quiero reclinarme en el suave y mullido asiento de terciopelo y sentir la calidez de la luz del sol que entra por la ventanilla, el constante balanceo del vagón y el reconfortable ritmo de las ruedas en los rieles. Prefiero estar aquí, mirando las casas que hay junto a las vías, que en casi ningún otro lugar.

Aproximadamente a medio camino de mi trayecto, hay un semáforo defectuoso. O, al menos, creo que está defectuoso, pues casi siempre está en rojo. La mayor parte de los días nos detenemos en él, a veces unos pocos segundos, otras durante minutos. Cuando voy en el vagón D ⎯cosa que normalmente hago⎯ y el tren se detiene en este semáforo ⎯cosa que acostumbra hacer⎯, puedo ver perfectamente mi cada favorita de las que están junto a las vías: la del número 15.

La casa de número 15 es muy parecida a las demás casas que hay en este tramo de las vías: una casa adosada victoriana de dos pisos, con un estrecho y cuidado jardín que se extiende unos seis metros hasta la cerca, más allá de la cual hay unos pocos metros de tierra de nadie antes de llegar a las vías del tren. Conozco esta casa de memoria. Conozco todos sus ladrillos, el color de las cortinas del dormitorio del piso de arriba (beige, con un estampado azul oscuro), los despostillados de la pintura que hay en el marco de la ventanilla del baño y las cuatro tejas que faltan en una sección del lado derecho del techo.

También sé que a veces, en las cálidas tardes de verano, los ocupantes de esta casa, Jason y Jess, salen por la ventana de guillotina para sentarse en la terraza que han improvisado sobre el techo de la extensión de la cocina. Se trata de una pareja. Él es moreno y fornido. Parece fuerte, protector y amable. Tiene una gran sonrisa. Ella es una de esas mujeres pequeñas como un pajarillo, muy guapa, de piel pálida y pelo rubio muy corto. La estructura ósea de su rostro le permite llevarlo así: prominentes pómulos salpicados de pecas y marcada mandíbula.

Mientras estamos parados en el semáforo en rojo, echo un vistazo por si los veo. Por las mañanas, Jess suele estar en el jardín tomando café, sobre todo en verano. A veces, cuando la veo ahí, tengo la sensación de que ella también me ve a mí y me entran ganas de saludarla. Soy excesivamente consciente de mí misma. A Jason no lo veo tan a menudo porque suele estar de viaje de trabajo. Pero incluso si no están en casa, suelo pensar en lo que deben estar haciendo. Esta mañana puede que se hayan tomado el día libre y ella esté acostada en la cama mientras él prepara el desayuno, o quizá de han ido a correr juntos, porque ése es el tipo de cosas que hacen. (Tom y yo solíamos salir a correr juntos los domingos; yo lo hacía a un ritmo un poco más rápido de lo habitual en mí y él mucho más lento, así podíamos ir los dos juntos.) Tal vez Jess está en la habitación de sobra del piso de arriba, pintando, o quizá están bañándose juntos, ella con las manos contra las baldosas y él sujetándola por las caderas.

Tarde

Volteándome levemente hacia la ventanilla para darle la espalda al resto del vagón, abro una de las pequeñas botellas de Chenin Blanc que compré en la estación de Euston. No está fría, pero servirá. Tras verter un poco de vino en un vaso de plástico, vuelvo a cerrar la botella y la guardo en la bolsa. Los lunes no es tan aceptable beber en el tren a no ser que lo hagas en compañía, y éste no es mi caso.

En estos trenes hay rostros familiares, gente que veo todas las semanas yendo de un lado para otro. Los reconozco y seguramente ellos me reconocen a mí. Lo que no sé es si me ven tal y como realmente soy.

Es una tarde magnífica. Cálida, pero no demasiado. El sol ha iniciado su perezoso descenso y las sombras se alargan y la luz comienza a teñir de dorado los árboles. El traqueteante tren sigue adelante y pasamos frente a la casa de Jason y Jess, apenas un borrón bajo la luz vespertina. En ocasiones, no muy a menudo, puedo verlos desde este lado de las vías. Si no hay ningún tren en la dirección opuesta, a veces llego a vislumbrarlos en la terraza. Si no ⎯como hoy⎯, me limito a imaginar lo que estarán haciendo. Jess sentada en la terraza con los pies sobre la mesa, con un vaso de vino en la mano y Jason detrás de ella, con las manos en sus hombros. Imagino el tacto y el peso de las manos de él, reconfortantes y protectoras. A veces me sorprendo a mí misma recordando la última vez que tuve un contacto físico significativo con otra persona, sólo un abrazo o un cordial apretón de manos, y siento una punzada en el corazón.

Autora: Paula Hawkins

Transcrito por: Fer

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⏰ Última actualización: May 06, 2023 ⏰

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