Espectros de Medianoche

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No doy crédito a la cantidad de sucesos que me han atropellado en estas últimas semanas. ¿Cómo puede ser posible que guardar tanto silencio haya sido mi arma de autodestrucción personal? Se puede decir que lo he perdido todo por hacer el capullo.
Me preparo para dormir.
La noche está lluviosa, debería hacerme sentir mejor, pero no. Me siento tan triste, estoy tan mal. Siento que mi pecho está deslavazado y apenas puedo escuchar los latidos de mi corazón.
Al sentarme en el borde de la cama, froto los pies y los encuentro fríos; como todo lo demás.
Saqué un par de calcetines de la gaveta del armario, pero no los llegué a poner. No, porque me entretuve revisando el teléfono. Revisando los chats y consumiendo todos los improperios que mis amigos hasta aquel entonces me habían proferido. "Tarugo" decía Emma, "Creí que eras una buena persona, pero me decepcionaste, eres un capullo" dice Brandon. Palabras que cortan como un cuchillo. Palabras... que hieren. Vi que me habían bloqueado luego, ya esto era el límite, no puedo soportar más, no debí hurgar en todo eso.
Haber perdido a mis mejores amigos por guardar un secreto que no me correspondía había significado el final para mí. El final de todo, ¿Con quién hablaré entonces? Estoy perdido. Ahora solo me toca vivir con estos secretos, que no sirven para nada, solo para hacerme sentir cada vez un poco más miserable. Mientras el dolor y la culpa se disputan mi corazón como si fuese un balón de fútbol.
Apagué el teléfono y me viré de costado. El sufrimiento en mi pecho era desgarrador, demasiado lacerante. Si apretaba la almohada contra mi, podía sentir como aliviaba, como cerraba la herida, aunque fuera un instante. Nada de eso era comparado con la recaída psicológica. Si, aquel tiempo de bullying que sufrí, siendo la llave de paso de una series de trastornos mentales que luego superé a su tiempo. Pues esa pila está abierta nuevamente y con una potencia nefasta. La unión de todos ellos: depresión, ansiedad, aislamiento social, impulsos obsesivos compulsivos, desorden alimenticio y pérdida del sueño terminarán convirtiéndose en aquella publicación de Retro Silencio que decía TRASTORNO DE LÍMITE DE PERSONALIDAD. Es definitivamente el fin de mi buen juicio.
Comencé a gimotear. Apreté más los párpados contra la almohada.
Cuando abrí los ojos en la penumbra de mi habitación, vi una chica sentada en el techo. Como un murciélago pendía hacia abajo. Su cabello negro y muy largo caía tal cual una cascada en su brusco cauce, mientras el aire de la ventilación desordenaba sus mechones.
La reconocí. Me observaba fijamente, por primera vez, con su mirada truculenta.
Estoy hablando de Ari. El fenómeno insólito más criticado en la escuela por su comportamiento gótico- maníaco.
No me asusté. Supongo que cuando lo pierdes todo y solo te queda vivir con el dolor y la autodestrucción, nada más puede desconcertarte. Es como tocar el fondo y no pasar de ahí, porque no hay nada más.
Hipé. Luego restregué los párpados.
- Oye... ¿Qué haces ahí arriba?- pregunté, sin ninguna esperanza de oír respuesta, pues ella nunca me habla.
-Me morí wey... -Su voz por primera vez me alentó. La noticia como que no me impactó, creo que es porque ella siempre parece estar muerta.
La había oído hablar antes, pero nunca a mi directamente.
-Ah...
Me senté en el centro de la cama.
-¿Puedes... bajar?- la invité, aún esperando un rechazo por su parte.
Descendió desde el techo y se sentó en el bordillo de mi cama.
- ¿Cómo puedes verme?- inquirió en tono fúnebre.
-Bueno... Hace un tiempo para acá comencé a ver y a hablar con espíritus. Creo que enloquecí.
Una anciana con aspecto violáceo atravesó la pared en ese preciso instante y cruzó la habitación pasando justo por mis pies. Sentí un escalofrío que me recorrió desde las plantas hasta la nunca. Entonces desapareció cruzando la otra pared sin hacer una pausa siquiera.
- ¿Ves?- Le pregunté solícito.
-¿Quién es ella?
-No lo sé, a cada rato veo un visitante inesperado, pero puedo dormir sin miedo. Estoy acostumbrado.
Eran las doce y media de la noche, seguíamos dando cháchara. Es increíble cómo había hablado más con Ari estando muerta, que cuando estaba viva. El silencio infinito entre ambos había terminado. Por otro lado, apenas era perceptible el dolor de mi angustia. Es como si la abertura en mi pecho hubiera disminuido, aunque sea un poco en este momento. Se sentía bien, a pesar de saber que cuando finalice la noche estaré resquebrajado otra vez.
- ¿Y cómo es el mundo por allá?- pregunté.
- Aburrido. Estoy perdida entre tanta gente muerta que no conozco. Por eso vine a verte.
- Ven más seguido. Estoy demasiado... solo- se me hizo el nudo inevitable en la garganta.
- En las noches vendré a verte. Lo prometo.
Intenté sonreír. Ella me miró con parsimonia. Su rostro traslúcido a pesar de ser fantasmagórico seguía siendo inexpresivo. Cómo cuando estaba viva.
Un visitante nuevo atravesó la pared.
Esto demuestra la cantidad de espíritus que nos rondan, como sombras en las noches cuando estamos dormidos y que son invisibles a los ojos humanos, pero de vez en cuando se dejan sentir.
El visitante se detuvo y nos miró. Era joven, alto, pero no veía sus zapatos porque al terminar su anatomía fantasmal una especie de nebulosa blanquecina cubría sus pies. Tenía un resplandor dorado, distinto a la anciana violácea y a Ari, que no brillaba. Lo miré a los ojos y sus iris azules me dejaron trastocado. Ari lo escudriñó con su expresión impertérrita y él la observó.
Sentí un deseo apabullante de conocerlo. ¿Cómo se sentirá ser un fantasma?
No dijo nada, miró al frente y continuó su recorrido.
- ¡Hey! -dije antes de que se fuera para siempre.
Los fantasmas que cruzan una habitación lo hacen una sola vez. Lo sé porque he visto unos pocos pasar por aquí y nunca lo vuelven a hacer. Supongo que es un requisito a cumplir en la nueva vida espectral.
Se detuvo.
- No... no te vayas todavía- su brillantez me hacía sentir tranquilidad, paz y serenidad.
Él se desplazó con suavidad y se posicionó delante mi, al lado de Ari.
- Nunca un vivo me había llamado- su voz sonó pura, inmaculada y perfecta.
- ¿Hace cuánto eres un fantasma? -preguntó Ari.
- Desde 1990- Su sonrisa relampagueó brillante.
- Han pasado más de tres décadas- dije.
- Supongo que eres una recién nacida- le masculló a la chica.
-Lo soy.
-¿Qué haces aquí en el mundo de los vivos?- preguntó el fantasma.
-Te hago la misma pregunta- se defendió ella, como siempre.
- Bueno pues, yo nunca me detengo aquí, siempre estoy de paso, cada tantos años desciendo para ayudar espiritualmente a los vivos. Cómo podéis notar, mi fulgor atrae la paz y la serenidad. Esa es mi especialidad, por eso cada cierto tiempo me cuelo en hogares conflictivos para bajar los humos. Así me siento útil, otras veces trasciendo y retomo mis labores. No había descendido desde el 2019.
- Estamos en el 2023- musité débilmente.
El fantasma dorado arrugó la frente.
- Yo estoy aquí porque Archi me necesita- dijo Ari, sentí que mi pecho se estremeció, es como si pudiera leerme la mente- por otro lado, el mundo de allá es confuso, está lleno de espíritus igualmente confusos y como soy solitaria prefiero pasar las noches aquí.
No sé si era yo, pero sentía que me iba perdiendo de las conversaciones, el sueño estaba dominándome, aunque obligara a los párpados permanecer abiertos.
- Si él me lo permite, puedo perdurar el tiempo que quiera para aliviar sus dolores. A fin de cuenta esto es nuevo para mi, por más de treinta años jamás había hablado directamente con un vivo. Me gustaría aprender de esta ocasión.
- Que él decida- anunció Ari.
Yo asentí.
Con los ojos entreabiertos lo vi acercarse más, su brillo se había apagado, ahora se parecía a Ari. No había visto jamás un despliegue de hermosura en un fantasma. Su pelo era rubio, sus ojos eran azules y profundos, vestía con ropa antaña, como a mi me gustaba, como me enseñó mi ex- amiga Emma a gustar. Tocó mi brazo y sentí su frialdad en forma de erizada.
- Esto es fascinante -dijo. Es tan cálido. ¿Qué podemos hacer por él?
- Por el momento. Dejarlo dormir y vigilar que ningún invitado cruce por esta habitación y lo despierte- Anunció Ari.
Modo inconsciencia.

Abrí los ojos de sopetón.
Ya era de día y no podía creerlo. Me senté rápidamente en el centro de la cama y aturdido miré a mi alrededor. Sólo podía ver los rayos del sol que se filtraban por entre las cortinas de mi ventana y alumbraban las diminutas partículas de polvo en el aire.
¿Era un sueño? Me pregunté.
Me acordé de todo enseguida, de las desgracias, pero no podía olvidarme de lo de anoche. A decir verdad, me siento... Extasiado, confuso, pero extasiado. Pensé despertar y encontrarme un mundo hostil, descompuesto... Yo mismo desestructurado y vacío, pero no. Estoy extasiado.
Miré al techo, miré el bordillo de la cama, miré la pared. Seguía atolondrado. Entonces me centré en la realidad... Yo no puedo ver fantasmas, nunca lo he hecho. Abrí el teléfono que durmió al lado mío toda la noche. Vi en el chat que Ari estaba en línea. Por lo tanto ¡no está muerta! Todo ha sido producto de mi imaginación.
Sonreí, no estaba triste. Estaba extasiado.
Ojalá hubiera sabido el nombre, al menos, del fantasma dorado- pensé.
Me sorprendí cuando puse los pies en el suelo para levantarme. Tenía puesto los calcetines.

Fin

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