El viaje de mis sueños. Irme a estudiar fuera de Madrid.
Desde pequeña siempre quise vivir en la costa, dormirme con el sonido de las olas rompiendo contras las rocas y levantarme con los rayos del sol colándose por mi ventana. Sin embargo, me había criado en la gran ciudad, Madrid, la capital de España, un lugar turístico para los extranjeros y un lugar bastante ruidoso pero lleno de vida para los madrileños. Amaba Madrid con todo mi ser, mis primeros recuerdos estaban grabados en aquellas paredes, mis aventuras navegaban por las calles, era una ciudad que amaría siempre pero sabía que mi lugar estaba en otra parte, que yo no pertenecía a aquella ciudad así que cuando tuve la oportunidad de marcharme a Vigo, lo hice sin pensarlo dos veces pero él, aquel niño de ojos marrones al que había querido durante tanto tiempo se tenía que quedar aquí y yo, debía marcharme.
Odiaba las despedidas, decir adiós era saber que ya no le iba a volver a ver, que nuestra historia debía acabar y la idea de perderle me mataba. Sin embargo, mi madre me enseñó que no podía desperdiciar experiencias nuevas y únicas porque había cosas que no se volverían a repetir nunca más. Y enamorarse siempre se podía hacer más veces, los chicos iban a llegar cuando menos quisiera, ¿pero cuándo se me iba a presentar una oportunidad como aquella? Quizás nunca.
Así que aquella mañana me tocó tomar la decisión más difícil, debía dejar a la persona que amaba pues esta vida consiste en tomar decisiones y, a veces el camino correcto no es el más fácil. Le escribí:Paul, tenemos que hablar, ¿puedes quedar hoy?
Sí, ¿ocurre algo?Mejor lo hablamos en persona.
No contestó al mensaje, pero me lo vió y me dolió aquel visto, pues era uno más de la infinita lista de vistos que había estado recibiendo los últimos meses.
Recogí la casa para cuando mi madre volviera de trabajar no tuviera que hacer nada, tan solo descansar. Llegó la hora de comer y me preparé unos macarrones a la boloñesa con un filete de cerdo el cual siempre me lo comía envuelto en pan, como un bocadillo.
Sin embargo, no paraba de pensar en cómo afrontar la situación con Paul. Estaba nerviosa. Decirle adiós me costaría mucha fuerza de voluntad pero sabía que era lo mejor, me conocía y sabía que yo no podría tener una relación a distancia y menos en la situación en la que estábamos.
Yo siempre he sido de esa clase de personas que sabe que cuando una pareja tiene discusiones, son los dos contra el problema, y no el uno contra el otro, en mi situación había sido así durante año y medio hasta que llegó de un viaje a Londres y comenzó una actitud tóxica conmigo, pero yo seguí a su lado, pues lo amaba y como dice el dicho “El amor es ciego” y yo nunca quise ver, prefería seguir llevando una venda en los ojos, prefería seguir idealizando a mi pareja, pensando que era la mejor persona que conocía, ya me daría cuenta de que idealizar a cualquier persona es un error.
Pero hoy me levanté dispuesta a acabar con ese sentimiento. Hoy era de esos días en los que me levantaba y me sentía poderosa, en la que yo tomaba el control de mi vida, me sentía imparable y quizás con un poco de autoestima pues en el fondo sabía que yo no me merecía que me amaran así, yo me merecía el mundo entero y si nadie era capaz de dármelo, me lo daría yo sola. Fue ese día en el que comencé a quererme aunque debí haberlo hecho mucho antes.Quedamos en la cafetería que se encontraba en la esquina, aquella cafetería que me dio los mejores momentos junto a él. Apareció y cruzó la puerta con esa sensación que tanto me gustaba, como si se fuese a comer el mundo con su presencia. Le miré, cruzamos miradas y vi en sus ojos reflejos de miedo y angustia. Se acercó. Él parecía saber que venía a continuación ya que al acercarse su respiración era profunda, creí ver un lo siento en sus ojos y se lo solté, todo el daño, todos mis sentimiento, el dolor que él me causaba. Me desnudé una vez más con él. Lo entendió. Entendió mi punto de vista, las razones por las que debíamos acabar y lo respetó pero el dolor le inundó el cuerpo seguido de lágrimas que corrían por su rostro. Me destrozó. No había visto a nadie llorar de esa forma, supe que le había roto el corazón, que le había hecho daño, pero más daño nos hacíamos juntos. Entendí tiempo después que a mí también me dolió irme de un lugar del que no quería irme, pero tuve que soltarlo, dejarlo ir y agarrarme muy fuerte de mí misma.
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Serendipia
RomanceA veces tenemos que dejar ir lo que amamos aunque eso supongo dejar un poco de nosotros mismos en aquellas personas. Ella lo dejó ir y con el corazón roto aprendió que hay cosas que necesitamos que pasen para darnos cuenta de otras, como que debía e...