Hay dias, la mayoría, abro los ojos y me encuentro en un mundo, un mundo que nunca quise.
Un monstruo viviendo en mi cabeza, otro en mi corazón y uno último que me desgarra la piel al pensar en ti.
Al pensar en vosotros, o en nosotros.
Hoy es uno de esos días, abro los ojos y lo siento. Un tirón en el estómago y el sonido de un corazón rompiéndose como el cristal, hasta desaparecer.
Y ahí apareces tú, un rayo de sol entre la oscuridad, con tu sonrisa perfecta y tus ojos caramelo capaces de dar un vuelco al mundo.
Tu que me arropas y me consuelas, tratando de recomponer los pedazos de un corazón que creía haber perdido.
Pero hoy ya no estás.
Ya no siento tus manos acariciando mi pelo, ni tu piel abrasando la mia. Ya no escucho tu risa contra mi oreja.
Has dejado un bonito desastre a tu paso. Un desastre que poco a poco dejará de ser bonito para convertirse en lo que era antes. Un nudo de pensamientos, un cuerpo marcado por errores.
Y mirando al pasado, un día como estos, soy yo la que me ahogo entre mis propias lágrimas, entre el mar que ahora observan mis ojos.
Soy yo la mariposa que decide acercarse al huracán a pesar de que sabe que acabará perdiendo la batalla, esperando que está vez el final del cuento, o el principio, sea como como siempre ha soñado.
Pero la flor ya ha marchitado de tantas veces que ha sido pisoteada. De tantas veces que no han sabido ver la belleza más allá de sus pétalos. Y ahora, ahora que vuelves suplicando por oportunidades como estrellas, es cuando ha salido el sol.
Se que nunca volverás a arreglar la flor, la mariposa o a la niña de ojos azules que todavía habita dentro de esa mirada desconfiada. Porque ya no te importa, al fin y al cabo existen millones de flores más. Millones de mariposas.
Pero cada palabra está ahora marcada con tinta en mi piel blanquecina, abrasándome mientras escribo estos versos. Y muy en el fondo se por muchos rayos de luz que se crucen en mi cielo, ninguno sabrá ver un corazón roto.
