Si lo ves alguna vez con alguna de sus víctimas, cierra los ojos fuertemente y no hables de lo visto, porque si lo haces él te buscará y te hará sumirte en su silencio de muerte.
¿Qué hacía en el medio del bosque? No lo recordaba con exactitud; hacía solo un momento que estaba acostado en su cama preparado para dormir y ahora contemplaba con sus hermosos ojos avellana la luna brillante y redonda allá en el cielo.
Sentía un temor creciente dentro de su pecho, Simone, su madre le daría una buena tunda por andar vagando solo en el bosque a media madrugada. Pues claro, Bill era solo un niño de 10 años.
– Bill – escuchó su nombre a sus espaldas y como si fuera la voz de un ángel la que le estuviera hablando, se volvió de inmediato y lo vio ahí a lo lejos.
Una chica yacía sobre el césped y un chico estaba inclinado sobre ella, su mano hurgaba profundo debajo de su corta falda, provocándole gemidos de placer a la chica.
En cuanto a él, no debía de tener más edad que la chica. A simple vista su piel lucía pálida, extremadamente pálida. Vestía prendas poco usuales: sus pantalones de mezclilla eran enormes, al igual que su sudadera. Traía una bandana sobre la frente y una gorra que marcaba una coleta de rastas en la parte trasera. Este chico daba mordisquitos cariñosos en el cuello de la chica, que seguía gimiendo muy alto.
El pálido chico alzó la vista y sus ojos rojos se encontraron con los avellana del niño, quien supo que ese chico era por mucho lo más hermoso que había visto ¡era guapísimo! El, al ver la cara de estupefacción del niño solo se rio y se inclinó de nuevo hacia la chica, pero en lugar del mordisco cariñoso que le brindaba hacía solo un momento, sus dientes se hundieron profundamente en la piel y el músculo de la chica.
Bill abrió mucho los ojos y una gota de sudor helado cayó marcando su columna vertebral y le provocó un escalofrío. Del cuello de la chica brotaron borbotones de sangre, manchando por completo los labios y las mejillas del muchacho, quien aceptó gustoso el líquido rojo y caliente, y fue bebiéndolo. La chica fue poco a poco dejando caer los brazos, seguramente por falta de energía, hasta que él la dejó sobre el césped, totalmente inerte.
Bill se había quedado helado en su lugar, incapaz de moverse, y se sorprendió cuando tuvo a aquel chico frente a él, mirándolo de forma intensa. La sangre escurría por su barbilla hasta su cuello y ensuciaba su sudadera. Extendió un brazo para tocar al niño, pero este logro vencer la gran atracción que le causaban esos ojos y echó a correr. Más no pudo llegar muy lejos. Apenas había avanzado algunos metros, cuando ya lo tenía delante de nuevo, pero ahora lo miraba con curiosidad, como si intentara descubrir qué tenía ese crío para lograr escapar al encanto de sus ojos. De improvisto sonrió y Bill pudo ver sus largos y afilados colmillos, manchados de carmín.
– Nos veremos – dijo muy alegre y dejó un beso de sangre en la mejilla del niño. Segundos después ya no estaba.
Todo se puso negro de repente. Lo siguiente que William recordaba era a su madre, inclinada hacia él, diciéndole histéricamente que jamás volviera a escapar así. Yacía sobre su cama ¿cómo había llegado ahí? Más tarde, en el transcurso del día, supo que su madre, al levantarse a corroborar que su angelito durmiera, descubrió que este no estaba y se lanzó a buscarlo por toda la casa. Al no encontrarlo tuvo que pedir ayuda a sus vecinos, y fueron en su búsqueda. Lo encontraron en un lugar relativamente visible, más cerca del claro donde había estado: dormido sobre una banca, en la zona de picnics del bosque. Igual a como se había ido, exceptuando una gran sudadera que lo cubría. Cuando Bill preguntó por ella su madre dijo – ¿Cuál sudadera? – advirtiéndole con los ojos que ese día jamás había pasado.
Pero sí había pasado y por más que el trataba de convencerlos de que había sido testigo de un asesinato, nadie quiso creerle, porque jamás habían encontrado el cuerpo, ni nadie había visto a ese misterioso chico. Ese fue el momento en el que fueron tomando a Bill por un loco, y esto causo que se aislara del mundo y la sociedad. Comenzó a vestirse totalmente de negro y a maquillarse los ojos. Cuando caminaba solo por la calle la gente que pasaba a su lado lo rehuía y hablaban malas cosas a sus espaldas.
Desde que Bill presencio aquella atrocidad y habló de ello, por las noches horribles pesadillas lo atormentaban. Primero fueron los cuerpos putrefactos, que abrían sus bocas repletas de gusanos para decir su nombre. También soñaba con chorros de sangre brotando de las paredes. Esos sueños los tenía cuando era niño aún, pero cuando creció las cosas cambiaron... soñaba que aquel asesino venía por él y le desgarraba sus ropas, lamía su piel, le penetraba fuertemente y bebía su sangre. Despertaba con una erección dolorosa y eso lo molestaba.
Algún tiempo después se levantó gritando que había alguien colgado en una conferencia escolar y señalando el techo. Lo habían sacado a rastras en medio de una crisis nerviosa. Nadie había podido ver a la anciana que colgaba por el cuello del techo, que era extremadamente delgada, no tenía ojos, de las cuencas escurría sangre y tenía una sonrisa burlona en los labios, como si fuera lo más divertido del mundo el estar ahí colgada.
Lo habían expulsado y desde entonces lo único que hacía era cantar. Si se sentía estresado, cantaba. Si se sentía solo, cantaba. Si su madre no lo comprendía, cantaba. Era su gran pasión y su refugio.
Y justo en ese momento, once años después del asesinato, y ahora con un cuerpo esbelto y atlético, el cabello largo y teñido de negro, Bill se encontraba sentado sobre una roca, cantando, en el mismo lugar donde había comenzado su desgracia. Observaba un árbol mientras cantaba, el cual tenía rostros marcados de forma natural, curiosamente. Se encontraba tranquilo, hasta que las caras se pusieron a gritar agonizadamente. Se cubrió los oídos y echó a correr. Perfecto, ahora las visiones interrumpían su canto.
Fue a tenderse sobre el césped, donde se aseguró que fuera suficientemente tupido como para ser cómodo pero no para albergar algún bicharraco. El sol se ponía y decidió descansar los ojos, y los cerró.
Cuando los abrió de nuevo era bien entrada la noche, quizá demasiado. Por la posición de la luna, diría que era media noche. No estaba lejos del pueblo, se podían observar las luces que adornaban las casas, pues faltaban unos días para navidad. Estaban a finales del otoño, y helaba, pero él no tenía frío. Bajo la mirada y se encontró con que lo cubría una enorme sudadera.
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Dead silence
FanfictionBill Kaulitz es un niño normal. Todo cambia cuando, a la edad de 6 años presencia un terrible asesinato. Nadie cree la absurda historia que va contando y a causa de eso se aísla del mundo. Años después el protagonista de aquel asesinato lo buscará p...