Boig per tu / Loco por ti

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A la terra humida escric:

"Nena estic boig per tu".

Em passo els dies esperant la nit.

Com et puc estimar

Si de mi estàs tan lluny

Servil i acabat,

Boig per tu.

º º º

En la tierra húmeda escribo:

"Nena estoy loco por ti".

Me paso los días esperando la noche.

Como te puedo amar

Si estás tan lejos de mí

Servil y acabado,

Loco por ti.

º º º


Hattori Heiji vagaba por las lúgubres calles de Osaka. Un apagón les había sumido en las tinieblas a media tarde y no parecía que la cosa fuese a solucionarse rápidamente. Normalmente no le habría importado pasar unas horas a oscuras, con el paso de los años se había acostumbrado a aquellos apagones inesperados causados por la enorme cantidad de aparatos de aire acondicionado funcionando a pleno rendimiento, la gente ya no abría las ventanas para refrescarse, le daban a un botón y a consumir electricidad despreocupadamente. Si no fuese por Kazuha le daría igual, de no ser por ella estaría sentado en el porche de su casa gozando de las estrellas que brillaban con fuerza.

Esa noche no podría ver a Kazuha y todo por culpa del estúpido apagón.

Kazuha se había marchado a Tokyô, había encontrado trabajo en una cadena de televisión, hacía, básicamente, de recadera hasta que uno de los jefazos se fijó en ella y decidió sacarle todo el partido que podía dar. De chica de los recados había pasado a ser una de las caras más populares de un programa de sucesos sin resolver. Kazuha daba voz magistralmente a todas aquellas personas olvidadas, desaparecidas, asesinadas, lo hacía de tal manera que lograba que la gente se involucrara y llamase para dar pistas años después del suceso. Había eclipsado al presentador Morita Ichitaka y eso que era el más famoso de todo Japón.

Heiji la veía cada noche, de lunes a viernes en directo y en las reposiciones de los fines de semana; estaba tan fascinado como el resto de sus telespectadores. Siempre había sentido algo por Kazuha, especial, bonito, cálido y suave, pero lo había sepultado bajo años y capas de «Kazuha es mi amiga», «terreno vedado», «sólo es mi amiga». Sin embargo un día se sorprendió garabateando su nombre en el margen de las anotaciones de un caso y con ello llegó el momento de dejar de mentirse a sí mismo.

Kazuha no era su amiga, al menos no desde que cumpliera los catorce y empezara a fijarse en los cambios que la edad iba realizando en su figura. Fue su amiga hasta que empezó a no soportar que otro se acercara a ella «no me deja concentrarme» había sido la nueva capa bajo la que esconder lo que sentía. Y ahora que lo sabía y admitía, Kazuha, estaba demasiado lejos para decírselo.

Se detuvo ante la casa de los padres de ella y sonrió, allí había forjado la mitad de sus recuerdos, recuerdos llenos de ella que, ahora, dolían demasiado.

¿Cómo se podía ser tan estúpido? Llevaba un año preguntándoselo constantemente. Se había mentido tanto a sí mismo que ya no se sentía a la altura de Kazuha, ella había sido sincera, torpe, pero sincera y él, engañándose le había dicho que no sentía lo mismo.

Hundió las manos en los bolsillos y se encaminó hacia su casa, aquella casa en la que Kazuha había dejado un pedazo suyo en la decoración. Todos aquellos objetos pequeños que acumulaban polvo como si fueran un imán para la suciedad eran lo que le mantenían flote, el recuerdo de ella en cada rincón recordándole lo idiota que era.

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