El tren de vuelta a casa

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    Él se dio vuelta. Ella le respondió con una sonrisa. Así solía ser cada día, cuando sus miradas se encontraban al volver de la escuela. Tenían los mismos horarios, tomaban el mismo tren y siempre elegían el mismo vagón, el que solía estar vacío. Era el destino, le gustaba pensar a ella. Todo había empezado a principios de cuarto grado, cuando Juan entró al penúltimo vagón y con la única que se encontró fue Martina, sentada casi en frente de la puerta del mismo. Cruzaron miradas por un instante e inmediatamente las apartaron.

    Juan era un chico tranquilo cuando estaba solo, y alborotado cuando estaba con sus amigos, como cualquier chico a su edad, pero en ambos casos no se animaría a hablarle a un desconocido. Martina era una chica muy conocida en su escuela, le encantaba hablar con todo el mundo, pero aunque era muy amigable también era orgullosa, y no podría dar el primer paso. Y, aunque quisiera darlo, tampoco podría. Aún siendo bastante social, cuando se trataba de hablar con un chico que le atrajera se ponía nerviosa, y como cada vez que la agarraban los nervios, inflaba sus cachetes y se escondía en sus bien organizados rulos.

    Nada alegraba más a Martina que la mirada de Juan cuando había tenido un día largo y estaba cansada. Nada le era de tal ayuda como el recuerdo de la sonrisa de Martina cuando Juan no encontraba el sueño. Ni siquiera sabían el nombre del otro, pero de alguna forma aquella relación silenciosa que mantenían los hacía a ambos felices. Así fue por casi medio año. Todas las tardes esperaban encontrarse en el tren, como sí el día pasara demasiado lento. En los quince minutos de viaje que tenía Martina, la mirada de Juan estaría puesta en ella cada vez que se diera vuelta. Las palabras nunca le fueron necesarias, ya que aún demasiado jóvenes y teniendo una vaga idea de lo que es el amor, se enamoraron.

    Hasta aquel día.

    Martina estaba sentada como de costumbre en frente de la puerta. Había cuatro personas más en el vagón. Una señora gorda con un abrigo negro se sentaba dos asientos atrás de donde se encontraba ella. Estaba leyendo un libro, que parecía ser una novela corta. Casi al fondo del vagón había un chico, de unos ocho a diez años, con una nintendo 3DS roja en las manos. Al parecer estaba jugando al mario, y no tenía ninguna intención de ocultarlo, ya que tenía el volumen al máximo. La madre al lado no le prestaba demasiada atención, estaba muy ocupada con su célular. La señora del abrigo les dirigía una mirada de odio cada tanto, y después volvía la vista a su libro. Por último estaba un viejito, sentado en paralelo a ella, durmiendo con la cabeza apoyada en la ventana, por suerte, silenciosamente. Faltaba Juan, que subiría en la próxima parada, y así lo hizo. Martina lo vio sentado en un banco, después se levantó y corrió a subirse al tren. Cuando entró hicieron su típico saludo, él la miró y ella le sonrió. Martina volvió a mirar por la ventana. Juan solía sentarse en el último asiento del lado del pasillo.

    -Y, -escuchó una voz a su lado y se dio vuelta bruscamente, encontrándose con Juan sentado a su lado- ¿Cómo te llamás?

    Entró un vendedor que venía del vagón anterior, había pasado antes, cuando Martina estaba sola.

    -¡$15 la barra grande de chocolate Cofler, más barata que en cualquier kiosco! ¡Chocolate blanco, negro, aireado y mixto, a solo $15!

    -Martina -le respondió ella- ¿Y vos?

    -Juan -le dijo él mientras rebuscaba en el bolsillo chiquito de su Jansport negra, y sacaba dos billetes.

    Cuando el vendedor pasó por donde estaban ellos paró.

    -¿Un chocolate para los enamorados?

    Martina ensanchó los ojos e infló los cachetes, y como si fuera un reflejo miró para abajo ocultando su cara con su melena negra. Juan se rió y ella desinflo los cachetes, pero seguía escondida en su cortina de rulos.

    -Dos chocolates para los enamorados -le dijo al tiempo que le daba un billete de $20 y otro de $10.

    Martina levantó la vista lentamente. Cuando su pelo dejo de taparle la cara, vio a Juan extendiendo su brazo hacia ella, con un chocolate negro en la mano. Ella agarró el chocolate tímidamente y luego lo miró a él, que tenía una barra de chocolate aireado en la otra mano, un poco sonrojada al darse cuenta que tenía una muy linda desordenada hilera  de pecas en los cachetes, dándole un toque de ternura.

    -Me encantás, Martina.

     El sonido de Mario ganando una vida se escuchó en el fondo del vagón.

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⏰ Última actualización: Apr 15, 2016 ⏰

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