La sombra del caído

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El amanecer llegó demasiado pronto para el grupo. A pesar de la tensión de la noche anterior, habían logrado encontrar algo de descanso. Pero con la luz del día, la realidad de su misión se hizo presente una vez más.

Elias fue el primero en levantarse, su naturaleza disciplinada no permitía el lujo de dormir hasta tarde. Observó cómo el campamento comenzaba a despertar, la vida diaria reanudándose a pesar de la amenaza que se cernía sobre ellos.

Uno por uno, los demás miembros del grupo se unieron a él. Bram, con su habitual silencio, se puso a trabajar en su equipo. Liora, aunque todavía algo somnolienta, comenzó a organizar sus pertenencias. Alia, a pesar de su miedo, se había levantado temprano para preparar algo de comida para el viaje. Gavriel, como siempre, estaba perdido en sus pensamientos, aunque su preocupación era evidente.

Después de un desayuno rápido y silencioso, comenzaron a prepararse para su misión. Revisaron su equipo, se aseguraron de que sus armas estuvieran en buen estado y discutieron sobre la mejor ruta a seguir.

Aunque habían acordado que su misión era de reconocimiento y no de combate, no podían evitar sentir un nudo de ansiedad en el estómago. Los Caídos no eran criaturas para tomarse a la ligera.

Con un último vistazo al campamento, el grupo partió. El bosque que antes les había proporcionado refugio y recursos ahora se sentía amenazante, su tranquilidad rota por la amenaza de lo desconocido.

Mientras avanzaban, cada sonido del bosque les ponía en alerta. Pero a pesar del miedo, se movían con determinación. No podían permitirse el lujo de mostrar debilidad, no cuando había tanto en juego.

Con cada paso que daban, la sombra del Caído se hacía más grande. Pero no estaban solos en su lucha. Tenían a su grupo, su familia. Y juntos, enfrentarían lo que viniera a continuación.

Gavriel se agachó, su rostro se ensombreció al inspeccionar el suelo. Recogió un trozo de tierra, su superficie carbonizada. Pasó los dedos por la textura áspera, sus ojos brillantes de intelecto y preocupación. "Hay rastros de un Caído aquí", anunció, su voz era tan serena que contrastaba con la gravedad de su hallazgo.

Elias asintió, su expresión endureciéndose. Miró al grupo, su postura rígida y su mirada determinada. "Mantengámonos alerta, entonces", advirtió. Sus palabras, aunque simples, resonaron con la seriedad de su tono. "Sigamos el rastro, pero con cautela".

Comenzaron a moverse una vez más, avanzando en silencio. Sus pensamientos estaban enfocados en la tarea en mano, cada uno sumido en sus propias reflexiones. El miedo y la anticipación estaban presentes, una soga tensa de emoción que se aferraba a cada uno de ellos.

Fue durante este silencio cuando Liora se acercó a Gavriel. La habitual sarcástica Liora parecía sombría, sus palabras al dirigirse a Gavriel eran más suaves de lo habitual. "Gavriel, ¿qué piensas que encontraremos aquí?", preguntó.

Gavriel miró a Liora, su mirada era pensativa. "No lo sé, Liora. Podría ser cualquier cosa", respondió. "Pero sea lo que sea, tenemos que estar preparados".

Liora suspiró, su expresión endureciéndose. "Siempre eres tan misterioso, Gavriel. ¿No puedes darnos algo más concreto?"

Gavriel le dio una mirada cansada pero comprensiva. "Liora, la verdad es que no tengo todas las respuestas. Todo lo que podemos hacer ahora es seguir adelante y estar listos para lo que venga".

Justo cuando la tensión parecía alcanzar su punto máximo, el bosque se abrió a un enorme cráter. La vista los detuvo en seco, las palabras y los pensamientos se detuvieron al enfrentarse a la magnitud de la destrucción. Era impresionante, una señal inequívoca de un Caído de gran poder. El silencio que siguió era casi ensordecedor, con cada miembro del grupo asimilando la escena frente a ellos.

Alia, la más amable y gentil del grupo, parecía al borde de las lágrimas al ver el cráter. "No podemos enfrentar esto", murmuró, su voz temblorosa. "Es demasiado. Debemos volver."

Hubo un silencio incómodo. Elias apretó la mandíbula, sabiendo que Alia tenía razón, pero también consciente de su deber. Gavriel y Liora intercambiaron una mirada, ambos incómodos ante la posibilidad de retirarse, pero entendiendo el miedo de Alia.

Braum, siempre el silencioso, simplemente se quedó mirando el cráter, su expresión difícil de leer.

Permanecieron allí por un rato, el peso de la decisión sobre sus hombros. La opción de enfrentar a un Caído de tal magnitud era aterradora, pero la idea de volver y abandonar a su suerte a cualquier posible sobreviviente era igual de desalentadora.

Finalmente, Elias rompió el silencio. "Tienes razón, Alia", admitió, su voz pesada. "Es demasiado riesgo. Preparémonos para volver."

Justo cuando estaban a punto de dar media vuelta, un sonido les hizo detenerse. Un llanto débil, casi ahogado por el viento. Miraron en la dirección del sonido y vieron a un niño a lo lejos. Parecía asustado y solo.

La decisión de volver se desvaneció, reemplazada por un nuevo sentido de urgencia. Tenían que llegar a ese niño, asegurarse de que estaba bien. Con una mirada de determinación, se pusieron en marcha una vez más, dirigiéndose hacia el origen del llanto.

A medida que se acercaban, pudieron ver mejor al niño. Era pequeño, de no más de seis años. Tenía el cabello rubio desordenado y unos enormes ojos azules llenos de miedo. Vestía ropas sucias y desgastadas que apenas le servían de abrigo. Pero lo que más llamaba la atención eran las marcas en su cuerpo.

Estaba cubierto de rasguños y moretones, testimonio de una dura experiencia. Sin embargo, lo más preocupante eran las quemaduras en su piel. Aunque se asemejaban a quemaduras comunes, había algo extraño en ellas, algo que no podían poner en palabras.

"¿Cómo te llamas, pequeño?", preguntó Alia con suavidad, agachándose para estar a la altura del niño.

El niño miró a Alia, sus ojos llenos de miedo y confusión. Tragó saliva antes de responder en un susurro apenas audible. "N-Noam", dijo.

Elias, que había estado examinando las marcas en el niño, se puso de pie con una expresión de preocupación. "Estas marcas... son preocupantes", dijo, dirigiéndose al grupo. "Parecen quemaduras, pero hay algo extraño en ellas".

Gavriel se acercó para examinar las marcas, su rostro serio. "Es cierto, son inusuales", admitió. "Debemos llevar a Noam con nosotros. Necesita atención médica y tal vez podamos obtener más respuestas en el campamento".

Así, con cuidado, levantaron al pequeño Noam y comenzaron el viaje de regreso al campamento, llenos de preguntas y preocupaciones acerca de lo que podrían enfrentar a continuación.

El viaje de regreso al campamento fue tenso. Cada sonido del bosque los ponía en alerta, temerosos de encontrarse con un verdadero Caído. Mientras caminaban, Elias y Gavriel intercambiaban miradas preocupadas. Noam, aferrado a Alia, parecía demasiado asustado para hablar.

Liora, siempre dispuesta a llenar el silencio, intentó entablar una conversación. "Así que, Noam, ¿cómo terminaste ahí fuera solo?", preguntó, tratando de sonar casual.

Noam parecía reacio a responder. Alia le apretó la mano con suavidad. "No tienes que hablar si no quieres, Noam", dijo.

Pero Noam asintió, pareciendo reunir su valor. "No recuerdo", murmuró. "Solo... desperté allí. Estaba oscuro y me dolía. Luego vi las luces y... y oí voces. Fue cuando los encontré".

Gavriel frunció el ceño ante esto. "Luces y voces... interesante", murmuró para sí mismo. Algo en las palabras de Noam parecía haber captado su atención, pero decidió no presionar más por ahora.

Finalmente, llegaron al campamento justo cuando el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranjas y rosas. Theron, el líder del campamento, los recibió con alivio. "¿Encontraron al Caído?", preguntó, sus ojos recorriendo el grupo antes de detenerse en Noam.

"No exactamente", respondió Elias, mirando a Noam. "Pero encontramos a alguien que necesita nuestra ayuda". Y con eso, comenzaron a relatarle a Theron lo que habían encontrado, preparándose para los desafíos que sin duda vendrían.

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