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La luna se asomaba por las nubes ligeras que se movían rápidamente a causa del clima, Roier levantó la vista para apreciar el cielo nocturno, mientras la brisa fría de invierno soplaba en sus parpados. Su nariz perfilada y sus pómulos pronunciados brillaban casi carmesí apenas cubiertos por la bufanda roja tejida que siempre llevaba consigo. Odiaba el frío.

No había día donde la frenética vida adulta pareciera un episodio de alguna serie de ficción; accidentes, riñas, venta de estupefacientes, rincones oscuros y farolas sin funcionar, gente herida cada noche, la situación empeoraba en periodos vacacionales y él lo sabía de sobremanera, siendo enfermero en el reconocido hospital público, donde la atención a veces entorpecida por la cantidad de pacientes diarios era, incluso, más cálida y eficiente que en algunos otros hospitales privados de gran categoría.

Se acercó al estacionamiento, dio algunos pasitos cortos y otro largo para evitar pisar las líneas en el piso, vaya, aún extrañaba ser apenas un niño, sólo preocupándose por no mancharse la ropa para que mamá no se molestara con él, siempre esperando a que ella llegara del trabajo para lanzarse a sus brazos cansados. Siempre buscando una palabra de afirmación, un cumplido por portarse bien y nunca dar problemas a nadie. 

Para su mamá él era su orgullo, lo más grande en su vida y, además, lo único que le quedaba, pues su padre había decidido salir de casa y buscar a una chica más joven, más linda o con un mejor cuerpo. Roier no entendía, su mamá era para él la más hermosa persona, siempre preocupándose, siempre exigiéndose más. Aunque a veces le dolía estar en casa encerrado, mirando sólo por la pequeña ventana estrellada, esperando por ella, aunque hiciera turnos extras y casi siempre se quedara dormido en el pequeño sillón gastado, aquel de los resortes salidos que lastimaba al recostarse.

Los tiempos cambiaron, Roier se empeñó siempre en ser bueno en sus clases, aunque siempre existían los niños prodigio, aquellos del cuadro de honor que él siempre miraba cuando salía de clases, aun así, nada lo detuvo. Terminó la licenciatura en enfermería y empezó a trabajar en el centro de salud comunitario, aunque no recibía una buena remuneración, pero al menos ayudaba a su madre a no sentirse sofocada con todos los gastos.

Ya no era un niño, de hecho, no recuerda mucho haberlo sido, sin amigos, siempre solo, obligado a madurar para ser el hombre de casa, aprendiendo a hacer todo por él mismo, debía ver la vida tan cruda como era. Eventualmente todos lo aprendemos, pero él sentía pesar por no haber disfrutado su inocencia, tampoco a su mamá, pero cuando la oportunidad de viajar a la ciudad se le presentó, no lo dudó. Con mucho miedo en su garganta, tomó su maleta gastada y empacó las 4 mudas de ropa que tenía, salió casi corriendo de casa, para no ver las lágrimas de su madre derramarse por sus mejillas después de darse ese último cálido abrazo.

Camino a la estación llevaba las palabras de su madre como un tatuaje en el pecho, "te amo, estoy orgullosa de ti", sus manos temblorosas aferrándose a su bufanda tejida roja, misma que solía ser de ella. Recargó la cabeza en la ventana del autobús y dejó salir apenas una lágrima tibia de su ojo. No, no se permitiría llorar, porque perseguía un mejor futuro para él y su madre, no lloraría porque sabía que volvería a sus brazos pronto.

Su madre solía decir que él "tenía estrella" porque todas las personas que lo conocían decían que él era como el cálido sol de las mañanas, siempre con una sonrisa tímida y sus manos firmes para ayudar a quien quiera que lo necesitara. Y parecía que ella tuvo razón porque al llegar a la ciudad se hacía amigo de todas las personas que se le cruzaran en el camino, provocando que le demostraran gran cariño y lo ayudaran a adaptarse al caos diario. Tanto así que, por recomendación de su vecina a quien ya le había contado su vida de principio a fin, una señora de edad avanzada quien resultaba ser enfermera del hospital, a punto de retirarse y muy querida por todo el personal, logró una plaza en el mismo.

Café con leche / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora