Prologo

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Ella salió a correr por la mañana mientras disfrutaba de su música favorita. Sus pasos se sincronizaban con el ritmo de las melodías que fluían a través de sus auriculares, envolviéndola en una burbuja de sonidos y energía positiva. Sin embargo, en medio de ese deleite musical, ocurrió un encuentro fortuito que alteraría su tranquila rutina.

Ajena a su entorno, no notó al joven que se acercaba rápidamente hacia ella. Sus caminos se cruzaron en un instante, y los dos tropezaron, sumidos en un torbellino de desequilibrio repentino. El impacto fue inevitable, y en medio de la confusión, los frágiles auriculares se rompieron en pedazos, esparciéndose por el suelo.

El dolor físico se mezcló con la desolación de ver sus auriculares favoritos destrozados. La tristeza se reflejó en sus ojos mientras levantaba la mirada hacia el joven desconocido. Sus ojos, llenos de vergüenza y pesar, transmitían una disculpa silenciosa por el accidente y la pérdida material que ambos habían experimentado.

Las miradas entrelazadas hablaban por sí solas, compartiendo un instante de incomodidad y frustración mutua. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento, permitiendo que ambos procesaran la situación y reconocieran la conexión inesperada que habían establecido en aquel encuentro accidentado.

"Hm, eso es... desafortunado", respondió el joven después de presenciar la caída de la chica y ver cómo sus auriculares se rompían. A pesar de su actitud fría y seria, se acercó al lugar donde la chica cayó y recogió sus auriculares rotos. Observó a la chica durante unos segundos y se aseguró de que ninguno de los demás jugadores con los que entrenaba se dieran cuenta antes de dirigirse hacia ella y extenderle los auriculares. No se podía decir qué pensaba en ese momento por su expresión facial, ya que su rostro mostraba una completa neutralidad.

Ella tomó los auriculares sin decir nada, simplemente siguió trotando. No podía vivir sin música, fue lo que pensó. 

"Soy... Sae Itoshi, del equipo Japón Sub-20", se presentó él, aun mirando fijamente a la chica con una expresión neutra al hablar. Sin embargo, tenía la sensación de que ella no lo escuchaba; parecía concentrada en correr y escuchar su música. Colocó su mano sobre su muñeca mientras continuaba hablando, asegurándose de que esta vez ella lo oyera.

"¿Y tú?" preguntó, manteniendo su rostro inmutable.

Ella se detuvo abruptamente, su cuerpo giró hacia Sae, y sus ojos se clavaron intensamente en los suyos. Sin emitir una sola palabra, comenzó a mover sus manos con fluidez, revelando así su condición de muda y su incapacidad para comunicarse oralmente. Sin embargo, en ese preciso instante, Sae captó el significado de sus gestos: sabía el lenguaje de señas para personas mudas. Un destello de reconocimiento y comprensión cruzó su rostro mientras procesaba la situación.

"Oh, ella no puede hablar", reflexionó Sae en su interior, consciente de la barrera lingüística que se había interpuesto entre ellos. Pero en lugar de sentirse desalentado, experimentó una sensación de alivio al darse cuenta de que podía comunicarse con ella de manera efectiva a través del lenguaje de señas que dominaba.

La mirada seria de Sae se suavizó ligeramente mientras se sumergía en sus pensamientos, evaluando la situación y buscando la mejor manera de responder. Finalmente, salió de su ensimismamiento y levantó sus manos para responder a sus señas con destreza y cuidado.

"Lamento mucho que tus auriculares se rompieran", expresó Sae en señas, asegurándose de que sus movimientos fueran claros y precisos. A medida que transmitía su mensaje, su rostro se iluminó con una suave sonrisa reconfortante, como si quisiera transmitirle compasión y empatía a través de aquel gesto. Era su manera de hacerle saber que no tenía ninguna intención de causarle daño y que estaba allí para ayudarla de alguna manera.

En ese intercambio silencioso, un entendimiento mutuo comenzó a florecer. A pesar de la falta de palabras habladas, sus manos se convirtieron en un puente que trascendía las limitaciones de la comunicación verbal. En aquel encuentro inesperado, nació una conexión especial, una conexión que se forjaba a través de la delicadeza y la sensibilidad hacia las necesidades de la otra persona.

Una dulce sonrisa se dibujó en los labios de ella, iluminando su rostro mientras respondía a las palabras de Sae. Sus ojos reflejaban una mezcla de gratitud y comprensión, transmitiendo una sensación de calidez y perdón.

"No te preocupes. Puedo comprar otros. ¡Lo siento por haberte empujado, no te vi!" expresó en señas, acompañando sus palabras con gestos llenos de disculpa y humildad. Realizó una reverencia al estilo japonés, una muestra de respeto y arrepentimiento profundo.

La elegancia y gracia de su reverencia eran un testimonio de su cultura y su deseo sincero de enmendar el error cometido. Sus manos se movían con suavidad y precisión, transmitiendo un mensaje de aceptación y perdón hacia Sae. A través de ese gesto, buscaba establecer una conexión más profunda y trascender las barreras del idioma y la comunicación. Sae la observó con atención, admirando la nobleza y la dignidad con las que ella abordaba la situación. Respondió con una reverencia de vuelta, mostrando su respeto y gratitud por su comprensión. A pesar de la falta de palabras habladas, se estableció un vínculo especial entre ambos.

En ese momento, el encuentro accidental se transformó en un encuentro de dos almas compasivas, que compartían un breve pero significativo momento de conexión humana. Aunque las circunstancias pudieron haberlos separado, encontraron en la comunicación no verbal y en los gestos de disculpa una forma de unirse y trascender las limitaciones de las palabras.

Melodías del Corazón (Sae Itoshi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora