Las luces me ciegan en el momento justo para que todo desaparezca y yo me convierta en otra persona. Alguien creativa, alegre, llena de una energía que solo los gritos y aplausos pueden darme. Mis ojos visualizan manos arribas y bocas que se mueven a mi propio compás, y el sentimiento de grandeza me invade, porque eso es lo que yo genero; yo hago que todas esas personas se muevan y griten mi nombre. No son muchas, quizá hay entre cincuenta a cien, pero el día que empecé apenas sumaban quince y cuatro de ellas eran trabajadores de aquel oscuro bar de carretera.
Olvido todo, desde el trabajo que me permite pagar las facturas hasta el desamor que me persigue desde que tengo quince años. Todo desaparece mientras la gente corea mi canción y mi mejor amigo baila a un lado del escenario.
Son estos momentos, donde el aire costero acaricia mi piel, siento la vibración de la música bajo mis pies, las luces me obligan a cerrar los ojos, el micrófono que sostengo me da la capacidad de exteriorizarlo todo y el sudor cae como pequeñas gotas de llovizna Sí, son estos momentos. Momentos inexplicables donde dejo de ser la contable de una empresa de mierda que paga a cuentagotas, la pequeña rubita que apenas alcanza el metro y medio con un carácter de mierda, la rata de biblioteca que pasa horas fantaseando con personajes de libros de comedia romántica y tiene un lenguaje de mierda. Dejo de ser Herminia... Mis padres me odian, lo sé, pero al menos me dieron un segundo nombre: Carla.
Herminia Carla Hernández Muñoz, criada en un pueblo costero donde no conocemos la primavera, el otoño y, según el año, tampoco el invierno. ¿Puedo ser más española?
En fin Es un placer.
-¡Todo el mundo! -grita mi mejor amigo. Lo miro divertida al comprobar cómo mueve la cadera de un lado a otro. Subo la vista hasta su rostro y esbozo una sonrisa. Tiene tanta pinta de machito de gimnasio, ese estereotipo de fuckboy que a cualquiera se le caerían las bragas, que nadie creería jamás que busca con desesperación vivir un amor de verano con algún extranjero, casarse y adoptar tres perros y dos niños, para luego divorciarse y aceptar que su otro mejor amigo es el verdadero amor de su vida.
Mateo es el tipo de personas que merecen de verdad algo bonito, pero viendo el ritmo que llevamos de desamores, al final acabaremos casándonos en Las Vegas vestidos de Marilyn y Elvis, nos dejaríamos todo el dinero que tenemos y volveremos a casa siendo la decepción de nuestros padres.
-Oye, Mateo, ¿crees que se conocerán esta canción? -me preparo para presentar la siguiente, que le toca a él y yo podré descansar un poco.
La banda toca por detrás y un constante golpeteo del palillo en la batería mantiene la tensión, hasta que el guitarra da una nota y el público grita al reconocer el primer acorde.
Desaparezco del escenario y apenas le doy un vistazo rápido al guitarra. No quiero hacerlo, pero tampoco puedo evitarlo. Mis amigas me regañan constantemente, soy consciente que soy un ser viviente lleno de errores, un ente que apenas consigue respirar por voluntad propia. ¿Qué puedo hacer? No sirvo para el autocontrol y me cuesta admitir que es el único que ha conseguido hacerme sentir mujer de verdad. Sí, sé que la situación no es políticamente correcta, que debería alejarme y dejar de hacer el imbécil. Todo eso lo sé, pero él es como Edward con Bella; es mi marca de heroína. ¿Sabéis lo difícil que es desengancharse? No hablo sentimentalmente, que también, hablo del sexo. Joder, ese maldito ruso me ha dado los mejores orgasmos de mi vida. Solo tiene un problema. Es momento de que me juzgues, nadie está preparado para aceptar que la protagonista sea tan cabrona, pero será nuestro secreto.
Alexei está casado y tiene un hijo.
Sí, lo sé, no es necesario que me digas nada. Debo alejarme, parar esto, pensar en mí, buscar a alguien que me aporte y, sobre todo, que esté soltero. Ya lo sé, pero como he dicho, es una fiera en el sexo. Oh, sí, su matrimonio es otra mierda. No es excusa, ya sé, sé todas las cosas que hago mal en mi vida.
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Epiphany
RomanceCarla es contable por el día y cantante de noche. Trabaja en una empresa que odia, pero le permite pagar sus facturas. Vive el romance con desconfianza y el día que decide terminar con todo, su vida cambia para siempre. De desamor en desamor, igual...