CAPITULO 4

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A pesar de que estaba tensa cuando se metió en la cama, Maria durmió profundamente y se despertó llena de optimismo. Había sido una tonta al dejar que aquel hombre la pusiera tan nerviosa; trataría de eludirlo en el futuro. Bruno podía encargarse de todos los detalles referentes a la venta de las acciones.

Tarareando una melodía, dio de comer a Samantha y felicitó a la orgullosa madre por los cachorritos; después se preparó una tostada. No había adquirido el hábito inglés de tomar té, así que bebió un café. Acababa de servirse la segunda taza cuando Sallie llamó a la ventana de la puerta trasera.

Maria se levantó para abrirle y reparó en la expresión preocupada que ensombrecía el rostro habitualmente risueño de su amiga.
-¿Sucede algo? -le preguntó-. Espera, antes de que contestes, ¿te apetece una taza de café? Sallie hizo una mueca.
-¿Café? ¡Aún no te has civilizado! No, Mari, creo que deberías ver esto. Es un artículo cargado de mala intención, y precisamente ahora que la gente empezaba a olvidarse de ese desagradable asunto. Habría preferido no traértelo; de hecho, Joel insistió en que no debía hacerlo; pero, de todos modos, te habría saltado a las narices cuando salieras a la calle, y creí preferible que te enteraras en privado.

Sin decir nada, Maria alargó la mano para tomar el periódico, aunque ya sabía de qué se trataba. Sallie había abierto el diario por las páginas de sociedad, en las que figuraban dos fotografías. Una, por supuesto, mostraba a Esteban besándola. Considerándolo fríamente, llegó a la conclusión de que era una buena foto. En ella aparecían Esteban, fuerte y moreno, y ella, con su constitución más menuda, besándose por encima de la mesa del restaurante. La otra foto había sido tomada cuando se marchaban y Esteban le había puesto las manos en los hombros: la miraba con una expresión que la hizo estremecerse. En la cara de él se apreciaba una clara expresión de deseo; al recordar lo que había sucedido cuando la había llevado a casa, Maria se preguntó de nuevo cómo Esteban había sido capaz de parar al verla asustada.

Pero Sallie estaba señalando la columna que acompañaba a las fotografías, y Maria se sentó para leerla. Estaba escrita con un estilo ingenioso y sofisticado, aunque en un determinado momento la articulista había dado rienda suelta a la bilis. Maria notó una sensación de náuseas mientras leía por encima el texto impreso.

Anoche se vio a la conocida Viuda Negra de Londres envolviendo en su tela a otra desvalida y embelesada víctima. Esteban San Román, el esquivo multimillonario griego, parecía hallarse completamente cautivado por los encantos de La Viuda. ¿Es posible que ésta haya dilapidado ya el dinero que le dejó su difunto esposo, el apreciado Luciano Fernández? Sin duda, Esteban puede ayudarla a mantener el estilo de vida al que está acostumbrada, aunque, según indican todas las fuentes, puede que La Viuda no lo tenga tan fácil para cazarlo como lo tuvo con su primer marido. No podemos sino preguntarnos cuál de los dos acabará ganando. La Viuda no parece detenerse ante nada, pero lo mismo cabe decir de su presa. Seguiremos los acontecimientos con interés.
Maria soltó el periódico encima de la mesa y fijó la mirada en el vacío; no debía dejarse incomodar por las habladurías. Es más, ya debería haberse acostumbrado, después de cinco años. No obstante, parecía que, lejos de endurecerse, se estaba volviendo cada vez más sensible a las críticas. Antes tenía a Luciano para animarla, para mitigar el dolor y hacerla reír, pero ya no tenía a nadie. Debía soportar a solas todo el dolor.

La Viuda Negra... Le habían puesto ese apodo después de la muerte de Luciano. Antes, por lo menos, la llamaban por su propio nombre. Los hirientes comentarios siempre habían sido malintencionados, aunque sin llegar hasta el extremo de la difamación. Ella, de todas maneras, no habría emprendido ninguna acción legal. La publicidad generada por un juicio habría sido aún más desagradable, y ella deseaba llevar una vida tranquila, con sus pocos amigos y sus pequeños placeres. Incluso habría regresado a Estados Unidos... de no ser por los intereses financieros de Luciano. Había preferido quedarse para velar por ellos y hacer uso de los conocimientos que su marido le había transmitido. Luciano lo habría querido así, y ella lo sabía.
Sallie la observaba con preocupación, de modo que Maria se obligó a respirar honda y temblorosamente para poder hablar.
-Un texto escrito a mala idea, ¿eh? Casi había olvidado lo maliciosos que pueden llegar a ser... Pero no cometeré el error de dejarme ver otra vez. No vale la pena.
-Pero no puedes estar toda la vida escondiéndote -protestó Sallie-. Eres muy joven. ¡Es injusto que te traten como si fueras una... una leprosa!
Una leprosa... ¡Qué pensamiento tan espantoso! Pero Sallie no estaba tan lejos de la verdad, si bien nadie había obligado aún a Maria a marcharse de la ciudad. Todavía era bien recibida en unos pocos hogares.
Sallie optó por cambiar de tema; aunque Maria había intentado fingir indiferencia, su rostro había palidecido y adquirido una expresión de angustia. Su amiga señaló la foto del periódico y preguntó:
-¿Qué me dices de este bombón, Mari? ¡Es guapísimo! ¿Cuándo lo conociste?
-¿Qué? -Maria agachó la mirada y dos puntos de color tiñeron sus mejillas mientras contemplaba la foto en la que se veía a Esteban besándola-. ¡Ah!... Pues la verdad es que lo conocí ayer mismo.
-¡Caramba! ¡Es de los que van deprisa! Parece un tipo fuerte y dominante, y tiene una reputación increíble. ¿Cómo es?
-Fuerte, dominante e increíble -Maria suspiró-. Justo como acabas de decir. Espero no tener que volver a verlo nunca más.
-¡Tú eres tonta! -exclamó Sallie indignada-. De verdad, Mari, lo tuyo es increíble. La mayoría de las mujeres lo darían todo por salir con un hombre como este, guapo y rico, y a ti, sin embargo, no te interesa.
-Me dan miedo los hombres ricos -contestó Maria afablemente-. Ya has visto una muestra de lo que dirían de mí. No quiero pasar por lo mismo otra vez.
-¡Oh! Lo siento, cariño -se disculpó Sallie-. No lo tuve en cuenta. Pero es que... ¡piénsalo! ¡Esteban San Román!
Maria no quería pensar en Esteban; deseaba olvidar todo lo sucedido la noche anterior. Después de observar la cara pálida y ensimismada de su amiga, Sallie le dio una palmadita en el hombro y se marchó. Maria siguió un rato allí sentada, con la mente en blanco; cuando al fin se levantó para depositar la taza y el plato en el fregadero, la situación pareció desbordarla repentinamente y dejó que las lágrimas fluyeran sin tratar de reprimirlas.

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