capítulo uno.

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─Oh, carajo. ¡Es un peluchito de rana! ¿Qué demonios escondería ahí? ─resoplo, dejando caer mi cabeza hacia atrás el tiempo suficiente para que mi cuello descanse un poco. Realmente estoy enfadado. ─Hermano, asesiné a alguien, no le vendí pasta al Chapo.

El tipo detrás del escritorio sólo me alza una ceja, y ladea una sonrisa. Gesto que me da ganas de borrárselo del rostro con un puñetazo, pero con mis muñecas esposadas, y ambos oficiales de policía sosteniendo mis brazos, veo difícil lograr siquiera acercarme unos milímetros.

Mi amado peluche, el Señor Brinquitos, un viejo y sucio muñeco de felpa que simula una rana de color verde claro, con ojos de botones negros y una diminuta sonrisita inocente cosida a hilo. Es vilmente apuñalado en el pecho, y abierto hasta la entrepierna por aquella navaja de bolsillo. El tipejo parece disfrutar dañarme de esta forma, ya que no deja de sonreír al quitarle el relleno y lanzarlo a un lado del escritorio como si fuera basura luego de vaciarlo y ver que, en efecto, no había anda ahí dentro.

Mi sangre hierve.

─Bueno, al parecer estabas limpio. Excepto por esas pastillas para dormir. ─se mofa, y agarra la pluma de tinta negra para continuar llenando aquella hoja, que supongo es algún informe sobre mí.

Chasqueo la lengua.

─Hoy cayó un soldado. Ay, Señor Brinquitos.. ─murmuro entre dientes, sintiendo ganas de llorar. Los oficiales a mi lado se ríen, bajo, pero logro escucharlos.

─¿Cómo es que alguien como tú apuñaló trescientas sesenta y cinco veces a un hombre de cuarenta y seis años? ─el Oficial Lee, creo, llama mi atención al preguntar aquello, y yo me limito a encoger mis hombros, sintiendo de inmediato cómo ajustan el agarre de sus dedos en mis brazos.

─Por la misma razón que necesitaba las pastillas para dormir. ─respondo, y lo único que recibo es otra carcajada seguido del silencio absoluto por un par de segundos, hasta que el imbécil tras el mostrador suspira.

─Hemos terminado, joven Kim. Ahora, las fotos al desnudo de identificación, y luego tu ropa de preso. ─hago un mohín, viendo cómo rellena algunos papeles y juega con el bolígrafo entre sus dedos. ─Mides 1,59, pesas 41 kilogramos, y tienes diecinueve. Alérgico a... nada, aparentemente. Con esto listo, estos dos hombres son libres de llevarte a la boca del lobo.

─En realidad, señor. ─me aclaro la garganta, él pone sus ojos impertubables en mi expresión divertida. ─Tengo dieciocho. Alteraban mi edad para que entrara a los bares.

Él inhala con pesadez, su pecho se hincha. Y suelta aquella respiración mediante un bufido, tachando algo en la hoja y volviendo a escribir.

─Dieciocho y convertiste a un hombre en una hamburguesa cruda. ─sólo encojo los hombros, y aguanto una risita cuando el guardia a mi derecha pasa saliva. Sigo el movimiento de su garganta y me relamo los labios. Sí, temor. Es bueno provocar eso en las personas, principalmente al estar a punto de pasar el resto de mi vida aquí dentro. ─Mantén una buena conducta aquí dentro, ¿mh? Como dijiste, sólo tienes dieciocho, aún no eres incorregible.

Sí.. eso quisiera creer yo.

Él anota un par de cosas más en aquella hoja, y yo le doy una mirada triste y nostálgica a mi amiguito asesinado sobre el escritorio una vez me guían a empujones hacia otra sala.

Perdón, Señor Brinquitos..

Y las siguientes horas pasan tan confusas como mis días anteriores desde el juicio.

Me desnudan, mantengo mi rostro serio para las fotos, aprieto los dientes ante el chorro de agua fría en mi piel cuando me apuntan con aquella manguera, permito que me vistan con ropa de preso, la cual no está nada mal; musculosa blanca, un pantalón gris holgado con bolsillos anchos a lo largo de la pierna y un par de botas aprueba terreno, seguramente para proteger mis pies del frío húmedo y hacerme sufrir con el calor. No me cortaron el cabello, lo cual agradecí, mis mechones rubios tardaron en crecerme hasta la quijada, y lo prefiero así. Aunque no me permitieron conservar una de mis ligas, así que tendré que conseguir algo ahí dentro para amarrar ese desastre en mi cabeza.

Conseguir algo ahí dentro.. Dios mío, no puedo creer que estoy en la cárcel.

No estoy nervioso, quizá ansioso me describe mejor. Este lugar es mucho mejor que allá afuera; me van a alimentar, tendré una cama y un techo gratis, hay muchas actividades para mantener la cordura y puedo lanzarme por las escaleras si finalmente me canso de esta porquería.

La gente ahí dentro no me asusta. Conozco monstruos peores.

Una vez me asignan el número 389, recluso Kim siendo mi nuevo nombre, los mismos oficiales me guían por pasillos interminables hacia donde sé muy bien que no saldré en años, a no ser que muera, pero eso lo veremos con el tiempo.

Sólo quiero paz. Quiero descansar.

Nos detenemos frente a dos puertas de metal, por el sonido detrás de ellas sé que hay una reja. Mis manos son liberadas, las marcas con sangre fresca rodeando mis muñecas que ignoro con una risa. Me empujan dentro de ambas puertas, y otro oficial, vestido diferente, me amenaza con un bastón de electroshock, obligándome a cruzar aquella reja, seguida de otra, y otra, y otra más.

Hasta que lo escucho..

Bullicio, mucho bullicio a lo lejos. El aire es más pesado aquí, y el ambiente es tenso, denota peligro y derrocha maldad.

─Es hora de almuerzo, ve al comedor y luego fórmate en la fila cerca de las escaleras, en el pasillo. Ahí un oficial te guiará a tu celda y te llevarán el resto de las cosas que necesitaras. ─muy amablemente, el mismo tipo que me amenazaba con el bastón, lo ha bajado, y me indica todo eso con una voz ronca y grave, dejándome claro que ante el menor movimiento que no le agrade me llevaré una linda quemadura. ─Aquí tienes tus propios problemas, no hagas mariconadas como llorarle a los demás guardias por algún abuso. Sólo interferimos si te están matando. Te quieren vivo, así que da gracias.

Amable, ajá..

Asiento, aburrido. Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón, el cual me queda exquisitamente grande, al igual que la camiseta, y giro sobre mis talones, tranquilamente. Tanteo el lugar.. y es un asco, pero podría ser peor. Ladrillo blanco por doquier y el piso de un aburrido cemento sucio.

Noto cada mirada de los guardias en mí, ya que al parecer soy peligroso. Los ignoro, no planeo hacer nada aún, por lo que nadie debería preocuparse.

Me acerco a lo que presiento es el enorme comedor, la jodida boca del lobo. Las puertas que dan al lugar están abiertas de par en par, por lo que en cuanto pongo un pie dentro, cada mirada corrompida me llega como una bala, seguido de un silencio sepulcral.

Ya nadie come, ni ríe o charla, sólo me miran.

¿Y yo?

Já.

Formo una lenta sonrisa ladeada, casi por instinto. Mi comisura derecha se alza, y sin molestarme en mirar a ningún loco, avanzo por el lugar manteniendo mi serenidad.

Juega bien tus cartas, Taehyung.. porque acabas de poner tu vida sobre la mesa.

Y no me arrepiento de absolutamente nada.

dandelions ¡ kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora