El telón azabache bajó, cubriendo el mundo, y los ojos de los que moran el día debieron cerrarse y ocultarse ante la noche, excepto unos pocos
Escribo estas palabras con mis manos sudorosas y mi cuerpo entero bajo los efectos de una sustancia que prefiero no nombrar. Entiendo que, cuando hallen este texto, lo tomarán como las divagaciones de un drogadicto moribundo. Pero, juro por Dios -si es que siquiera existe- que lo garabateado en estas páginas es real.
Mientras escribo esto, ellos están viniendo. He atrancado todas las entradas posibles antes de comenzar, aún así soy capaz de escuchar a los primeros subiendo ya por la escalera de incendios.
El porqué quieren venir por mí nace a raíz de un suceso acontecido el trece de mayo de mil novecientos noventa y tres, en esta misma ciudad de Málaga. Era el encargado de llevar un cargamento de pescado de temporada para la multinacional en la que trabajaba.
Fue en las afueras que, mi camión empezó a resbalar, intenté detenerlo, frenético, pero era como si estuviera poseído. Culminando en que volcara.
Fue en el instante del incidente, que perdí la conciencia, los pocos momentos de lucidez en este periodo son demasiado borrosos o aterradores como para que me atreva a narrarlos.
Alrededor de las cinco de la mañana recuperé el control de mi cuerpo, el sabor de la sangre tenía un regusto metálico en mi paladar, y el olor a pescado podrido era casi insoportable.
Noté la mezcla de asfalto parcialmente fundido y el pasto bajo mis pies, extrañado, asumí que esta bizarra situación había sido fruto de la mala suerte que me había acompañado desde mi más tierna infancia.
Lamentándome de mi pésima condición física, me intenté orientar, encontrándome con el más absoluto fracaso. A mi alrededor solo había bosque y un amalgama de alquitrán derretido y pescado muerto, causado por el caótico accidente.
Con una patética cojera avancé hacia el frente, con la idea de abandonar el bosque y hallar contacto y refugio.
El camino fue largo y penoso, tropecé en muchas ocasiones y me descarné la palma de las manos y las rodillas al sufrir de diversas caídas crueles, pero no cejé en mi empeño y seguí adelante.
A lo lejos, logré divisar una luz blanquecina, mi emoción en aquel instante no cabía en mi cuerpo, y aumenté el ritmo. Tan solo fijándome en la posibilidad de volver a la civilización.
Según me iba acercando, unas voces se fueron volviendo audibles, hablaban en un idioma diferente, pero eran voces claramente humanas. Asumí que serían extranjeros de acampada, y la luz sería un foco para guiarse por el bosque.
Alcé mi voz, utilizando mi mejor inglés para pedir ayuda y explicar mi situación, mientras abandonaba el refugio de la maleza.
En cuanto abandoné la seguridad del bosque, me encontré con una oleada del nauseabundo olor de podredumbre del pescado que picó hace ya varios días.
Acompañando aquello, las voces volvieron, dándome un horrible dolor de cabeza mientras que las palabras se incrustaban en mi mente sin piedad ni decoro.
Aterrado, me atreví a mirar a los proyectores de aquel sonido, encontrando un horror sacado de las mentes de los humanos más trastornados.
Se alzaban más altos que algunos árboles, sus miembros humanoides estaban parcialmente ocultados por un mar de tentáculos grisáceos, sobre sus hombros descansaba un tentáculo largo y flácido, el cual estaba unido a una boca de dientes afilados. La luz blanca era reflejada en un cristal arcoiris que descansaba en la punta de este último tentáculo.
De mi frenética huida poco recuerdo, solo la repetición de una frase en un idioma desconocido y el insoportable dolor que me mantenía parcialmente consciente.
Se que me encontraron en una carretera perdida de la mano de dios, deshidratado y desorientado.
Y pese a que juré llevarme a la tumba lo sucedido en esa noche, el pánico que me causa finalmente entender aquellas palabras me pone en la tesitura de compartir esta información.
Ahora mi mente me sigue castigando con aquellas voces, más intensas según se aproximan.
"¡Uno de nosotros! ¡Dios viene!" Claman aún rompiendo los ventanas y puertas. Me abandono a la muerte, puesto que ya nada tiene sentido. Ellos tienen razón, rendiós mientras podáis, ya que cuando llegue ese dios, los humanos desapareceremos.
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Relatos de lo profundo
HorrorLa vida no es lo que creemos, no es bella, no es justa, es dura y cruel, busca aplastarnos y devorarnos. Los humanos no somos el cazador, somos una presa ignorante.