Prólogo

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Piiiii, piiiii, piiii. 7 de la mañana de otro día cualquiera más. Alargué la mano y le di un manotazo al despertador para que dejara de sonar, y me levanté.

Mi nombre es Paula, tengo 27 años y vivo en Barcelona en un lujoso apartamento. Soy bajita, pálida y delgada, con pelo corto y negro; ojos verdes y, según todo el mundo, muy expresivos.
Todos los días me repetía esta misma cantinela al mirarme al espejo; según mi psicóloga, eso me ayudaría a progresar. Idioteces.

Cuando dejé de mirarme, me aseé, me dirigí a mi cocina de estilo americana y tomé mi tila de todas las mañanas, mi medicación y mi croissant untado de mermelada, mientras veía las noticias. Estafas, robos, muertes, maltratos. Ni siquiera sabía por qué continuaba viéndolo.

Ya vestida, me dirigí a mi lugar de trabajo. Trabajaba en una importante empresa de medicamentos, Termolid. Mi trabajo era de las pocas estimulaciones que tenía en la vida. Me gustaba discutir propuestas sobre el lanzamiento de nuevos medicamentos, sus efectos secundarios, el presupuesto, todo. Ese era mi sitio, y no me veía en ningún otro.
Después de los veinte minutos exactos que tardé en llegar con mi scooter hasta allí, aparqué en mi plaza de aparcamiento, me quité el casco y me dirigí a mi puesto.
Todo estaba como siempre. Saludé a mis compañeros de trabajo, y atrapé alguna que otra mirada masculina deseosa de algo más. Las ignoré, y me senté en mi silla.
Tenía una nota en mi mesa, que decía que mi jefe requería mi presencia en su despacho cuando llegara a trabajar. Suspiré, y me dirigí allí.
Era una estancia enorme. Había un pequeño recibidor, y al fondo unos ventanales con vistas a la gran ciudad. Tenía dos estanterías repletas de libros a los lados, un escritorio de caoba delante de las ventanas, una silla de cuero y un mueble -bar. Un paraíso en comparación con mis 3x2 m de espacio.
-Pasa, Paula. Te estaba esperando. -dijo Ramiro, sonriéndome. Mi jefe tenía 45 años, era alto, delgado, y sufría una alopecia avanzada. Tenía unos ojos azules brillantes, que me acechaban cada vez que me miraba.
Me senté enfrente suyo, y me le quedé mirando fijamente.
-Bueno, te preguntarás por qué te he llamado... pues bien, iré directo al meollo del asunto. Este último mes he estado muy ocupado buscando un nuevo empleado, pero no uno cualquiera. Alguien con chispa, capacidad para esto. Con carisma. No te creas que me ha resultado fácil, pero al fin, creo que he dado con la persona adecuada. Te informo ahora porque... bueno, ayer no apareciste por aquí. También te llamaba por eso. ¿Ha pasado algo sobre...?
-No. -Le corté.- Gracias por informarme. Ayer tenía fiebre.
Los dos sabíamos que mentía.

La perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora