Acuerdo

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¿Qué sentía Pan por Trunks Brief? Lo cierto era que ni ella lo sabía. Después del viaje espacial y de la tristeza en que los había dejado la falta de su querido abuelo, la vida volvió a su curso ordinario. Trunks continuaba siendo el CEO de la Corporación Cápsula, pese a que lo odiaba. Y Pan continuó... se perdió su rumbo. De hecho, no había rumbo alguno. Por alguna razón, desconocida, desde luego, no sabía cómo seguir. Ya nada la motivaba, ni siquiera una buena pelea, y con lo mucho que le gustaba luchar. Ir a entrenar con el abuelo se había vuelto aburrido. Asistir a clases se había vuelto aburrido. Estar en casa se había vuelto aburrido. Todo era tedioso... un tanto gris. Se preguntaba si se debía a la amarga ausencia de su abuelito, que todo lo hacía mágico con su presencia. Pero su corazón, que creía despreciar a Brief, pronto habló por medio de señales y le hizo saber... que quizá... no era la ausencia de su abuelo la que la tenía así, apagada. Tal vez era la ausencia del viaje junto a Trunks Brief la que le había extinguido el espíritu. Así que comenzó a visitar a Trunks en su trabajo para comprobar si esta conjetura era cierta.

...

Después de meses de no verse, el joven empresario la recibió con suma estima, con los brazos extendidos.

—¡Pan! —le dijo más que contento, con Giru en su hombro, quien no tardó en molestar con su <<¡Giru, Giru, Giru!>>.

Pan no sabía por qué, pero las lágrimas afloraron. Empezó a llorar desconsoladamente y se tallaba los ojitos, intentando que no salieran más lágrimas. Trunks, sin saber qué hacer, alterado, principió a agitar las manos buscando calmar a la niña. —¡No llores, Pan! Mira...

El joven trataba de llamar su atención para alejarla de la pena, mas no lo conseguía.

Pronto la nena dejó de llorar por su cuenta.

...

Ya más tranquila, aunque con el rostro enrojecido, Trunks la llevó a por una gaseosa. Se sentaron los dos en el pasillo abandonado y un tanto oscuro frente a la máquina expendedora. Bebieron en silencio durante algún rato, hasta que, Pan, mirando al suelo de cerámica, apretó los puños. Ya armada de valor, volteó a ver a Trunks. Juraría que se miraba perfecto; más guapo que nunca.

—Trunks...

El joven de veintitrés años paró de beber y le ofreció su mirada, llena de esa extraña paz que parecía acompañarlo siempre.
—Dime, Pan —le dijo alegre.

—¡Tú me...!

La jovencita apretó más los puños. Se le miraban enrojecidos, a punto de sangrarle. —¡Tú me...! ¡Tú me gustas! ¡Me gustas mucho!

Y la chiquilla, ante su bochornosa confesión, salió corriendo. Se le había olvidado incluso que era capaz de volar.

Trunks escupió el sorbo que acababa de darle a su gaseosa. Botó la lata, que aún contenía líquido, al cesto de basura de enseguida y de inmediato fue tras Pan. La muchacha ya había recorrido mucho, sin embargo, Trunks, pronto, llegó a ella y la abrazó por detrás. El abrazo fue fuerte, sentido. El joven la mantenía así, con los ojos cerrados, pegada a su pecho. No dijo nada, pero su toque lo decía todo. No dijeron nada durante segundos que rápidamente se convirtieron en minutos.

...

Después de la confesión, Pan se paseaba por la solitaria y vasta oficina de Brief. Tocaba las cosas que estaban sobre el escritorio. Ese día el edificio estaba bastante solo. Solo Trunks sabía a qué se debía, pero a Pan le dio pereza preguntar. En ese aspecto era como su abuelo. Detestaba y le aburrían las cosas difíciles; las que requerían de una gran reflexión.

Trunks se meneaba en su silla. Mientras tanto, mordía un bolígrafo, sumido en sus cavilaciones. Por supuesto, se preguntaba en profundidad qué sentía él por la chiquilla de bellos ojos grises. No se detuvo a pensar en su edad, después de todo, él era un saiyajin; de cierta manera, un ser irracional. Entre los saiyanos poco importaba la edad. Todo se trataba de poder y de amar. De poseer... Eso era fuerza, control.

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