El hombre recobró el sentido cuando lo sacaron de la valija del Aston Martin. Teníael cuerpo entumecido por todo el tiempo que pasó acurrucado en posición fetal enaquel espacio que lo había hecho desmayarse por la claustrofobia, atado en unnudo asfixiante, con la boca sellada por un pedacito de cinta aislante. Decir que losacaron es una manera elegante o suave de expresar que lo tomaron del saco,enterrando los dedos en la tela descolorida y sucia, para después arrojarlo con elmismo hastío que manifiesta aquel que se pasa ocho horas cargandoladrillos.-.Dale, basurita- comenzó un sujeto tan espigado que parecía haber sidoarrolladopor una aplanadora-, si no te apuras, mi compañero te va a presentar aunos amigos suyos- y señaló a su acompañante, un tipo que se asemejaba más aun gorila sin pelo en la cara que a un ser humano. Este se tronó los dedos. Teníaunos puños tan increíblemente grandes que los mismos serían capaces de cubrirdesde el puente de la nariz hasta el labio inferior de una persona promedio, y unprognatismo considerable, que sin embargo no llegaba a ser mórbido. A pesar de loque pueda parecer, su cuerpo no era desproporcionado, ya que medía dos metroscon diez centímetros, y daba la impresión de que podría triturarle el cuello a suamigo como si fuera una hoja de papel(comparación que, por cierto, no distabamucho de la realidad). No hablaba, pero en sus ojos de color gris oscuro se podíaapreciar una serenidad propia de los que saben cómo hacer las cosas, y si sedignara a pronunciar una sola palabra, esta valdría más que mil de su compañero,que no había sido bendecido con la inteligencia, sino con la obediencia. Con elsudor brotando de su frente, el hombre decidió que la anuencia era la mejor manerade proceder, así que se levantó con toda la rapidez de que era capaz a sus 27 años,siguió a los hombres hasta un pequeño cuarto sin levantar los pies del suelo unasola vez y cuando le señalaron una silla para que se sentara, lo hizo sin titubear. Elcuarto no era muy espacioso, y no se había utilizado en mucho tiempo; una lámparacubierta por una fina tela de araña estaba sujeta al techo por unos tornilloscarcomidos por la herrumbre, y si se escudriñaba con suficiente atención, podíanverse los cables de colores que conectaban el aparato a la corriente, otorgándoleuna luz que dotaba a la habitación de un cariz enfermizo, gracias al cual se podíandistinguir las manchas de humedad en las paredes y la capa de polvo en losestantes color azul pálido, sirviendo los mismos como cobijo para unas edicionesque fueron víctimas, sin dudas, de las polillas. Pero el protagonista de esta historiano les prestó atención a todas estas minucias, porque se estaba ametrallando lacabeza con ideas para escapar, que descartaba en cuestión de segundos, enidéntica forma a como había procesado y desechado toda la información mentada.Hasta que ella entró. Le habían dicho que era bonita, seguro, pero jamás habríaesperado que semejante divinidad apareciera frente a él. Poseía unos ojos que notenían nada que envidiar a los mares de Santorini, tan azules que parecían salidosde un mundo de fantasía, o de cualquier lugar que no fuera la realidad. Sus piernaseran... Sencillamente perfectas, con un bronceado tan exquisito que no hacía sinorealzar su belleza, manos grandes pero finas, del mismo color dulce de leche quelas piernas, sin más aditamento que un anillo de oro con unas iniciales grabadas.Las uñas eran la única parte que desentonaba con la regia presencia de la mujer,mostrando evidentes señales de maltrato(no cubrían toda la extensión quedeberían, habiendo sido por tanto devoradas, quizá debido al estrés), no obstante, ypor extraño que parezca, esto no le desagradó al hombre, quién creía que laperfección estética, o más precisamente la búsqueda de la misma, era algosumamente pernicioso, tanto para hombres como para mujeres, y que porconsiguiente, ya se fuera muy hermoso, o se poseyera una belleza antinatural, tardeo temprano tendría que surgir algún defecto que balanceara un poco las cosas,porque la hermosura escultural o impoluta acaba por resultar poco atractiva einverosímil entre mas se la contemple, y los defectos eran vestigios de que lapersona en cuestión vivía una vida, de que, en resumidas cuentas, era real. Si unapersona no era muy agraciada, por otro lado, debía, casi por decreto divino, teneralguna característica que compensara todo lo demás, ya sea física o emocional.Tenía el cabello rojo como una cereza, largo hasta la cadera, la cual, por cierto,acentuaba unas curvas de infarto. Estaba vestida con un traje formal de color rosapálido, y una holgada falda gris oscuro que le llegaba hasta las rodillas. A la alturadel cuello, se podían ver los pliegues de una camisa perlada que sobresalía delsaco. En cualquier caso, la mujer atravesó la estancia y se sentó detrás delescritorio de roble. Entrelazó sus manos al tiempo que le dirigía(al hombre) lamirada de alguien que contempla un insecto aplastado. Este tenía a los dosmatones flanqueando su retaguardia. Sabía que era muy probable que si le daba alraquítico una excusa para que desenfundara, él la aprovecharía sin vacilar, sinimportar que fuera absurda. El otro, en cambio, sólo actuaría en caso de recibir unaorden expresa de su jefa.Al cabo de dos minutos durante los cuales no despegó la mirada del reo, y si llegó aparpadear, lo hizo en perfecta sincronía con este, dijo en un susurro perentorio:-Depie-su voz no se parecía en nada a cualquiera que nuestro protagonista hubieraoído previamente. Era algo extraordinario en todos los sentidos, algo así como unamezcla entre el lamento de una banshee y el sonido que emite un par de cuchillas alrozarse. El joven se levantó de un salto, como si sus piernas se hubieran convertidoen un par de resortes, con semejante ímpetu que su cerebro ni siquiera llegó aenviarles una orden, o eso le pareció a él, al menos. Después de tragar enseco(esto sí fue intencional), avanzó aparatosamente hasta que se vio parado juntoa una silla giratoria forrada en cuero marrón. La mujer le indicó, con un ademán dela mano, que tomara asiento, y él obedeció, con los músculos tan agarrotados queno si hubiese visto capaz de mover ni las cejas, aún si su vida dependiera de ello.Se sostuvieron la mirada durante tres minutos en los que reinó el más absolutosilencio, y la tensión en la atmósfera, de por si paralizante, aumentó hasta elextremo de que incluso el estoico guardaespaldas sufrió de una insólita sequedaden la garganta, y el otro tipo, que, por cierto, tenía una voz que recordaba al chillidode una rata, parecía estar disfrutando de aquello, y, con la espalda pegada alextremo izquierdo de la puerta, musitaba mofas e imprecaciones(inefables,sí.¿Creativas?, también, la verdad), como si fueran una letanía. Al cabo, trascerciorarse de que, si no lo hacía ella, nadie rompería el sepulcral silencio, la mujerarqueó una ceja y dijo, con un hilo de voz gélida:-Supongo que te preguntarásporqué estás aquí- el hombre hubiera dado un respingo de no ser por su estado decalambre absoluto, la mujer prosiguió.-Eso se debe a tu impertinencia, porque te metiste en el lugar equivocado en elmomento equivocado. En este negocio no se pueden dejar cabos sueltos, siempre ysalvo que quieras acabar muerto, o con tus amigos muertos, no sé qué es peor.Personalmente, lombriz, a mí no me importa morir, pero mis colegas- a pesar de quehabló en plural, su mirada se dirigió exclusivamente hacia el del lado derecho de lapuerta-... Mis colegas son otra historia. No puedo dejar que mueran por un errormío, mucho menos si ese error viene dado por la intromisión de una alimañainsignificante como tú.Basurita, lombriz, alimaña... lo habían llamado de todo menos bonito en cuestión dequince minutos, y se estaba empezando a hartar de eso, pero los labios se lehabían petrificado por el pavor, de modo que permaneció callado. La mujercontinuó:-De todas formas, esto no es nada personal, muchacho. Consideroimportante que sepas que lo que te vamos a hacer es un procedimientoestandarizado de borrado de memoria. A pesar de lo que mis hombres puedanestarte indicando, no vamos a torturarte ni a matarte, a no ser que hagas algoestúpido- este monólogo fue enunciado con la monotonía característica de losasistentes virtuales, y sin que la joven apartara ni por un segundo la mirada delrostro de su coetáneo. Tampoco había parpadeado. Era como si en aquellos ojosvacíos, muertos, hubiera medrado un mórbido interés por el estudio de la fisonomíadel interpelado.El cuerpo del hombre se relajó tras aquello, aunque seguía sin poder hablar, aflojólos puños y el nudo en la garganta, que lo atormentaba desde qué había recuperadola conciencia, se deshizo. Pero entonces recordó la frase "borrado de memoria" y unsudor frío le recorrió la frente, el corazón le galopaba en el pecho.Y de alguna manera, sin saber cómo, encontró fuerzas para hablar. Dijo, con un hilode voz:-¿Qué tan intenso es ese borrado de memoria?La mujer ni sé inmutó al oír su voz, y replicó en tono monótono-Desafortunadamente no es preciso, a veces tenemos suerte y solo se borran losrecuerdos del incidente en cuestión, pero hay un margen de error colosal, y en lamayoría de ocasiones la mente del sujeto sufre daños muy graves, hasta el puntode que apenas y termina conservando unos pocos fragmentos de recuerdos que notienen porqué guardar relación entre sí. Es lamentable, pero es la única opción.-¡No diré nada!, puedes disponer de mí como te plazca, mátame, tortúrame, no meimporta lo que me hagas, mientras no borres mi memoria.Por primera vez, el rostro de la mujer expresó un sentimiento. El pánico quéexperimentó el hombre al imaginar una vida sin memorias y la consiguientedeterminación que de eso surgió despertó en ella una curiosidad que se hizopresente cuando volvió a arquear una ceja.-¿Se puede saber de dónde sale semejante temor a perder tus recuerdos?El joven se desconcertó al percibir el cambio de tono en la voz de la mujer, parecíamucho más... humano, incluso podría decirse qué se estaba divirtiendo con lasituación. ¿Sería acaso que el comportamiento tan impersonal que había mostradohasta ese momento no era sino una fachada?(hay que decir que el joven, cuyopequeño rol en el universo se reduce a ser un mero botones de un hotel de Salto, enUruguay, era un observador excelente. En el momento en que su padre lo dejóolvidado en la puerta del hotel en que pasó su niñez y adolescencia, todo paraacabar soberanamente borracho y ahogado en un charco de agua- sí, lo sé, espatético-, el mundo detectivesco perdió a un elemento sobresaliente). En cualquiercaso, se limitó a responder:- Porque en ese caso moriría de todas maneras.La réplica desconcertó a la mujer, que juntó las cejas, devanándose los sesos en unesfuerzo por entender lo que el individuo sentado frente a ella, agarrotado hasta lostuétanos unos momentos antes, había querido decir. Unos instantes después sepuso a tamborilear en el exquisito escritorio, casi como por reflejo. Abrió la bocapara decir algo, torciendo la cabeza y posando los ojos en un mismo punto delmueble, pero la cerró enseguida sin emitir ningún sonido. Después pareció olvidarque había alguien frente a ella, porque abrió un cajón y sacó una botella de tinto,carísima, a juzgar por la base(que estaba muy hundida hacia dentro), para luegoabrir otro, paralelo al primero, y sacar una copa de la más fina cristalería. Actoseguido, la llenó, casi podría decirse que con maestría, y se la bebió de un trago,cómo quién se bebe un vaso de agua con hielo en un día de mucho calor, sinmiramientos, sin detenerse siquiera a paladear el líquido. Y luego se bebió otra. Yotra, y otra más, todas de la misma manera, empinando la copa hasta tocar elpuente de su nariz con ella. Luego de deglutir la última tenía las pupilas dilatadas,como si acabara de elevarse, la más absoluta fruición plasmada en el rostro.Completamente fuera de sí, se puso a juguetear con su pelo con aire distraído,tiempo que soltaba una risilla.-Eres muy interesante, chicoEl hombre tragó en seco. Venía experimentando un ligero desconcierto desde elmomento en que la mujer sustrajo, como hipnotizada, el vino y la copa de loscajones. Pero aquella risita divertida le había dejado la mandíbula por el piso. Yasospechaba, como se dijo antes, que la actitud fría mostrada en un primer momentopor la chica(a juzgar por su apariencia, no debería de haber mucha diferencia deedad entre ellos) no era otra cosa que una máscara, pero jamás se habría podidoimaginar que lo sería a semejante grado. No, ni en sus más locos sueños. Porquemás que un exacerbante, el alcohol(o más bien el vino), parecía actuar como eldedo que acciona un interruptor, lo que le reseteaba el cerebro, haciendo que todovolviera a ser como en un inicio. Incluyendo la personalidad. Una personalidad queella misma se había ocupado de guardar en un archivero situado en el rincón másprofundo y oscuro de su inconsciente, y que nunca mostraría de no existir la bebida,todo en pos de una fría eficiencia. El vino era para ella como un viejo amigo, unacompañante muy preciado. Uno que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Oeso pensaba él, ya que inmediatamente después de que formulara esa hipótesis, lamuchacha empujó suavemente la copa hacia su lado del escritorio y se la rellenó,para después esbozar una sonrisa y hacer un gesto de invitación con la mano. Alprincipio dudó, pero al ver aquella sonrisa tan encantadora, parcialmente oculta traslas manos entrelazadas y aquellos preciosos ojos azules, que por primera vez entodo el rato que había estado encerrado ahí (hecho que, por cierto, casi habíaolvidado) parecían estar vivos, soltando chispas de dicha, sintió una inaudita oleadade afecto por ella, y se la bebió justo como hizo ella, de un único trago.Cayó en lacuenta de que sentía un regusto metálico en la garganta un segundo después, yentonces un estremecimiento de horror le recorrió todo el cuerpo, propiciando queaflojara el agarre de la copa y que esta cayera, haciéndose añicos contra la baldosasucia. Se hizo pedazos, quedó reducida a nada más que esquirlas. Despuéssobrevinieron la angustia y el asco, la animadversión, el odio. Cuando levantó lacabeza, vio que la mujer se había parado, y qué le daba un golpecito a la pared,contra la que tenía la espalda apoyada. El concreto se resquebrajó, y a este lesucedió un desplome que dejó abierto un boquete gigantesco por donde entraba laluz de la luna. La mujer se movió, y ahora la luz le daba de lleno, lo que ocasionóque su belleza cambiara. Si antes su presencia hacía que las personas a sualrededor sintieran como sus tripas bailaban la conga, la nueva lo dejaba petrificadoa uno, por la misma razón qué se congela al presentir el advenimiento de la muerte;es un peludo había cambiado de color, ahora era negro como el vacío, su piel sehabía vuelto blanca como la cera, sus labios un brillante rojo sangre. Lo único queno había cambiado eran sus ojos, que seguían tan azules como en el primerinstante, pero ahora, en vez de parecer muertos o dichosos los fulmina van con unacontrariedad, con una tristeza, que destrozaría el corazón de cualquiera. Y destrozóel de él. La mujer saltó el escritorio y se le acercó, puso las manos en sus hombrosy lo abrazó, aunque él intentó resistirse desesperadamente en un inicio, pero prontose figuró que no serviría para nada. Estaba aterrorizado, y había cerrado los ojos,así que no pudo ver el momento en el que ella abrió la boca, mostrando un par decolmillos blancos y puntiagudos que le clavó en el cuello para luego susurrar en tonodistante:-Bebiste mi sangre, así que serás mío. La última palabra estuvo resonandoen su cabeza, cada vez más distante y difusa, incluso después de que sedespertara, empapado en sudor, en la cama del hotel donde había vivido toda suvida. Luego de un par de minutos de shock, se levantó y bañó. Cuándo se disponíaa afeitarse, noto que tenía un par de perforaciones en la parte derecha del cuello,esto lo desconcertó ligeramente, pero le quitó importancia, puesto que ya estabancicatrizando.Cuándo abrió las ventanas vio el cielo, clareando ya-eran las 5 de la mañana-, y laluna, qué le indujo un escalofrío. Y entonces, en su ventana, vio que un murciélagopasaba volando, y, quizás por autosugestión, creyó que este lo estaba mirando, yque sus ojos eran del mismo color que los de aquella infernal pero deseada mujeronírica. Azules.