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La escena era un torbellino de oscuridad y desesperación. Las sombras de la guerra se cernían sobre el mundo mágico, mientras el señor oscuro y sus leales seguidores avanzaban sin piedad. El Ministerio de Magia había caído en manos de los mortífagos, y con cada día que pasaba, su dominio se extendía, amenazando con sumir al mundo en un abismo de caos y sometimiento.

Los "magos de la luz", aquellos valientes que se resistían a la tiranía, se encontraban en una lucha desesperada para mantener viva la esperanza. Pero a medida que el enemigo avanzaba implacablemente, el territorio de la resistencia se reducía cada vez más, como un fuego consumido por las llamas de la opresión.

En medio de esta vorágine de violencia y angustia, la Casa de los Gritos se erguía como un símbolo de la lucha. Allí, en la penumbra, se encontraba un hombre atormentado. Vestido con una túnica negra, su cabello enmarañado y su piel pálida, cada segundo parecía drenar aún más el color de su rostro. Este hombre era Severus Snape, el trágico héroe que había sido mordido por la serpiente mascota del mismísimo Lord Voldemort, "Nagini".

En aquel rincón sombrío, Snape meditaba sobre su ahijado, el joven al que había dedicado su vida a proteger. "Como desearía poder seguir cuidándote, dragón", susurró con voz quebrada, al borde de las lágrimas. Su amor y preocupación por Draco, el chico que había sido como un hijo para él, emanaban de sus palabras llenas de dolor.

Severus Snape, el nombre que resonaba como un eco en la historia de la magia. El profesor temido de Hogwarts, el maestro de las artes de la poción, el Príncipe Mestizo, padrino de Draco Malfoy. Años atrás, había perdido a los padres de Draco, Lucius y Narcissa Malfoy, quienes habían sido asesinados por Lord Voldemort. Un recuerdo que seguía acechándolo, como un fantasma en las sombras de su conciencia.

Un flashback lo transportó a un momento crucial en su vida. Una noche de tormenta, Lucius y Narcissa Malfoy llegaron a su puerta con un bebé en brazos. Eran los padres de Draco, su ahijado, su responsabilidad. Los Malfoy's temían por sus vidas, y sabían que solo podían confiar en Snape para proteger a su descendencia de la amenaza que representaba Voldemort.

Las palabras de Lucius y Narcissa resonaron en su mente. "Necesitamos tu ayuda", habían dicho. Y en ese instante, Snape asumió un compromiso que cambiaría su vida para siempre. Aceptó cuidar a Draco durante trece años, hasta que el joven pudiera reclamar su herencia y su lugar como Malfoy. Esa noche, con el bebé Draco en sus brazos, juró protegerlo como si fuera su propio hijo.

La guerra había sido implacable, y ahora, en la Casa de los Gritos, Severus Snape se enfrentaba a una nueva realidad. Su tarea estaba llegando a su fin. "Bien, pequeño dragón, ya puedo partir", murmuró con una sonrisa triste. "Cuida de ti mismo, construye un futuro, sé fuerte". Sabía que había cumplido su deber, que Draco era lo suficientemente fuerte para enfrentar lo que venía.

Sus recuerdos y emociones se entrelazaron, formando una red de dramatismo en la penumbra. Snape, el hombre marcado por la oscuridad y la redención, estaba listo para enfrentar su destino. Suspiró con resignación, sabiendo que había hecho todo lo que podía por su ahijado, por el mundo mágico, por la luz en medio de la tormenta.

La historia seguía su curso, una historia de valentía, sacrificio y amor en tiempos de guerra. Y aunque la oscuridad amenazaba con envolverlo todo, había héroes dispuestos a enfrentarla, dispuestos a dar todo por un mundo donde la esperanza aún podía arder.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora