del adiós

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El tintero y su pluma lo acompañaban esa noche. No había en su habitación otra luz que no fuera la de una vela incrustada en un candelero pequeño. Afuera, la lluvia golpeaba el suelo, las hojas de los árboles, los techos y los vidrios de las ventanas. Esto era, en el silencio al que ya estaba acostumbrado a estar, música para sus oídos.

El plumín se hundió en la tinta negra, al mismo tiempo que atrajo hasta sí los papeles en blanco, y tomándose unos segundos antes de iniciar con su escritura, Wooyoung se los dedicó a unas últimas imágenes mentales; flashes instantáneos del rostro de aquel amor de años, aquel que había sido el primero, y lo había marcado de manera inimaginable.

Así, daba inicio a su carta:

"A mi gran amor, y a quien fue mi mejor amigo; la otra mitad de mi alma, mi llama gemela.

¿Cómo debería dirigir hacia tí estas palabras? Aún me parece estar en un sueño, en un sueño donde me introdujiste desde el primer momento en que te ví. Sí, me enamoré a primera vista, pero no recuerdo habértelo dicho en persona, ni una sola vez. No, eso lo llevaré conmigo. Aquél día soleado, que me parecía tan trivial como otros similares a los que había vivido hasta el momento. Mi ingenuidad fue enorme, pues ese día sin saberlo, volteaste toda mi vida, y te hiciste parte de mi existir.

Fue como si te hubieras invitado a tí mismo a mi corazón, sin pedir permiso, sin tocar la puerta. Sin siquiera tener que hallarte frente a alguna cerradura que requiriera una llave. Sólo entraste, a este corazón inocente, risueño, lleno de esperanza, luz y expectativas por el futuro. Lo hechizaste con el brillo de tus ojos, lo llenaste de su propia banda sonora con tu voz, tus bromas, tu risa. Oh. Sí, lo llenaste.

Lo llenaste y al mismo tiempo me llenaste a mí. A mí, a quien piensa en sí mismo como una construcción separada de su propio corazón, pues es el corazón el motor y yo soy un simple caparazón que cambia físicamente con el tiempo. Contigo, pasé por los cambios más radicales, pero no lo digo en un mal sentido. Lo digo en el sentido que contiene el significado de crecer, de mudar la piel y alzar los muros de las ideas y del ser futuro. Gracias a tí, mi gran amor, descubrí mis pasiones. Supe lo que quería enseñar de mí al mundo, porque lo amaste cuando te lo enseñé a tí por primera vez. Supe lo que fue enseñarme a mí mismo, desnudar mi sensibilidad, trazar con mi imaginación los escenarios más salvajes, teatrales y perfectos. Todos, junto a tí.

Tú me convertiste en un ser más lleno de vida del que fui cuando me hallaste. 

Pasamos mucho tiempo juntos. Tal vez de forma intermitente. Tal vez nuestras vidas y el lugar del que veníamos cada uno de los dos era muy diferente. Tal vez, esas diferencias del tamaño de un océano fueron lo que me animó a querer conocer hasta los rincones más insondables. Aquellos que no dejaste alcanzar a nadie más. 

Tú me hiciste sentir especial, pues en tu corazón, yo parecía aquello de lo que más te enorgullecías.

Aún me acuerdo de las veces en las que hablábamos de nuestras pesadillas, nuestros miedos, nuestras noches en vela confortándonos mutuamente, porque la vida misma estaba preparándonos para crecer y eso nos asustaba. Nos hería. Porque éramos puestos al límite, cada uno por nuestro lado, y eso se sentía inaguantable. Dolía hasta la médula. 

Nosotros, en ese momento, pudimos sentir con la intensidad  del mundo, en todo su esplendor, el terror de la incertidumbre. Porque en los momentos que nos hallábamos separados, como dos niños que pierden el sentido de la orientación en un enorme parque de atracciones, nos buscábamos, nos deseábamos allí presentes; pero muchas veces, tenían que pasar días e incluso semanas para que nos volviéramos a ver.

del adiós. -a letter-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora